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Tribuna
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Eurovisión: un festival anémico mantenido por la inercia

Esta noche. en el Palacio de Congresos de la Porte Maillot (París). tendrá lugar el vigésimo segundo Festival de Eurovisión, entre la más absoluta de las indiferencias.El camino recorrido por el festival desde 1956 en Lugano se halla tachonado por un contenido musical que no resiste ni la más benevolente de las críticas. Sin embargo, es desde un punto de vista sociopolítico donde su interés adquiere características situadas entre lo surreal y lo esperpéntico.

La historia del certamen comienza para nosotros en 1971, año en el cual pasó a participar Televisión Española, que de forma modélica se encargó de convertir el evento en una cuestión de orgullo nacional. En pleno despegue de nuestro milagro económico, Eurovisión era un vehículo ideal para dar a conocer en Europa nuestra presencia, hasta entonces sólo constatada por los miles de trabajadores que el Plan de Estabilización lanzó a la CEE y a las postales que incipientes turistas enviaban desde nuestras edénicas playas.

Bodrios musicales

Así las cosas, TVE pasó a competir de igual a igual con otras naciones, representada, al igual que ellas, por unos bodrios musicales que recibían el pomposo nombre de canciones. Cada año, los españoles esperaban el rito. que pasando por encima del purgatorio estético que suponía la presentación de esas canciones. se centraba en las votaciones subsiguientes. Allí comprobábamos cómo los franceses (gabachos redivivos) hacían muestra de su chauvinismo votando países de su propia lengua, como Portugal y España intercambiaban agradecidos votos (tal vez alguna cláusula secreta del Pacto Ibérico) y cómo los ,griegos ofrecían siempre una imagen de enternecedora soledad.

En aquellos tiempos, el festival resultaba excitante. Ese orgullo del que antes hablaba se transformaba en conatos de ira cuando la leyenda negra hacía que Holanda o Bélgica nos ignorase (inquina ancestral) a la hora de repartir premios. En realidad por ahí fuera no se tomaban la cosa tan a pecho y una vez ganado un premio, la mayoría de los .países hacían todo lo posible por no repetir.

Massiel barre

Pero en esta vida todo toca techo y éste se alcanzó para España en el año 1968. Entonces, después de la afirmación catalanista de Serrat. fue a Londres una Massiel minifaldera y racial que barrió con todo. incluso con el favorito: un Cliff Richard venido a menos. ¡Se había ganado! Al año si guiente y por esas cosas de la vida, el festival (a realizar en Madrid) tuvo como consecuencia insólita que se levantara aprisa y corriendo el estado de excepción ante la amenaza de los nórdicos de boicotear tan magno acontecimiento.

Entonces ganó Salomé, ex-aequo con Holanda. Inglaterra y Francia. Se había conseguido casi todo en dos años y el festival de Eurovisión dejó de revestir ese pelaje entre reivindicativo y propagandístico que tuvo, arrastrándose penosamente por las ondas todos los años un día cualquiera de primavera.

Este año el elegido por TVE ha sido el canario José Vélez, un perfecto desconocido que sonrie en el spot de presentación desde un camello. desde una playa, desde un hotel de lujo, sonriendo siempre y moviendo sus brazos como una tierna gaviota atlántica. Cuando los problemas en las islas son objeto de atención casi diaria, nos ha asaltado desde el televisor y sin previo aviso una canción tan mala y ramplona como era de esperar, enmarcada en ese ambiente típico y tópico de unas Canarias que, de creer a los responsables de Prado del Rey, siguen siendo afortunadísimas.

José Vélez no va a ganar, o tal vez sí. Eso no tiene la menor importancia, ya que Eurovisión ha pasado a ocupar cada vez más su verdadero puesto: un rato de música insoportable seguido por un juego de despropósitos en forma de votación que cada año encuentra más televisores apagados. eso es todo.

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