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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Ante el Tribunal Eclesiástico

Tengo 33 años. Soy católica practicante. En auto de 17 de marzo de 1977, el juez del Juzgado de Segunda Instancia de La Coruña dictó medidas provisionales de separación conyugal encomendándome, en tanto que el Tribunal Eclesiástico de Madrid hacía definitivas las medidas provisionales, la custodia de los cinco hijos habidos en mi matrimonio canónico, matrimonio que a no ser por mis cinco hijos hubiera sido el más trágico error de mi vida. Con autorización y con la ayuda de mi familia, mis hijos y yo nos trasladamos a un pueblecito de la provincia de Madrid a rehacer nuestras vidas física y psíquicamente. Mis hijos ya ríen, ya no se hallan amedrentados, viven confortablemente y hasta tienen juguetes y se educan en las pautas y principios de mi conviccion y práctica del catolicismo.Con el precedente de las medidas dictadas por el juez coruñés, abrigué esperanzas ciertísimas respecto a una igual conciencia, ecuanimidad y sensibilidad del Tribunal Eclesiástico número cinco de Madrid. Me ha evidenciado dolorosamente, inesperadamente, mi ingenuidad. Activado y detentado por ministros de Dios, ¿cómo iba yo a suponer que iba a encontrarme con lo que me encontré?

Con un Tribunal del Dios que manda amar al prójimo como a uno mismo que, incurriendo en un error que yo estaba dispuesta a disculpar, envía las citaciones de mis testigos para que comparezcan a declarar, al abogado que representa a mi marido, abogado que las reexpide al Tribunal Eclesiástico y éste a los testigos con una antelación de apenas quince horas y lo que ya es menos explicable, envía un réspice a mi abogado recriminándole la negligencia en que ha incurrido al enviar las citaciones que en ningún momento han pasado por las manos de mi abogado, como quedó sobrada y contundentemente probado. Esta prueba, a su vez probó la soberbia -pecado capital gravísimo- del Tribunal Eclesiástico número cinco, de los de Madrid, que en lugar de reconocer su nealigencia y su descuido, alegando razones torcidas y arrogándose atribuciones que no le competen, me envía un escrito imperativo y categórico ordenándome «cambiar de abogado» en el plazo máximo de diez días. Casualmente, en un proceso anterior, mi abogado, cuya solicitud, comprensión y ética jamás podré pagarle, había recurrido a una sentencia del Tribunal número cinco, consiguiendo, no sólo dar la vuelta a la sentencia, sino, además, que el juez de dicho Tribunal número cinco pagase las costas del juicio.

Por si esto fuera poco, el auditor que nos tomó declaración a mí y a mis testigos -¿es necesario dar su hombre y apellidos?- cuando mi madre fue a testificar aprovechó para calumniar a mi abogado y sembrar el recelo en mí y en rni familia. auditor que se niega a aceptar la evidencia de la escasa cuantía de los honorarios percibidos por mi abogado -los estipulados por la ley canónica- honorarios que son los autorizados pero, por lo visto, por su cortedad, los no usuales.

He recusado al Tribunal. Desde el 19 de febrero, el asunto está en manos de Su Eminencia el cardenal arzobispo de Madrid-Alcalá, única autoridad capacitada para resolver, pero que aún no ha resuelto nada. ¿No merece cierta diligencia el caso y la suerte de cinco niños de edades comprendidas entre siete y dos años?

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