Gobernar es elegir, o Suárez como pretexto / 1
Adolfo Suárez ha tenido en León Blum su más eficaz maestro. De su mano ha aprendido y practicado aquello que escribiera el líder socialista francés de que «no son los partidos los que hacen los gobiernos, sino los gobiernos los que hacen los partidos». Cuando en la primavera de 1977 la improvisada aglutinación de grupos y personas que comenzaban a llamarse Centro Democrático, muestra las insignificantes posibilidades de movilización popular de que están dotados, Suárez decide que el Gobierno patrocine, sin intermediarios, su propia opción política, y asume directamente, y como presidente en activo, su necesaria capitanía. Lo demás no servía. Los que pedían que Suárez dimitiera, si quería participar en las elecciones, no entendían nada. Para que UCD fuera después gobierno, tenía antes que ser del Gobierno.Ahora bien, Suárez, con su partido, fue el hombre de una coyuntura y es el hombre de una función. Su pertinencia política deriva de su condición de hombre del Rey que dirige el Gobierno para alcanzar los objetivos que se le han señalado: la consolidación de la hegemonía política deja burguesía española y la legitimación democrático-parlamentaria de la Corona. Por eso, Adolfo Suárez, más allá de sus innegables condiciones, personales y políticas, que hoy ya no discute ni Ricardo de la Cierva, es un ejemplo paradigmático de virtualidad política, extrínseca y transmitida.
Una ideología panideológica
Un nutrido grupo de hombres públicos de la derecha, con algunas entusiastas colaboraciones venidas de la izquierda, se empeña en descalificar a UCD y en vaticinar su muy próxima desaparición, por su falta de coherencia ideológica y por su confusionismo programático, consecuencia inevitable de que en ella convivan grupos ideológicos de referencia histórico-doctrinal tan diversa. Esta afirmación, prueba, una vez más, la mostrenquez de una parte importante de nuestros políticos y de sus comentaristas, al tildar de negativo lo que quizá sea la aportación más notable del partido de Suárez en la llamada transición democrática.
Conviene comenzar recordándoles que lo característico de toda posición de derechas, respecto de su propia formulación teórica, es que está vertebrada por un pragmatismo flexible y por una voluntad metaideológica. La versión primaria e infantil de esta actitud es la que postula «el fin de las ideologías», tan fervorosamente ilustrada en nuestro país por Fernández de la Mora. La perspectiva más elaborada y fecunda es la que aboga por una estructura doctrinal, lábil y transideológica, siempre dentro, claro está, de los límites acotados por el pensamiento conservador de cada época.
A esto habría que añadir que las exigencias del proceso económico occidental de los últimos cincuenta años -lo que se designa como neocapitalismo-, y la consiguiente homogeneización de muchos com portamientos sociales, han d¡fuminado las fronteras ideológicas de las principales corrientes políticas europeas -que se inscriben en la derecha y, digamos, en el centro perdiendo, por mor de ello, su ca pacidad de diferenciación y en marcamiento.
Un poco de historia inmed¡ata
La común apelación -más o menos explícita, según los casos- a un humanismo de inspiración cristiana, como base de la acción política; la aceptación teórica y práctica del decisivo papel del Estado en la vida económica y social de hoy; la reivindicación de la ¡niciativa privada y de la economía de mercado y, al mismo tiempo, la consagración de un régimen mixto de empresas privadas y públicas; el derecho general a una educación amplia y gratuita y la libertad para crear y desarrollar centros de enseñanza, investigación y cultura; los servicios de seguridad social para todos los ciudadanos, etcétera, son principios y supuestos que comparten, casi sin particular especificidad, los partidos democristianos, liberales y socialdemóciratas de Bélgica, Italia, Holanda, Alemania, Francia, Luxemburgo, etcétera.
La política italiana de «centro-siniestra», la alianza entre liberales y socialdemócratas en la República Federal de Alemania, las múltiples y reiteradas combinaciones gubernamentales en Europa entre elementos de estas tres grandes familias políticas, no son uniones contra natura sino prácticas derivadas de una coincidencia básica y fundamental. Las diferencias que subsisten son de detalle y coyuntura, de clanes y grupos, y su único soporte es la historia.
La ausencia de esa historia es lo que ha permitido a Suárez interiorizar dicha coincidencia. En UCD pueden convivir y cpriviven grupos y personas, liberales, socialdemócratas y democristianos, sin una sensible competencia exterior, porque esos significados histórico-ideológicos no habían tenido una concreción, clara y popular, a nivel de partido, bajo el régimen franquista.
Los únicos liberales agrupados con los que uno podía tropezarse allá por los años 50 y 60 eran los de Unión Española, pero la resistencia de Joaquín Satrústegui para sacrificar la identidad monárquica de su organización, en aras del futuro gran partido liberal español, era, en 1975, todavía invencible. Los socialdemócratas como grupo -y con la salvedad de una eventual aunque poco probable, decantación del PSOE en dicho sentido- son fruta tardana en la democracia y no pienso que puedan exhibir veleidades de resistentes.
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