La resaca del consenso
La cena del pacto constitucional donde Abril Martorell trinchó a medias el tournedó y el recado del Gobierno entre la UCD y PSOE ha tenido una digestión pesada. Ayer en el Congreso hubo una larga resaca después del acelerón que se llevó por delante veinticinco artículos de la Constitución. Había pleno, efectivamente, en sesiones de mañana y tarde, y en el hemiciclo caían con gran somnoliencia los problemas del paro agrícola, la libertad de expresión, la central de Lemóniz, los derechos de la lengua materna. Pero la jornada estuvo dedicada a comentar, a lamentar, a lamerse mutuamente algunas heridas provocadas por el famoso acuerdo guisado. El punto de interés estaba en los pasillos, en algunas salas oscuras y cerradas, donde se guarda el jarrón chino del consenso, vigilado por los técnicos.Aquí está lo mejor y lo peor de este parlamentarismo naciente. Por un lado, la voluntad de no agredirse inútilmente, esa facilidad de encontrarse a mitad del camino, el erotismo de la transacción. Por otro, los recovecos de esa cocina para expertos donde se condimenta el plato único de interés turístico. El pacto constituye el tejido funcional de la democracia. Pero esas recetas casi urdidas en las tinieblas de la madrugada entre cuatro íntimos han provocado una pequeña rebelión de los diputados-objeto, de algunas minorías que se han sentido arrojadas a las patas de la mesa de este festín de Baltasar de cinco tenedores.
Ayer nadie estaba contento. El estudio de la Constitución ha sorteado por el atajo del valle florido, una sucesión de cumbres borrascosas, la enseñanza, el divorcio, el lock-out, la huelga, que se presentaban como un desafío para buenas pantorrillas de escalador. Y ante el atasco previsto, se decidió cortar por lo sano. Una larga noche de amor y lujo entre la UCD y el PSOE, con los segundos fuera, sin luz y taquígrafos, sólo con el bisturí y las suturas, provocó el resultado. El día anterior los diputados de la comisión fumaban en los escaños en un ambiente de antesala de cirujano tocólogo. Llegó por fin el presidente Attard con el niño en brazos fruto de la cesárea y comenzaron las protestas. Ayer nadie estaba contento. El hemiciclo se veía desierto. Pero en los pasillos del Congreso y en los ángulos oscuros de los salones, allí donde reside el arpa, los grupos pedían explicaciones, la clase de tropa mayormente, y los líderes se las daban. El Grupo Vasco ya se había retirado de la Comisión Constitucional. Ayer lo hizo formalmente Alianza Popular con la lectura de un comunicado. Y así están las cosas, en un sabor agridulce de comida exótica entre las ventajas del acuerdo y esa ruda forma de concertarlo en la oscuridad de la noche.
Ayer por la tarde, todo eran rescoldos de cenizas calientes y en el Congreso aparecieron los efectos retardados de ese famoso consenso. Por allí iba, macizo y feliz, el agustino Martínez Fuertes, capitán de la empresa privada de la enseñanza, un senador con sonrisa de cuatro pliegues convocando una rueda de prensa para explicar su victoria. Los de UCD se habían reunido para recibir las explicaciones en cascada de Abril Martorell hacia abajo, mientras en el hemiciclo Trías Fargas reclamaba por quinta vez en lo que va de mes los derechos de la lengua catalana frente a un desierto de cuero rojo. Iñigo Cavero le contestó con la cosa de que todo está previsto por el alto mando. Lo de siempre.
A los padres de la patria se les ha concedido un largo fin de semana como período de reflexión. Es el tiempo suficiente para recomponer las grietas de este pequeño temblor parlamentario que ha agitado los escaños y ha dejado colgados del alero a Alianza Popular y al Grupo Vasco. Resulta que este jarrón chino del consenso es de duralex.
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