Christiania, la ciudad más libre del planeta
Un grupo de escolares de enseñanza primaria acompañados de sus profesores entra en la recepción de la Ciudad Libre de Christiania. El profesor compra los tickets de entrada que dan derecho a un acompañante quien, a continuación, mostrará a los pequeños escolares la vida de esta comunidad de un millar de personas de todas las edades y clases sociales que se mezclan en Christiania.«Sociólogos de todas partes del mundo vienen a Christiania para analizar nuestra forma de vivir», me dice Per, un ex abogado de veintinueve años que un buen día abandonó su despacho burgués, renunció al confort y a la sociedad de superconsumo para «vivir libremente».
La recepción de Christiania cuenta con una biblioteca, una tienda de ropa, un bar-comedor y una permanencia para recibir e informar al visitante. Detrás del grupo escolar pasan dos señoras de avanzada edad; son dos turistas suecas que quieren información sobre esta experiencia social «única en el mundo».
¿Folklore o experiencia social? Los daneses están divididos sobre la existencia de Christiania. Más de veinticinco hectáreas situadas en el centro de la ciudad de Copenhague, propiedad del ejército danés, cuyas casas, barracones y hangares, sirven hoy de alojamiento a una heterogénea comunidad, que pretende vivir totalmente al margen de la sociedad.
Después de siete años de ocupación y de permanente lucha contra el Ayuntamiento y el Gobierno, los ciudadanos de Christiania obtuvieron, el pasado mes de febrero, una prolongación de supervivencia para su comuna. Por el momento, no vendrá la policía para expulsarlos. Ni los bulldozers de las inmobiliarias, que -origen de Christiania- pretendían arrasarlas viejas casas de este barrio popular y los desalojados barracones del ejército para construir modernos y caros apartamentos.
¿Hasta cuándo? «El tiempo trabaja a favor de Christiania» dice Per, convencido de que la solución cara al futuro es multiplicar las «ciudades libres», al es tilo de Christiania.
La buena conciencia de los daneses
«Las revoluciones no son posible en Dinamarca, porque en el último momento, cuando todo está preparado, empieza siempre a llover», comenta, sarcásticamente, Ole Wurtz, periodista danés, al referirse a la existencia de Christiania.
Los «ciudadanos'» de la comuna libre se muestran satisfechos de sus experiencias ecológicas de purificación del agua del canal que atraviesa su territorio. De la recuperación de chatarra, del trabajo artesano en sus talleres.
A los marginales de todo estilo y origen, se suman pequeños traficantes de droga que ofrecen, en plena calle, su mercancía al público. De vez en cuando, la policía entra en la zona y realiza controles, en particular contra extranjeros que no puedan demostrar una forma de subsistencia.
«No importa quién puede instalarse en Christiania, si encuentra un sitio donde alojarse», comenta Per. Si gana dinero, trabajando aquí o en el exterior, pagará un alquiler mensual de cien coronas (1.400 pesetas). Con ello se contribuye a pagar la luz y el agua, según mi interlocutor.
Luz y agua son los puntos de litigio principal entre «ciudadanos» de Christiania y autoridades. Los intentos de cortar el suministro por parte de las autoridades -por falta de pago- fracasaron ante las protestas. de los christianenses y otros ciudadanos daneses, partidarios de la «experiencia social» de Christiania.
«Este forma parte de la buena conciencia de la sociedad danesa», dice Ole. Hay que dar un refugio a los marginados, que huyen de la soledad, de una sociedad de bienestar.
« Sin vivir en Christiania sólo se puede ver su piel superficial» , comenta Per, insistiendo en los experimentos de toda índole de la comuna. Agricultura sin fertilizantes químicos, fabricación de bio-gas a partir de la basura, grupos sociales de estudio para una «nueva sociedad, más libre y más justa».
Esta válvula de escape, tolerada por el Gobierno socialdemócrata, no convence, naturalmente, a todos los daneses.
¿Por qué tenemos que pagar la luz de los marginados? ¿Con qué derecho ocupan una zona que podría convertirse en parques y jardines para todos los habitantes de Copenhague? ¿Por qué no pagan impuestos quienes viven en Christiania? Son algunos de los interrogantes de quienes critican la experiencia, sin llegar a combatirla.
Según Jacques Blum, en su obra Christianía, ciudad libre, existen cuatro divisas clásicas entre sus habitantes:
a) En Christiania no hay reglas.
b) Haced lo que queráis.
c) Relacionaros con los demás.
d) Paranoia libre.
Las normas en Christiania se consideran negativamente como las exigencias restrictivas de la macro-sociedad industrializada para un comportamiento uniformizado, para una ideología de la eficacia.
Toda una «filosofía» de rechazo de una sociedad supertecnificada, como la alcanzada por los países nórdicos. Sólo cabe interrogarse si es o no el camino del futuro.
Dentro de una sociedad tan permisiva como la danesa, una experiencia como la que supone esta bella, minúscula y abierta ciudad libre de Christiania parece viable, pese a las dificultades implícitas en este proyecto de convivencia que no todos los ojos miran con igual afecto.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.