Lo individual y lo colectivo
Incluso en ambientes tan agotadores y neuróticos como los de Cannes en pleno festival, los cinéfilos, críticos y demás componentes de la farándula del celuloide tienen todavía una cierta capacidad de asombro y se ven sorprendidos, de tarde en tarde, por películas insólitas y bellas. Tal es el caso de la película Bilbao, del español (catalán) Bigas Luna. Una película que ha dejado estupefacto a buena parte de la crítica mundial en general, y española en particular.Probablemente el primer hecho destacable de Bilbao sea su simple existencia. Corren tiempos para el cine y, en general, para cualquier actividad artístico-industrial, en los que las dificultades financieras parecen condicionar la labor creativa y en esas circunstancias producir, escribir y filmar una película como Bilbao resulta todavía más encomiable. Segundo largometraje de su autor, el primero fue una adaptación del Thriller, de Vázquez Montalbán, Tatuaje. Proyectado sin plena ni gloria. Bilbao, basada en un relato corto del propio Bigas Luna, no parece una película española. Sería más lógico, si en lo artístico existieran normas lógicas, que la película se hubiera realizado en Nueva York. Su estructura, su forma externa y el tema que trata (en realidad Bilbao es el retrato de un hombre obsesionado por el sexo y con una concepción maldita de la vida) son más propios de una cinematografía de la opulencia, en la que todo tiene cabida porque el entramado industrial favorece y potencia su asimilación. Bigas Luna ratifica el concepto de que las películas no son españolas o australianas, sino básicamente personales, de ahí el que la acción-mezcla de thriller y de ejercicio de voyeur- pueda transcurrir perfectamente en Barcelona y no necesariamente en el Central Park. Película insólita porque lo que se muestra no es fruto de un, corriente o moda pasajera, sino una de las obsesiones radicales claves del género humano, y, además, porque se muestra con una total libertad respecto a los esquemas tradicionales, tanto en el plano de lo narrativo como en el de la moral. Bigas Luna ha demostrado suficientemente no sólo su capacidad de relatar las cosas de la vida, sino también su liberación absoluta de los problemas inmediatos, en el terreno de lo colectivo. Dicho con otras palabras, Bilbao es una película que va mucho más allá de los problemas y condicionantes del franquismo, entroncando con las angustias del hombre, del individuo, un ente que, en efecto, puede estar condicionado por su entorno colectivo inmediato pero sin necesidad de supeditar sus angustias propias alas colectivas, sin renunciar a su condición de individuo del género humano que es previa a la del español o cuando menos, más importante. Una película insólita que demuestra una vez más como el relato de las obsesiones y vivencias del autor conectan con mucha más facilidad con el resto del mundo que las historias ajenas.
Todo lo dicho anteriormente puede ser aplicado, en su sentido opuesto, al filme de Miguel Littin El recurso del metodo basado en la novela de igual título de Alejo Carpentier. Pienso que la intervención de Regis Debray como coadaptador ha sido funesta para el resultado, pese a que Littin parece haber optado hace tiempo por las películas exteriores, ajenas a sus preocupaciones individuales.
Para hacer honor a un cierto sentido ético de la profesión he de confesar que sólo vi la primera d las tres largas horas de proyección (el Novecento de Bertolucci parece haber causado estragos entre los creyentes en la revolución social, pues todos piensan que el mensaje se potencia en función del número de horas de duración); sin embargo, creo que fue suficiente para comprender varias cosas: en primer lugar, que la historia de un dictador y, consecuentemente, de un pueblo, no se puede reducir a esquemas excesivamente simples porque, entre otros, se corre el riesgo del maniqueismo. De esta guisa los malos (capitalistas, corruptos, agentes de las multinacionales) son malísimos y los buenos (estudiantes, artistas populares, mujeres campesinas) bordean la más execrable de las santidades. La vida, e incluso los acontecimientos sociales e históricos, son algo más complejos que una película de buenos y malos. De ser así de sencillo todos tendríamos mucha más fe de la que en realidad tenemos y nadie habría caído en el escepticismo próximo al nihilismo, tan numeroso en estos tiempos. Quizá sea excesivamente cruel achacar solamente a Debray los interminables panfletos demagógicos que surgen en la película, pero también resulta lógico puesto que todo parece indicar que Debray optó por la fe ciega hace tiempo.
Contemplar en un mismo día dos películas tan radicalmente distintas como Bilbao y El recurso del método, no sólo es un ejercicio cinematográfico, sino, también, la confrontación de dos mundos. Personalmente creo mucho más en la capacidad corrosiva y autoanalítica de Bilbao que en las epopeyas maniqueístas.
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