Alberto Gutiérrez
Las dos maneras más extremadas o antagónicas de plasmar el firmamento pueden hallarse, respectivamente, en los frescos indelebles del Beato Angélico y en la efímera actividad que, hace poco más de un decenio, llevó a cabo la llamada ecole nuagiste de París. De rodillas pintaba aquél los cielos, con la devoción de quien asiste a la proclamación de un dogma, en tanto los nuagistas (de ahí su nombre) se limitaban a sorprender el paso de las nubes, sin otro alcance que su físicoy diario hacerse y deshacerse. El cielo, pues, o como teología, o como pura,y simple meteorología. ¿Hay quien medie en el lance? Alberto Gutiérrez, coyuntural intérprete de las constelaciones, al amparo o reclamo de la ciencia-ficción, hoy tan en boga.
Alberto Gutiérrez
Galería MultitudClaudio Coello, 17
Desde la portada del catálogo hasta la proyección cinematográfica con que se adorna y complementa la exposición, más la música ambiental que la secunda, viene Alberto Gutiérrez a ofrecernos algo así como su particular versión episódica de la Guerra de las galaxias. Y para que el espectáculo se le haga más sorprendente al visitante, no duda el artista en adjetivar el conjunto de lo expuesto con un premeditado agravante de nocturnidad. Todo ocurre de noche; una noche estrellada, velada y algodonada, a vista de pájaro (perdón, de cápsula espacial), dividida en tantas parcelas como ilustraciones tiene una geografía escolar o cromos un álbum del género.
Y si de tales asuntos de ciencia-ficción no suele ausentarse una pizca de hilaridad, tampoco falta un guiño de buen humor en los cromos amplificados de Alberto Gutiérrez. Comienza el catálogo por reproducir en la portada la fugada disposición de las letras que adornaban el cartel de la antedicha Guerra de las galaxias y termina por asemejarse a una especie de traciatus, en cuyo sucesivo encabezamiento campean 52 títulos que se dejan acompañar por casi un centenar de citas (95, exactamente) de varia erudición, amén de un prólogo debido a afable ironía de sus dos firmantes y el concurso de una holgada treintena de animosos colaboradores.
Entre la interpretación teológica y la versión meteorológica del firmamento, Alberto Gutiérrez nos trae la mediación y el regalo de unas cuantas estampas en color (cloured plates llamaba Verlaine, a fin de cuentas, a las Iluminaciones de Rimbaud) que, en vez de pegarse en el coleccionable del caso, tienen por soporte las paredes de una galería. Estampas coloreadas y músicas celestiales, concertadas y urdidas con el ánimo de trocar la pintura por un viaje festivo desde la isla de Menorca, residencia del artista, al mismísimo y siempre recurrido lucero del alba.
Babelia
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