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Tribuna:DIARIO DE UN SNOB
Tribuna
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La Constitución

La Constitución, la Constitución, todo el mundo quiere poner manos a la obra mal hecha de la Constitución, meter las manos sucias en la masa constitucional, que la Constitución se acabe pronto, que se termine, que se vote, incluso que se bote, con be, como un barco, porque parece eso mismamente: que estamos haciendo un barco entre todos, en los astilleros de la carrera de San Jerónimo, para fletarlo en eso que Azorín llamaría las procelas de la Historia.

Bueno, pues yo creo que no, que no hay que terminar la Constitución tan pronto, que hay que alargarla todo lo posible, y yo antes estaba con Suárez, cuando el hombre iba demorando la Constitución lo que podía, pero esto de que ahora haya decidido acelerarla me parece una locura juvenil, un suicidio -un autosuicidio, como dicen ya por ahí los excesivos del idioma-, un descarrilamiento del ter, el taf, el talgo o lo que sea esto en que estamos viajando, y que ahora sube de precio, según ha anunciado la Renfe.

Porque mientras hacemos la Constitución somos constitucionales, como Penélope, mientras tejía, era homérica. En cuanto dejase de tejer y destejer se quedaba en un ama de casa o una asistenta por horas de la mitología. Hay que tejer y destejer. Suárez me lo dijo el otro día en el bar de las Cortes:

-Lo primero, la Constitución.

No, presidente. Lo primero es la Constitución a condición de no terminarla nunca. En cuanto la terminemos, empezaremos a traicionarla y, sobre todo, nos quedaremos sin nada que hacer, mano sobre mano, cruzados de brazos, papando moscas, como diría un alumno de español que yo tuve, recolector irónico de todos los lugares comunes del castellano. El proyecto de Constitución está lleno de moscas, como los mapas, y hay que seguir papándolas.

-Es que Suárez quiere sacar una Constitución suarista -salta el parado, hurgándose su nariz en su esquina.

Normal. Como Napoleón sacó un Código napoleónico. Lo que hay que hacer es explicarle a Suárez todos los días que él no es Napoleón de verdad. Mientras estamos haciendo el barco, la Constitución, la cosa, tenemos eso que Ortega llamaba «un proyecto sugestivodevida en común». Y nos remitimos todos, en nuestras frustraciones y decepciones democráticas yantidemocráticas de cada día, a la futura Constitución. Pero cuando la Constitución ya no sea futura, sino que esté aquí mismo, diremos lo de aquella dama tentada por indiscreto en lo más privado:

-Bueno, y ahora qué.

En cuanto rematemos la Constitución y colguemos la escultura de Chillida, se va a producir aquí una calma, un desconcierto, un vacío de poder, ese vacío que tanto nos horroriza siempre a los españoles, y que en seguida lo llenamos con un caballo, a ser posible el de Pavía. Una Constitución pretende siempre que todos los ciudadanos sean justos y benéficos, aunque no lo ponga expresamente, como aquella otra, pero luego resulta que los ciudadanos seguimos siendo injustos y maléficos, y no señalo a nadie, ni siguiera a Pérez-Llorca.

Mientras se va cociendo el pan de la Constitución, un pan como unas hostias, tenemos algo entre manos, estamos ocupados, somos los panaderos en camiseta que trabajan en el allá de España, y todo lo demás se va relegando y se le perdonan a don Ricardo los fascículos y a Televisión las carcasonas. Pero cuando terminemos y aprobemos la Constitución, qué. Entonces habría que empezar con la reforma agraria, las autonomías de verdad, el multinacionalismo multinuclear de USA, la pasta fiscal y la otra, en fin, una incomodidad. Como se está bien es de constituyente, sin meterle mano a nada, y algún día nos acordaremos.

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