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Un poco de diablo... no estaría mal

La sentencia de Nietzsche acerca de la muerte de Dios, la noción de que Dios ha muerto, cobra una significación inmensamente dramática en el mundo moderno, sobre todo en ciertos sectores intelectuales y políticos. Algunos piensan, o dicen que piensan, que la muerte de Dios en las conciencias es un bien, una liberación. Pero a estos tales podría preguntarles con malicia: ¿Cree usted que el diablo también ha muerto? En unas notas de Merimée, Sainte Beauve indicaba que aquel hombre seco y exquisito a la par no creía en Dios.... pero que, en cambio, era muy posible que creyera en el diablo. En otras conciencias mucho más toscas e imperfectas también parece que hay mayor creencia en los efectos diabólicos que en los divinos, sobre este mundo. Pero la averiguación de lo que pasa hoy en conjuntos sociales determinados puede dar lugar a no pocas sorpresas. Por ejemplo, una encuesta realizada por sacerdotes navarros en su país, de gente tradicionalmente religiosa, ha dado un resultado satisfactorio en lo que se refiere al número de las personas que creen en Dios. Pero en lo que se refiere a la creencia en el diablo y sobre todo en las penas infernales, el índice de creyentes parece ser muy bajo. Es decir, que el que en Navarra ha muerto no es Dios, como decía Nietzsche que ocurría en sitios importantes a fines del siglo pasado, sino que, el desaparecido o a punto de desaparecer es el diablo.... contra lo que ocurría, también, en ciertas conciencias decimonónicas, como, al parecer, la de Merimée. Esta eliminación del diablo en la conciencia popular es signo de los tiempos nuestros. En ellos, desde los especialistas en medicina legal, encargados del estudio de los delincuentes, a los teólogos, dedicados al estudio del pecado, tienden a rebajar mucho las nociones de responsabilidad moral, de culpa, y tienden también a buscar las razones de los fallos individuales del hombre en causas patológicas o de tipo social; de suerte que se carga, en fin, sobre la sociedad más parte de la «culpa» que sobre el supuesto o real culpable o pecador.Así estamos. Pero algunos espíritus más o menos meriméenianos y acaso pasados de rosca seguimos pensando que sobre este mundo se sigue viendo mucho el poder del diablo; o de lo que simbólicamente representa: la división en el mal, la calumnia, la ira, la crueldad. Todos los pecados capitales, dejando presidios y manicomios a un lado..., o pensando que el mundo es un manicomio (la stulbifera navis de Brant) o un presidio suelto, como creía que lo era España Antonio

Canguas, haciendo poco honor a sus paisanos y basando su conservadurismo en algo no muy decente.

Mientras que los científicos y los teólogos nos llevan a un mundo de comprensión y de amor, las fuerzas políticas y económicas nos sumen en una realidad pavorosa, de crímenes y represiones, de violencia extrema. La brutalidad maximalista actúa por doquier.

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Personalmente, me ocurre algo parecido a lo que les ocurre a mis semipaisanos los navarros. Las penas eternas me parecen excesivas... Pero cuando veo algunas actuaciones comunes en este miserable siglo XX, entre las gentes con mando o con deseo de mando, que creen lícito todo para obtener su fin, desearía creer más en el infierno y sus penas, no para mí ni para mis amigos, claro es; pero sí para toda la caterva de energúmenos con fuerza que nos han amargado la vida y parece que están dispuestos a amargarnosla hasta el fin. Hace días, en una de las grandes puertas de Notre Dame de París, veía la imagen de un diablo grande y grotesco que tenía bajo sus pies una cabeza mitrada y más abajo aún otra coronada. Hoy tendríamos que colocar a otros personajes para recibir consolación. Las caras tendrían que ser retratos, claros y distinguibles -el general tal, el industrial cual, el joven terrorista mengano, el juez zutano. Porque hay una tendencia a mecanizar y ver el mal en nuestros enemigos. Pero el diablo también es visita de casa. En nuestro mundo vemos que se cometen grandes actos de terrorismo por gentes jóvenes y desatentadas. Pero ¿quién habla ya, como de cosas perversas y diabólicas, de la «caza de brujas» política, con su secuela de testigaciones, obtenidas por el miedo y la extorsión, el desarrollo del sadismo en autoridades subalternas, la actividad mitomaníaca, referida a supuestos delitos políticos de lesa patria, etcétera? La acción demoníaca ha sido y es enorme. No sólo en el campo de la política. También en el de la economía y el de la técnica. El político no parece que duda nunca. El hombre técnico aún duda menos. Indalecio Prieto decía que para él la persona más terrible en este mundo, por lo segura que estaba de sí misma, era un requeté recién confesado. Yo no estoy del todo convencido de que esto sea o haya sido cierto, porque durante la guerra vi a bastantes requetés acongojados y dubitativos, dígase lo que se diga. Pero, en cambio, sí creo que un ingeniero recién confesado es incapaz de toda duda y que, a veces, el que da la absolución y vía libre es el diablo, no metido a predicar como el de la comedia clásica, sino metido a confesar; a absolver para que siga rodando la rueda.

La acción del diablo en el mundo es clara. El complemento de esta acción post mortem no parece que preocupa mucho, según las estadísticas. Y esto no es bueno. Un poco más creencia en el diablo no estaría mal. Tampoco un poco de infierno al modo tradicional; con tenedores, calderas y aceite frito. Sin llegar a los refinamientos del Bosco, que era un voluptuoso al imaginar penas para pecados ordinarios. Hoy tendría algunos modelos de pecados modernos para inspirarse, si no es que llegaba a la conclusión de que el infierno es cosa de este mundo. Porque a él no se le ocurrió una idea más peregrina qué la del edificio Pompidou, con sus intestinos transparentes de cristal, por los que suben y bajan miles de personas, sin saber bien para qué.

Para nuestros delitos hispánicos, poco imaginativos, con unos tenedores y un poco de aceite frito bien administrado bastaría. No hay que pedir gollerías.

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