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Tribuna
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La baraja, rota

Manuel Vicent

La ponencia constitucional estaba jugando al ajedrez en tarde somnolienta de invierno y, de pronto, el socialista Peces-Barba se acercó a la partida y en un golpe de efecto levantó el tablero preguntando eso tan bonito de si el ajedrez también tiene oca. El aire de ayer en el Congreso era exactamente ése, el de un club o casino donde un socio ha descompuesto la figura y de un manotazo se ha llevado por delante las fichas cuando el adversario tramaba con cierta rudeza el mate pastor o intentaba ahogarle el seis doble. Antes de comenzar la sesión, ayer en el Congreso, las fichas estaban en el suelo y los protagonistas del juego andaban con el ceño a media asta por los pasillos o tomaban su cosa en el bar formando un corro dentro de un silencio científico y destilado. En esta estética de la rabieta los emisarios de la paz iban y venían con las nuevas de un compromiso, pero el clima era que cada bando por su parte el PSOE y la UCD, andaba sacando brillo a la navaja para el debate de hoy sobre las elecciones municipales, que es, por lo visto, donde el cordero va a encontrar a su madre. En el Congreso había esta tarde, un sabor a almendra amarga, esa purga que los guerreros toman la víspera del degüello.Lo mejor del Parlamento de ayer se realizó en el bar. El trabajo del hemiciclo consistía en macerar otra vez los temas de siempre, la televisión de Pilar Brabo, las pensiones de Marcelino Camacho, el secano del Sahara abandonado a su suerte, las desgracias industriales de SEAT, las reformas de la ley de Enjuiciamiento Civil, esas cuestiones que la lengua empastada de los diputados ha convertido ya en cantos rodados. El interés de la tarde estaba en el bar porque, mientras sobre los escaños caía una sonoridad entre dolorida y dormitante sobre problemas menores, los ministros salían a abrevar en la opinión de la prensa.

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Llegó Adolfo Suárez y se acodó en la barra, con un pie elegantemente desmayado en el estribo, dominador del regate en corto, con una palidez bruñida por la lámpara de cuarzo. A la sombra del café con leche, Adolfo Suárez, en plan informal, ha roto el mutismo y ha cantado la estrategia para salir de esta crisis política planteada por el golpe de mano socialista en la ponencia constitucional: se trata de aprobar la Constitución cuanto antes, aunque haya que trabajar en sesiones aceleradas de mañana, tarde y noche, y una vez el país haya salido de esta metafísica legal, que ahora no es carne ni pescado, convocar las elecciones municipales antes de que se eche encima la calor. De modo que eso es lo que hay, Parece ser que esa labor de pacientes hilanderos constitucionales va a entrar en un frenesí con lanzadera, a tumba abierta, dando cates a todo pasto.

Fernández Ordóñez también decía lo mismo por su lado; se ve que es la consigna, el último pan salido del horno. Pero el ministro de Hacienda está en otra onda. Fernández Ordóñez pasea el aire civilizado y fiscal por el Congreso con un gesto de aburrida elegancia por estas zancadillas. El se va ahora a hablar con los del World Street, con gente fina y rubia, que se mueve en aquel criadero de dólares y que en Occidente es el caño de la democracia. Va a contarles que los españoles, a pesar de todo, no somos tan malos, y que estamos esperando el giro.

Abril Martorell también ha bajado al bar con esa barba para tres pasadas de cuchilla que le azulea el mentón purificado por el agua brava. Ha abundado en lo mismo, en que no pasa nada, que lo primero es la Constitución a marchas forzadas y después, todo seguido, los concejales y alcaldes. Todo eso pronunciado con un tono de enfado nervioso, sin esa gracia billarista de Suárez, que habla con los periodistas con un gesto amiguete de ponga usted un presidente al alcance de la mano. Pero Abril Martorell es ingeniero agrónomo y sabe perfectamente el punto exacto de esta ensalada. Aunque no lo dice, porque lo suyo es el prestigio del silencio.

A última hora, las apuestas estaban cruzadas sobre si el PSOE y la UCD se volverán a casar. La solución se verá en debate de hoy.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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