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Tribuna:Marruecos y el Sahara occidental: un conflicto que permanece/ 1
Tribuna
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Un ejército en búsqueda de identidad

Llegar a la capital del Sahara occidental después de haber trabado conocimiento con la realidad de los campos de refugiados saharauis instalados cerca de Tinduf, en Argelia, permite abarcar con profundidad la dimensión del drama humano y precisar mejor los contornos del gran interrogante bajo el que se debate el pueblo saharaui. Nuestro enviado especial ha efectuado ese viaje y, en esta primera crónica, describe algunas de las problemáticas a que sigue enfrentado el Ejército marroquí para acometer la labor de «pacificación» que le ha sido encomendada.

Una fortaleza inexpugnable... En el Estado Mayor marroquí, instalado en el antiguo Gobierno Militar español, todas las opiniones son concordantes: la capital del Sahara occidental es uno de los lugares más tranquilos del mundo gracias a la efectividad de los medios de defensa instalados a su alrededor y al derroche de centinelas que jalonan el perímetro urbano. El comandante Driss, a quien incumbe la tarea de demostrar la «normalización» a los visitantes extranjeros, asegura que es materialmente impracticable una penetración del «enemigo argelino» (los marroquíes no mencionan al Polisario con otro nombre), y gracias a ello no se habría producido una sola agresión en cerca de dos años.Esta visión idílica contrasta con la atmósfera de tensión perceptible en la parte moderna de El Aaiún; mucho más densa en las zonas aledañas donde se concentra la población saharaui. Aunque la oficialidad marroquí detesta considerar la capital como, una zona sitiada, lo cierto es que la prodigalidad con que puede verse el color caqui del Ejército y la desconfianza con que se observan a los raros transeúntes nativos, al caer la noche, son signos que no se prestan a equívoco: todo saharaui, con muy raras excepciones, es un enemigo en potencia y necesita ser cuidadosamente vigilado.

La estrategia puesta en práctica por el mando militar no difiere en mucho de la que mantenían los españoles en su época, según la opinión del Estado Mayor, en donde aseguran haber estudiado minuciosamente las tácticas del general Salazar, a quien encomian por la manera en que organizara la defensa de El Aaiún en el momento de la «marcha verde». La capital y otros puntos importantes, como Smara, Tifariti, Bojador y Guelta Zemur, han sido rodeados de un cordón defensivo con una profundidad de seis a ocho kilómetros, que se consideran infranqueables. El Estado Mayor ha desechado la idea de un control absoluto del territorio, prefiriendo limitar el número de guarniciones fijas, demasiado vulnerables, a cambio de una mayor movilidad de sus efectivos con la intención declarada de impedir el asentamiento de los polisarios.

Las «unidades pulga» de las secciones auxiliares del viejo Tercio, integradas por seis a ocho vehículos, con una dotación compuesta en parte de tropas nómadas, tenían una movilidad y un radio de acción del que parecen carecer las pesadas columnas motorizadas marroquíes. La única carretera controlada casi permanentemente por éstos es la que va de Bu-Craa a El Aaiún, donde han sido desplegadas dos bases fijas en los primeros cincuenta kilómetros, y otra de menor cuantía instalada en el cruce de la referida carretera con la que se dirige a Smara.

La presión del Polisario

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Pocos días antes de nuestra llegada a Bu-Craa, el Polisario había efectuado un ataque con mortero a la altura de la estación número cinco de la cinta transportadora de mineral, actualmente paralizada, lo que nos fue totalmente desmentido por las autoridades militares. Sin embargo, en las conversaciones que pudimos mantener con algunos camioneros y parte del personal español de Bu-Craa surgieron elementos concordantes que luego pudimos verificar en El Aaiún de fuente española y saharaui.

La historia de las torres caídas de Bu-Craa no es menos significativa: los marroquíes no se ponen de acuerdo sobre las que se llevó el viento y las que pudieron haber sido saboteadas por los guerrilleros. El comandante Driss y dos oficiales de la guarnición de Bu-Craa nos indicaron que desde el segundo semestre de 1976 no ha habido el menor incidente en la mina ni se ha visto al Polisario en muchas leguas a la redonda. Hubo, eso sí, algunos sabotajes de la cinta en los primeros meses que sucedieron a la firma de los acuerdos tripartitos, pero desde la fecha indicada hasta ahora la normalidad es total. Para reafirmar estas apreciaciones, el cornandante Buzian, jefe de la guarnición de Bu-Craa, nos brindaría un largo paseo en su Land-Rover por el interior del perímetro defensivo, antes de asegurarnos que «la noche sería tranquila», lo que resultó ser totalmente cierto.

La realidad abarca otros elementos que la hacen más diferenciada. La mina de Bu-Craa se encuentra parada por falta de energía eléctrica debido a un ataque del Polisario que se remonta a un año y medio, según el ingeniero español Juan José Mamano, y, si bien es cierto que tres de las torres del tendido eléctrico fueron derribadas por el viento, el número de las que cayeron fue doce, y no precisamente a causa del «siroco».

Confinadas en un número limitado de guarniciones, las tropas marroquíes son un blanco relativamente fácil para el Polisario, que cuenta con la ventaja de elegir el instante de sus hostigamientos y conocer infinitamente mejor el desierto. El Estado Mayor marroquí afirma que, de todas maneras, todo es cuestión de tiempo, ya que «cada vez son menos los polisarios que se pueden volver impunemente a Argelia», aunque reconoce que al Sahara no hay fuerza que pueda controlarlo. Para trasladarse de un punto a otro se utiliza casi exclusivamente el helicóptero y, sólo con intervalos de diez o más días, se organizan expediciones de camiones y automóviles a los que se les facilita una imponente protección armada y una cobertura aérea. Tan sólo así es posible ir, por carretera, desde El Aaiún hasta Smara o Tarfaya. La ruta de Smara es minada regularmente por losp guerrilleros, según los españoles.

El Ejército no se plantea preguntas

El Ejército marroquí no se plantea interrogantes sobre la misión a que ha sido encomendado en el Sahara occidental, pero por poco que se insista surge el disgusto provocado por esta guerra de desgaste, a la que le cuesta adaptarse. En El Aaiún impera el convencimiento de la ineluctabilidad de una guerra convencional con Argelia para «sacar el tumor ». Las referencias a la derrota sufrida por efectivos argelinos en Arngala, a manos de los marroquies, es evocada con fruición: «Nosotros -afirman en el Estado Mayor- podríamos infiltrarnos en el Sahara argelino con mayor facilidad que el Polisario en nuestro Sahara.»

Imagen ilusoria o convencimiento absoluto, lo cierto es que los marroquíes consideran que el tiempo les dará la razón militarmente. Si ellos, pierden diez o veinte hombres pueden reponerlos con cuarenta o cincuenta, pero si el Polisario sufre diez bajas le es mucho más difícil sustituirlas, en la medida en que una de las misiones encomendadas a las tropas marroquíes es localizar a los grupos de nómadas para llevarlos a los centros urbanos, en el contexto de un plan de urgencia preparado por Rabat para facilitar la sedentarización de los saharauis.

La formación de unidades auxiliares saharauis es otra de las preocupaciones actuales del alto mando. Como normativa se ha seguido el método de ascender automáticamente en grado a aquellos saharauis que formaban parte de las fuerzas auxiliares españolas. El presidente del Consejo Municipal de El Aaiún, y antiguo procurador de las Cortes españolas, Bachir Ould, quien vistió el uniforme español durante dieciséis años, calcula en 3.500, el número de saharauis armados de que dispone Marruecos.

Estos c álculos del atildado presidente, que se define como «más español que los españoles» en los tiempos pasados, no corresponderían a la realidad en opinión de otros interlocutores saharauis interrogados durante nuestra permanencia en El Aaiún, y a los que prometimos no identificar por razones obvias. Estas personas consideran totalmente ineficaz la labor de captación llevada a cabo por el Ejército e idéntica opinión, sin una sola excepción, es sustentada por los residentes españoles, incluso quienes afirman estar en El Aaiún por una simple conveniencia económica. Es desproporcionado, sin embargo, asegurar que todos los jóvenes de El Aaiún se han marchado al desierto para incorporarse al Polisario, pero no hay duda de que una gran mayoría de ellos sí lo ha hecho, como parece no menos, evidente que el movimiento independentista saharaui es ahora mucho más popular que antes, por motivos que tienen bastante que ver con el instintivo rechazo con que, al menos actualmente, contempla el nativo a los marroquíes.

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