Gloria García
«Aquí hay mucho cubismo», cuentan que exclamó Matisse ante una de las primeras exposiciones de aquel grupo vanguardista que, apenas iniciado el siglo, había de decidir sentido y alcance del arte de nuestro tiempo. Cobró fortuna el vocablo, y cubismo se llamó, a contar de tal día, el ejercicio geometrizante (cúbico) con que Picasso y sus huestes acertaron a definir la nueva faz de las cosas y la angulación misma de nuestro mirar. Vuelta hoy la vista atrás y contemplado imparcialmente el desarrollo del arte contemporáneo, no sería muy osado reconvertir la frase y exclamar llanamente: «Aquí hay mucho matissismo».También en la exposición de Gloria García abunda el matissismo. Y lo digo con sincero acento encomiástico, o por desvanecer una opinión que en el acto inaugural escuché casi de boca en boca; opinión, sin duda, dictada por una visión superficial de lo expuesto, cuya práctica totalidad venía a asignarse al precedente próximo de la pintura yanqui, sabedores, los más de los concurrentes, de que nuestra artista ha residido habitualmente en Norteamérica. No seré yo quien niegue tal ascendencia, pero no sin reconocer la sólida enseñanza europea, presidida por Henri Matisse, en que funda Gloria García sus originalísimas creaciones.
Gloría García
Galería Vandrés. Don Ramón de la Cruz, 26.
Con hondura y claridad ha afrontado Gloria García el problema de la pintura actual y de la suya propia, recorriendo a la inversa, punto por punto, la senda evolutiva que del arte moderno (en su específica transición de Europa a América) suelen trazar textos y manuales. Gloria García se ha propuesto, clarividente y arriesgada, desandar el camino, de suerte que, partiendo de ciertas modalidades abstraccionistas de la pintura americana, ha llegado a aquellos preclaros orígenes europeos en que prima y resplandece la figuración, y en cuya nómina se inscriben nombres de tal magisterio y resonancia como los de Villon, Delaunay,... y, a la cabeza de todos ellos, el de Matisse.
Fiel a esta tan patente y paciente actitud, digamos, de retroferencia, toda la pintura de Gloria García significa, fecha por fecha, un tránsito gradual, sin concesiones, desde el abstraccionismo hasta la figuración; un tránsito casi insensible (de tan explícito), alentado por la claridad y llevado a la práctica más en atención al propio hacerse (al reclamo interno) de las obras sucesivas que a lo que, según dije, suelen contarnos textos y manuales. Si Jehová dispuso, a lo largo de seis días, el escenario que el nacimiento del hombre reclamaba, Gloria García se ha esmerado en prevenir, cuadro por cuadro, la abstracción general de un clima en que la figura humana encuentre asiento y acomodo.
Babelia
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