Subirse el pantalón
Cuando ya lo dábamos todo por perdido, cuando ucedé había caído en la retórica del españoles todos, recordada ahora por Amilibia, cuando ya no había nada que hacer, en esto que llega Suárez y se sube el pantalón, con un gesto generacional, un gesto que es suyo y de todos nosotros, y que también lo tiene Martín Villa: son hombres de chaqueta descruzada que se pegan con facilidad ese tironcito hacia arriba del pantalón, por los bordes del cinto, antes de cabalgar de nuevo. Una cosa cheli.Somos todos un poco horteras. Somos una generación de niños de derechas que han tirado un poco para la izquierda o se han quedado en el centro. Un gentleman jamás se subiría el pantalón en público, con ese tironcito que revela por abajo las canillas inconfesables. Me lo dijo Jacinto Miquelarena en París, antes de tirarse al Metro con una carta de la empresa en el bolsillo:
-Un caballero jamás se viste de marrón.
Un caballero jamás se tira del pantalón en público, ni una señora de la faja, pero somos gente de medio pelo y nos ha quedado ese gesto chulín e inseguro. Cuando Fraga nos había azotado con un látigo hecho de sus propios tirantes nacionales, cuando Carrillo había insistido sobre la víctima con el flagelo de su ironía, cuando Felipe González le había negado su amor galán al cuerpo desnudo del consenso, cuando todo era como una Historia de O y la Constitución, hermosa, esclava y noble tenía una argolla en la nariz, entonces Adolfo Suárez se sube el pantalón, interviene inesperada y finalmente y salva la patria para otros tres meses.
Me parece que estamos en eso: en uno de los gestos audaces y cheli del presidente. Supongo que a Fernando Onega le va a mandar a Casa de las Semillas, a cultivar preposiciones de girasol, después del letárgico discurso que le hizo.
El, con cuatro notas, se ha defendido mucho mejor.
Las damas habían ido la tarde anterior para ver al presidente con las ojeras moraítas de martirio, pero fue a la tarde siguiente, mientras las señoras estaban en sus peluquerías desenamorándose de Suárez y desrizándose un poco las puntas, cuando el presidente tuvo su mejor gesto de subirse el pantalón, como hemos hecho todos en nuestro primer alterne de provincias, para fijar un calendario implacable.
Quiero decir que estamos en el gesto, nada más que en el gesto, y que el Gobierno se reduce a UCD y UCD se reduce a Adolfo Suárez, y Adolfo Suárez se reduce a un repertorio de gestos magistrales, como el índice levantado de Luis Miguel cuando se proclamaba el primero (Manolete había muerto en la cola del aceite, contra lo que digan los historiadores de la fiesta, entre ellos mi querido Zavala). Desde que Suárez está aquí, hemos vivido de sus gestos: aquella manera que tuvo de mirar el reloj para irse, insolentemente, a los pocos minutos de haber disuelto en cuarenta segundos un Consejo Nacional del Movimiento de cuarenta años.
Puro cheli. El novio con poder que mira el reloj para cortar el rollo sentimental a la novia. El hombre que, cuando un diputado UCD ha ganado para él una batalla perdida -como Moro le ganó, lamentablemente, la de la pesca marroquí-, enciende un cigarrillo, sin aplaudir ni nada, dando la cosa por resuelta. Luego le dará un carguete a Moro, como se lo ha dado ahora.
El maestro Laín y yo debatíamos el otro día los conceptos de cheli en un cóctel de La Zarzuela, mientras el Rey hacía con los escritores campechanía que sería cheli si no fuese puramente borbónica. Lo cheli es subirse el pantalón con un tironcito chulín para decirle al país que esto va a funcionar queramos o no. Todo indica que no, que esto no va a funcionar, pero de momento, como digo, un gesto de Suárez da para tres meses. Lo de subirse el pantalón es sólo un amago de ir a atacar. ¿Por qué no se ataca ya, como piden Fraga, Carrillo y Felipe, cada uno en lo suyo? Seguramente nos quedaremos en el gesto de Suárez, pero de todos modos ha sido un hermoso gesto.
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