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La feria de Sevilla / y 3

Ni un toro "completo" entre los sesenta que se lidiaron

Ni un toro completo verdaderamente bravo -hemos dicho un toro con su trapío y su fortaleza- hubo en toda la feria de Sevilla, entre los sesenta que se lidiaron desde el 14 al 23 de abril. No es un dato excesivamente llamativo, puesto que en otras ferias de la pasada temporada sucedió igual.

Hay que pensar seriamente en que nos encontramos en una época de crisis ganadera. Pero hay que considerar la posibilidad, también de que no es el toro bravo, en sentido estricto, lo que las empresas compran para las ferias, sino «el que se deje pegar muchos pases» (caso de los Núñez en sus distinta versiones) o, en otro orden de gustos cara a las taquillas, el que tenga leyenda o novela (caso de los miuras y los victorinos).Quizá, entonces, convendría que los organizadores de corridas de toros dieran entrada a otros hierros que apenas se ven en los grandes ciclos taurinos, pues hay donde elegir entre las doscientas ganaderías de bravo con que se cuenta en la actualidad. A muchas de las figuras quizá no les gustaría el cambio, pero no parece que su cartel sea tanto que puedan ir con imposiciones. Hoy no tenemos el clásico mandón del toreo, pues quienes en realidad mandan son los empresarios que los llevan en exclusiva.

Hubo en la feria corridas que embistieron -caso de la de Carlos Núñez-, reses muy boyantes, pero toros verdaderos con resistencia suficiente para aguantar los primeros tercios casi completos, casta y cierta bravura sólo fueron los de Salvador Guardiola, que lidiaron los «modestos» en el festejo inaugural y aun teniendo en cuenta que algunos de ellos presentaron dificultades.

Del resto de las corridas apenas hay ejemplar que se salve. No tenían fuerza casi ninguno, y por esta razón la norma fue el puyacito y cambio de tercio. Los benítezcubero, torrestrellas y ordóñez estuvieron bien presentados, pero cada uno de estos hierros hacía bueno al anterior: lo de Benítez Cubero embistió (con reservas); lo de Domecq, poco (con excepciones), y lo de Ordóñez, nada (sin excepción que valga). Esta última ganadería fue el gran fracaso y propició el gran aburrimiento, con ocho toros (incluidos los de rejones, con el hierro de Belén Ordóñez), que se paraban a escarbar ya a la salida de chiqueros y que no desdecían la desesperación de su mansedumbre hasta la muerte.

La corrida de Urquijo defraudó, pues se paraba; la de Miura pegó el petardo, con una presentación inadmisible, sobre todo en lo que se refiere a los pitones escobillados, y tampoco tuvo fuerza; la del marqués de Domecq presentaba asi mismo cornamentas que no debieron pasar inadvertidas (como, por lo visto, ocurrió) en el reconocimiento veterinario, y lo que resta -Manuel González, Núñez, Osborne- no tenía trapío. Hasta se apuntilló en plena lidia un osborne, por inútil. Sin presencia y sin fuerza, no se le picó. Fue el que corneó a Paquirri. Hemos oído decir que se rompió una pata al acudir al cite en banderillas del torero. Nuestro testimonio -si vale- es que no hubo tal cosa. Vimo con todo detalle la suerte, pues la seguimos con prismáticos. Por lógica, no solemos utilizarlos en los tercios de banderillas, por el movimiento y dispersión que hay en ellos. Pero en aquella ocasión el toro salía de tablas, debajo mismo de nuestra localidad, y en el centro del ruedo esperaba el torero, a pie firme, lo que nos ofrecía un plano ideal para coger la escena en primeros términos. Pudimos apreciar con detalle el leve quiebro, el embroque, la cogida y no detectamos en el toro otra anormalidad funcional que las dichas. Quizá fue el esfuerzo mismo de derrotar y derrotar, de levantar en vilo al torero, lo que acabó con las pocas fuerzas del osborne, que se acostó de inmediato y ya no se podía levantar. Hubiera sido un bochornoso espectáculo, de no estar precedido por el hondo dramatismo que habíamos vivido minutos antes.

Con semejante género los picadores sobraban, o poco menos, y además, la mayoría se empeñó en picar tapando la salida a los toros.

La suerte de varas estuvo entre lo más lamentable de la feria. En cambio, los subalternos a pie realizaron, en conjunto, una tarea digna y hasta hubo conatos de excelente toreo a una mano, por parte de Alfonso Ordóñez y Chaves Flores, principalmente, lo cual subrayó el público con fuertes olés y ovaciones. Pirri, con sendos pares de banderillas exepcionales, hubo de saludar dos veces montera en mano.

Finalmente, el éxito económico de la feria fue rotundo. Los llenos se sucedieron desde la segunda corrida hasta la última, con numerosas tardes de «no hay billetes», y hubo gran ambiente en Sevilla durante la semana de farolillos. Como siempre, por otra parte. Pues la feria de Sevilla está en las casetas, pero no tendría sentido si en La Maestranza no hubiera toros.

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