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La Asamblea Episcopal, una agenda burocrática

La XVIII Asamblea Plenaria del Episcopado Español, que acaba de clausurarse, se ha ocupado de cuestiones que podíamos llamar burocráticas, es decir, de su propio funcionamiento en los próximos años frente a una realidad socio-política y religiosa del país que ya no es la tradicional. Ha habido entonces en la Conferencia Episcopal una especie de relevo generacional que ha llevado a los puestos de responsabilidad en la misma a hombres que se han considerado más cercanos de esa realidad, y, por tanto, más idóneos para comprenderla y moverse dentro de ella. Creo que esto es todo y que tampoco significa ninguna cosa más el hecho de la reelección del cardenal Tarancón para la presidencia de esa Conferencia Episcopal. El cardenal ha sorteado mejor o peor los momentos de tránsito de una situación de la Iglesia a otra -tras el Vaticano II y las propias transformaciones de la sociedad española-, y, probablemente, ese es el papel que de él se espera en el futuro más inmediato: el de un hombre con los nervios sólidos y un cierto talante relativista que ahuyente la fácil tentación del derrotismo y del apocalipsis, inclinaciones un tanto clericales siempre cuando las cosas en la historia no han ido según ciertas pautas y puntos de vista; y todo da a entender ciertamente que ahora no van a ir por ahí las cosas, una vez caída la fachada archicatólica del país, y siendo éste, además, muy dado a movimientos pendulares: a adorar lo que ayer rechazó y a rechazar lo que ayer adoró. Pero incluso estos infantiles vaivenes han de ser tomados con calma y filosofía, sin engañosas nostalgias ni sueños de retrotraimiento a tiempos más felices y excesivas lamentaciones por las catástrofes del presente.Pero qué duda cabe de que, tras el escenario de toda esta puesta a punto de la maquinaria de la Conferencia Episcopal, los obispos han tenido ante sus Ojos la actual situación religiosa. Sólo que, probablemente, una buena mayoría de los españoles que los han ido observando durante todos estos días de asamblea también esperaba que hubieran dicho alguna palabra al respecto. Quizá, al fin y al cabo, la esperanza de que los obispos del país reunidos hagan alguna alusión a la fe resulte tan consistente al menos como la de que en un hotel nos pongan una pastilla de jabón en el lavabo. Aunque no siempre sucede así, claro está.

Palabras políticas

Por razones históricas muy profundas, el efecto -el catolicismo español ha tenido siempre una dimensión esencialmente política como elemento cohesivo de la polis española e identificado con ella-, la Iglesia española, el Episcopado español, apenas han podido decir, prácticamente desde la Ilustración para acá, otras palabras que palabras políticas, ni mostrar otros gestos que gestos políticos; y los últimos cuarenta años no han servido para solucionar la cuestión precisamente, y ni siquiera ha servido para ello el Vaticano II, ni resultan específicamente aptas tampoco las circunstancias presentes para una cosa así. En general, todo gesto o palabra de la Iglesia en estos mornentos va a recibir una lectura política y de modo irremediable además de una lectura algo simple: conservadores y progresistas, integristas y liberales, y, en resumidas cuentas, buenos y malos. Mucho me temo incluso que la misma vividura religiosa de los cristianos de hoy, más todavía que en el pasado, esté determinada en función de sus opiniones políticas. Pero ¿acaso la misma Iglesia no da la sensación de pensar ante todo en puros términos de supervivencia política o de peso político como en tiempos de Thomás Beckett o de Roberto Belarmino?

Naturalmente, esa Iglesia está en la historia y tiene una dimensión histórica, y no seré yo quien le niegue el derecho a solucionar sus propias aporías- históricas o quien deje de señalarle la necesidad de ensuciarse las manos corno cada hijo de vecino, porque para construir un mundo cada vez más humano -y éste es realmente un deber de la Iglesia como institución- hay que hechar mano del barro y manchar. Pero es obvio que como cada hijo de vecino, que ya pasó el tiempo del protagonismo secular de la Iglesia y que estamos en el mundo moderno secular y pluralista. Y que hay que enterarse de ello. El papel de la Iglesia en este mundo se reduce cada vez más a su misión espiritual y evangélica, y, desde esta suposición, es evidente que la Iglesia tendrá que mostrarse crítica con frecuencia con la sociedad o el Estado, dentro de los que vive, pero sólo y únicamente desde ésta su posición espiritual, renunciando para siempre a comportarse como peso cronológico y político. Incluso por razones de urgencia de multitud de problemas espirituales que la cristiandad española tiene planteados, esta Iglesia española quizá no debería volver a acordarse de que puede convertirse en un grupo de presión, pero debe mostrarse muy consciente de que esos problemas específicamente religiosos están exigiendo imperiosamente su palabra y dilucidación.

Una gran confusión

Los fieles de este país están ahora, efectivamente, sumidos en la más extrema de las confusiones. Su horizonte religioso ha pasado de Recaredo al mundo laico, de las novenas de San Expedito a la mención de la desmitologización Ni siquiera ha habido una catequesis adecuada que les haya hecho aceptar el Vaticano II y comprender lo que significa. Y, mientras tanto, se ven asaeteados de nuevo por los nuevos intentos de un nuevo catolicismo sociológico y político de partido, por el deterioro del sentido de autoridad o por los relativismos doctrinales o éticos. Recién constituida la nueva estructura de la Conferencia Episcopal quizá hubiera sido preciso no dejar pasar más tiempo para decir la palabra que están demandando estas y otras muchas angustias y para desenmascarar los muy conscientes manejos políticos de juego con el confusionismo y el miedo al apocalipsis. Las gentes sencillas, desde luego -la fauna de las misas mañaneras, que decía Mauriac y que quizá es el estado mayor de la Iglesia invisible, precisamente porque no son una élite-, están necesitando ser confortadas, y quizá han esperado esto de la Conferencia Episcopal. Quizá están un poco decepcionadas.

Tanto como quizá mañana suceda con quienes han cantado una victoria algo prematura leyendo políticamente la asamblea que termina: el triunfo de la Iglesia liberal progresista. Habría mucho que decir sobre esta cuestión concreta, pero, ni de lejos, es la más importante, ni tampoco la más clara.

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