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Reportaje:

Semana Santa en Madrid: liturgia y fuga colectiva

Es preciso reconocer que, para un buen número de madrileños, la Semana Santa es la menos santa de las semanas. En vez de aprovechar la ocasión para arrepentirse por las multas impagadas o por los esquinazos al cobrador de la luz, muchos desaparecen en Barajas y van a reaparecer en una playa, preferiblemente insular, preferiblemente solitaria; no hacen de su capa un sayo de estameña, como era de esperar, sino un bikini de lamé o preferiblemente una fina capa de crema bronceadora. Para la mayoría de los madrileños, la Semana Santa es una especie de Ramadán invertido: en lugar de concentrarse, se dispersan.

En honor a los que se quedan, conviene recordar lo más destacado del ceremonial de Semana Santa y establecer que, a pesar de la rutina, que es indudablemente el peor enemigo de las tradiciones populares, las procesiones madrileñas ptiedenmuy bien interpretarse según el espíritu posconciliar y acomodarse a los tiempos. El Miércoles Santo, por ejemplo, se celebra un Vía Crucis, cuyo itinerario va de la calle de Cañizares, a la plaza Mayor.El amplio programa del Jueves Santo se inicia en una procesión intima por el interior de la iglesia de las Descalzas Reales, seguramente hecha a la medida de los cristianos de puertas adentro, que son los que prefieren reducir los sentimientos religiosos a una devoción y no necesitan hábitos recamados u otros oropeles. A primera hora de la tarde parte de la Basílica de San Pedro El Real la procesión de Jesús el Pobre que, además de sus devotos antiguos, evidentemente podría recibir las plegarias de los parados, los deudores de la Telefónica, los inversores en Bolsa y otros desheredados de la fortuna. Sobre las ocho de la tarde se celebra la de la M acarena y Jesús del Gran Poder, que es un intento de aproximación a la Semana Santa de Sevilla: transcurre por el Madrid viejo, y los pasos son réplicas de sus homónimos originales; incluso los costaleros que los transportan son sevillanos: andaluces, como era de esperar.

A las 5.30 del viernes comienza la de Jesús de Medinaceli, llamado por el pueblo, que siempre pone un poco de critica social en sus irreverencias, Jesús El Rico. Finalmente, el sábado se cierra con la procesión del Santo Entierro, con asistencia de la Corporación municipal en pleno.

Gracias a la Semana Santa es un hecho probado que la afición evangélica de los madrileños consiste más en caminar sobre las aguas detrás de una motora-fueraborda que arrepentirse por las calles detrás de las autoridades eclesiásticas. Pero también se comprueba que no todos se encorniendan a las suecas, los latin-lovers y los tour operators; que algunos se quedan aquí, dispuestos a participar en la liturgia errante de la fiesta y a asumir su sentido mitad penitencial, mitad evocador.

En el fondo, la Semana Santa madrileña ofrece un humilde pero impagable privilegio y una oportunidad que quizá debieran aprovechar todos los que indistintamente hayan rebasado un disco en rojo o el plazo para hacer la declaración sobre la renta. El antiguo privilegio de caminar por Madrid y la discreta oportunidad de arrepentirse.

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