El señor Prudencio
Ya comprendo que el señor Prudencio, don Agustín Prudencio, el derribista, no es culpable ni brazo ejecutor ni piqueta alevosa de todos los derribos que se perpetran en Madrid, pero, por imaginación del destino, va camino de quedar como el símbolo al derribista, como la estatua del enemigo público del Madrid monumental, como la alegoría castiza del oscurantismo arquitectónico, o sea que quiero avisarle.Jorge Matey, madrileño de la calle Magallanes, me habla ya del derribario y de considerar al señor Prudencio como persona non grata para Madrid. A mí no me gusta considerar a nadie en latín, salvo al cura Patino, que ha ido a Roma a por un papelito que le faltaba a Jesús Aguirre para casarse, y ya les ha casado o les va a casar en Liria. (Lo cual que recibí un aviso indirecto de palacio: que te iban a invitar a la boda, pero ya no te invitan.) ¿Se propone el imprudente Prudencio derribar Liria para levantar allí una tienda de perritos calientes?
Voy a redactar yo ahora mi derribario personal o precatálogo particular de las cosas que se han tirado en Madrid: desde luego, muchos más conventos e iglesias, durante el franquismo, que en la famosa década ominosa de los treinta y tantos, cuando los rojos se quitaban la boina para entrar en la parroquia a quemarla: iglesia del Buen Suceso, en Princesa; del Cristo de la Victoria (no se respetaban ni a sí mismos), con el convento que había donde hoy está el Centro Argüelles; iglesia de la calle de San Bernardino; iglesia de San Luis (calle Tres Cruces), intento de derribo de los Dolores, en San Bernardo (con capilla en el garaje de al lado, para disimular); intentos de derribo de Loreto (ursulinas), de donde me escriben las párvulas unas cartas sospechosamente correctas; y lo que no son iglesias: colonia de hotelitos de Raimundo Fernández Villaverde. Convento de la calle Sacramento, abandono de San Cayetano, en Embajadores, iglesia tan castiza, que le da nombre a la feliz novia de Liria; intentos de derribo de San Antón. Y más cosas que tengo por aquí:
Gasolinera de Alberto Aguilera, Reparadoras de Chamartín, palacios de Gamazo y Talara, Hospital Alemán, Olavide, plaza de la Villa de París, Monte de Piedad, en Eloy Gonzalo, y así. Yo no digo que el señor Prudencio lo haya tirado o picoteado todo, porque sería el no parar, pero tampoco Daoíz y Velarde fueron los únicos militares valientes del 2 de mayo de 1808 (valientes fueron todos), ni Cascorro es el único héroe de Madrid, ni la Mariblanca nuestra única moza de cántaro, y sin embargo la fama, buena o mala, la posteridad, el tópico, han cuajado en ellos, han cristalizado en sus nombres y efigies, porque la Historia trabaja mediante alegorías. Por eso, ya digo, señor Prudencio, que cuidado con lo que tira, pues está usted en peligro de pasar a la inmortalidad como la piqueta que no perdona, el enemigo universal de Madrid o el más eficaz antineoclásico del post-neoclasicismo de la Villa. La calumnia no perdona, señor Prudencio.
Los mil enemigos sin rostro de Madrid han tomado en usted rostro y apellido, señor Prudencio. Cuide usted su fama, que ya anda en bocas, no sea que pase a la Historia negra como el hombre de la piqueta, junto al hombre del saco y el hombrón del camisón. Lo que pende sobre Madrid no es la espada esa que dice el tópico, sino la piqueta del señor Prudencio, al que no queremos que los madrileños del futuro recuerden como un volteriano del pico, como un Mendizábal del derribo.
Qué le vamos a hacer, don Agustín Prudencio. Tiene usted más gracia que otros para cargarse un capitel o picar un bajorrelieve, y aunque otros hayan sido más funestos que usted, su nombre es el que anda en famas. También la manoletina existía antes de Manolete, pero ha quedado en el toreo con su nombre. Esa ligereza de muñeca que tiene usted para el derribo, esos detalles toreros con que está trasteando a la Historia y al Ayuntamiento, a Adelpha y a Soulo, en Talara, son algo¡ que está haciendo escuela de tauromaquia entre los derribistas de Madrid. Es usted el Sabatini del derribo, el anti-Sabatini, un contracultural con piqueta de albañil. Hale, señor Prudencio, a la Historia como Calígula, al pedestal como Don Tancredo. Aunque nos deje usted Madrid hecho un fracaso.
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