Ceaucescu afianza su poder tras la "purga" de los "liberales"
El camión se había detenido ante un montón de nieve y no dejaba paso al taxi. No parecía un camión militar, lo que seguramente indujo al taxista a protestar en voz demasiado alta y a hacer sonar la bocina un par de veces. Del camión bajó un miliciano, corrió hacia el taxi -en el que viajaba el enviado de este periódico- y golpeó el parabrisas. Al ver al miliciano, el taxista, demudado, permaneció inmóvil; pero el otro consiguió abrir la puerta delantera, gritó un instante y le dio una bofetada. Esto ocurrió hace apenas unas semanas, en el bulevar Aviatorilor, cerca de Parcul Herastrau, en pleno centro de Bucarest. A diez metros, un policía de tráfico, que seguía atentamente la escena, se alejó rápidamente, sin volverse. La militia parece ser en Rumania un poder inapelable. Por eso, quizá, el señor Marcelino Camacho, líder de Comisiones obreras, que suele viajar con frecuencia a Bucarest, dijo allí el año pasado, durante una comida que le ofreció un grupo de españoles: «Nosotros, en España, haremos algo muy diferente.» Camacho, claro está. habló en voz baja, o en «privado», pese a su amistad con «el hijo más amado del pueblo», el presidente Nicolás Ceaucescu, « pensador y creador de la Rumania moderna».Recientemente, cuando el redactor de este diario llegó a Bucarest, ya habían sido retirados de la ciudad los affiches y fotografías con los que el «pueblo» festejó el sexagésimo cumpleaños del «continuador de Miguel el Valiente» (unificador de Rumania en el año 1600). Tampoco quedaban ya muchos rastros del terremoto que asoló la capital a comienzos de 1977, Según nos explicaron varios rumanos y diplomáticos extranjeros, la rápida reconstrucción se debió a la eficaz acción de la militia, cuyos depósitos secretos de armas y de oro saltaron a la luz, precisamente, durante la catástrofe. Pero en esos días se hablaba sólo de la «purga» que se avecinaba, muy conectada -según nos anticipó un escritor ligado al partido- con la «rebelión» de los mineros de Jiu, del 10 al 15 de agosto de 1977, con el «caso Goma» y con los sucesos del stadium municipal de Bucarest, en junio, que constituyeron la primera revuelta popular registrada en Rumania en muchos años de dictadura.
Un motín en Bucarest
Ese motín, del que apenas se ha hablado en Europa occidental, se produjo, al parecer, a causa de la corrupción que envuelve a importantes sectores dirigentes del país. El 13 de junio del año pasado se organizó en el stadium una gran función folklórica para conmemorar el centenario de la independencia. Cientos de miles de personas intentaron asistir al espectáculo, y las autoridades municipales aprovecharon la ocasión para vender miles de billetes más que los admitidos por la capacidad del stadium. Al no poder entrar, la muchedumbre, enfurecida, empezó a gritar, primero contra los responsables del asunto y, después, contra el propio régimen. La militia intervino inmediatamente. pero fue desbordada. Después, grupos de docenas de espectadores se lanzaron al campo y quemaron un retrato de Ceaucescu. Entonces la refriega se generalizó y los milicianos tuvieron que llamar al ejército, que hasta envió un tanque al lugar. «Fue una explosión de furia colectiva, algo nunca visto aquí -nos dijo nuestro amigo, el escritor- Al final, la tropa pudo dominar la revuelta, pero hubo por lo menos media docena de muertos y cientos de heridos. Este escándalo, precedido por el de Goma y seguido, en agosto, por el de Jiu, conmovió a las instancias más altas del partido y del Gobierno, y Ceaucescu, alertado ya por otros casos de corrupción que había podido comprobar personalmente, ordenó que el comité ejecutivo del PCR preparara un informe especial.
A mediados de marzo último estalló la bomba: tras una reunión de urgencia convocada por el presidente, siete ministros y cuatro de los diez secretarios del Comité Central fueron destituidos, lo que, a continuación, provocó la remoción de cientos de funcionarios menores del aparato político del partido, el Gabinete y los sindicatos. Tras la purga, Ceaucescu y su esposa, Helena Ceaucescu, incorporada en 1977 al comité permanente del PCR -verdadero núcleo del poder «socialista»- aparecen, prácticamente, como los árbitros supremos -y únicos- del sistema.
La caída de un «liberal»
La remoción más siqnificativa fue la del señor Cornel Burtica de 66 años. que a partir de 1974 empezó a desempeñarse como ideólogo visible del régilmen Burtica. miembro del comité permanente. ha sido transferido ahora al puesto anodino de ministro de Comercio Exterior. que ya había ejercido entre 1969 y 1972. A comienzos de 1977. Burtica intervino personalmente en la «solución» del famoso «caso Goma». el escritor y periodista rumano que intentó iniciar un movimiento de protesta contra la dictadura. en favor del respeto de los derechos humanos en el país.
El 6 y el 12 de marzo de 1977, Burtica. unido por lazos de parentesco a la familia Ceaucescu. se entrevistó con Paul Goma y le prometió que alguno de sus libros, hasta entonces prohibidos por el partido. serían publicados. Burtica le dijo también. según reveló Goma más tarde. que las reivindicaciones del literato y de otros diez intelectuales. podrían ser firmadas, incluso por el propio presidente Ceaucescu. Poco antes, Goma le había enviado al jefe del Estado varias cartas, en las que lo instaba a «escuchar al pueblo» y le reprochaba la dura represión impuesta por el PCR. Después de sus entrevistas con Burtica, Goma desapareció de Bucarest (fue internado, aparentemente, en una cárcel del interior) pero en abril. la policía lo autorizó a abandonar Rumania. La militia también proporcionó pasaportes a los demás signatarios de la carta sobre derechos humanos. Goma vive actualmente en París. Ceaucescu lo calificó de «bromista y zascandil» y de «traidor a la patria». y dijo en esa ocasión que en Rumania «no habrá otra democracia que la de la clase obrera ».
Burtica ha sido considerado. desde entonces el dirigente más «liberal» del Partido Comunista rumano, y se le atribuyeron enfrentamientos con Dumitri Popescu y Stefan Andre. también miembros destacados del secretariado del comité central. A fines de febrero. Popescu representó al PCR en la conferencia de partidos comunistas de Europa del Este. en Budapopest: por su parte Andrei "saltó" sorpresivamente al comité permanente antes incluso de pertenecer al staff del buró ejecutivo del partido.
Pero la caída de Burtica no se debe. según los diplomáticos extranjeros. sólo a su intervención en el caso Goma sino también a la escasa simpatía con que Helena Ceaucescu venía observando el crecimiento internacional de su figura. Responde. a la vez, a la «tolerancia» de Burtica en materia de escándalos financieros, como el descubrimiento en la región de Otenia, donde el mismo Ceaucescu comprobó, en el curso de una visita que se le habían trucado por completo las cifras de producción de algunas grandes empresas de la zona.
La número dos
Junto con Burtica. ha sido desalojado de la cumbre, el señor Illie Verdet. de 52 años que el verano pasado sufrió un fracaso estruendoso al no poder contener la huelga de mineros de Jui. Ese paro, obligó al régimen a ciertas concesiones salariales y Verdet hasta llegó a ser tomado como rehén por los obreros. Ceaucescu tuvo que presentarse en las minas para aplacar la rebelión, y allí vio como los huelguistas pintaban bigotes hitierianos en sus retratos. En cambio, la «decapitación» de Ion Patan, relegado hoy al Ministerio de Suministros de Material Técnico y Control, y de Florea Dumitrescu. cuyo Ministerio de Finanzas ha pasado a manos de Paul Niculescu-Mizil -también viceprimer ministro e integrante del comité ejecutivo- tendría únicamente el propósito de consolidar la figura de Helena Geaucescu, la «número dos» del partido y verdadera artífice. no sólo de esta «purga» sino también de la realizada durante los últimos meses en el Estado Mayor del Ejército. en el cual han sido removidos alrededor de veinte oficiales de alta graduación. En ese aspecto el poder de la señora parece absoluto, y pesa -según nos indicaron varios dippmáticos- sobre aquellos funcionarlos del partido o del Gobierno cuyas esposas resulten demasiado «atractivas» para los cánones de austeridad del régimen. Helena Ceaucescu habría sido también quien ordeno) la demolición de la iglesla de Calca Victoria. en el centro de Bucarest que al parecer no satisfacía sus Lustos estéticos.
Las clínicas psiquiátricas
Falta por saber aún cuál será el destino definitivo de los purgados de marzo. Nadie cree en Bucarest que Burtica o alguno de sus compañeros de infortunio formen un grupo de oposición en el interior del sistema. El control de la militia, tanto de la oficial como de la secreta (unos 20.000 hombres) es absoluto. Y para los «locos» eventuales existen varias clínicas psiquiátricas.
De acuerdo con los datos que pudimos recoger. confirmados por varias fuentes dos de esas clínicas funcionan en el mismo Bucarest, en el hospital de Balancea y, en el de Couia. Hay además departamentos secretos o de «tratamiento especial» en los hospitales de Petru-Grozza en Transilvania de Polana-Mare. en el sur del país, y de Sapoca. en el distrito de Buzau. En todos ellos estarían siendo «tratados» más de doscientos «enfermos» políticos, que padecen, según los diagnósticos oficiales, «psicopatías paranoicas». «delirios de persecución» o «psicosis delirantes reivindicativas». Esos «enfermos» se caracterizan también por su «comportamiento antisocial paranoico». como el obrero Vasile Paraschiv. ex miembro del PCR, que se atrevió a mandar una carta a la Conferencia de Seguridad y Cooperación Europea (CSCE), concluida en marzo en Belgrado, en la cual denunciaba, junto con Goma. la violación sistemática de los derechos humanos en Rumania. A este obrero se le ha permitido ya emigrar, pero otros «pacientes» fueron internados desde entonces por haber pedido el pasaporte o por intentar salir ilegalmente del país.
No obstante, los psiquiatras de la militia rumana mantienen todavía el asunto con cierto «decoro» científico, y según el doctor Ion Vianu. refugiado en Suiza, no se han atrevido a adoptar determinadas fórmulas de diagnóstico empleadas desde hace tiempo por sus colegas soviéticos, como la de la «esquizofrenia tórpida», es decir, la «esquizofrenía sin síntomas», que en la URSS «sufren» bastantes contestatarios.
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