_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

A la búsqueda del tiempo perdido

Juan Luis Cebrián

Cuentan las crónicas que la noche del miércoles Fernando Abril llamó al presidente Suárez por teléfono: «He hecho el ridículo», le habría dicho, comentando su actuación ante el Pleno de las Cortes. Tan diáfana declaración, modelo de inteligencia y realismo políticos, parece el mejor resumen que puede hacerse de la actualidad. Estamos asistiendo a un deterioro creciente y acelerado de la situación. La incertidumbre respecto al futuro del plan económico, cuyo principal mentor ha sido retirado sin explicaciones del Gobierno, el incremento de la protesta social, el fracaso de la política exterior, con la internacionalización del asunto de las Canarias y la primera derrota gubernamental en Cortes enmarcan un paisaje cada día más sombrío para el Gabinete. La viabilidad del pacto de la Moncloa comienza a ser puesta en entredicho y la reciente crisis ministerial ayuda a definir ideológicamente al Poder, pero contribuye a aumentar la confusión sobre sus horizontes.Hay que decir que este panorama era previsible y que todavía no hemos llegado probablemente al fondo del pozo de las decepciones. El tránsito formal hacia un nuevo régimen habrá sido consumado en plazo de meses con la aprobación del texto constitucional y la realización de elecciones municipales. La clase política, que se ha tomado un tiempo más que suficiente para llevar a cabo esta operación, se verá entonces enfrentada de lleno con todos los problemas que hoy nos aquejan y a los que parece cada vez más difícil poner solución a corto plazo. La originalidad de que no fuera un Gobierno provisional el encargado de amparar el proceso político hará recaer sobre la derecha española las mieles del éxito, pero también tendrá que pagar la factura de la desesperanza.

Pasa a la página 7

Viene de la primera página

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Estamos asistiendo al desguace de un Estado decrépito, abandonado durante decenios a la lujuria del poder personal, y del que hemos heredado no sólo los años «eficaces», sino también, y sobre todo, la era de su decadencia. Por eso cada vez es más visible la inexistencia de un hombre de Estado que sea capaz de empeñar a este país en una tarea de verdadera reconstrucción nacional en todos los terrenos. El Rey jugó hasta el 15 de junio pasado un papel institucional de primer orden, amparando personalmente el proceso democrático: pero ya ni puede, ni debe, seguir siendo el protagonista o el motor del cambio, so peligro de arriesgar la propia estabilidad de la Corona. Son los líderes políticos quienes deben dar respuesta a las interrogantes crecientes de la población sobre cuál es el futuro próximo y lejano de nuestro país. Y eso sólo se puede hacer clarificando las expectativas de bienestar material y proponiendo un programa de identificación nacional que enmarque el papel que deba jugar España respecto al resto de las naciones. La historia de los países es en mucha más medida la de su política exterior que la de su carta constitucional y éste es un punto lamentablemente descuidado.

Quienes han hablado con Suárez esta semana aseguran que el presidente está de nuevo contra las cuerdas. Esto apenas quiere decir nada porque el personaje ha dado tantas muestras de saber resucitar en los momentos difíciles que lo lógico sería sentarse a ver ahora qué nueva paloma sacará de su chistera. El líder de UCD es un asombroso prestidigitador de la política, lo que necesariamente no le otorga todas las condiciones propias de un estadista. El espectáculo al que estamos asistiendo de reparto de poder entre sus amigos personales y de invasión descarada del partido que rige en el área de intereses públicos no sometidos a un control democrático es más que preocupante. No es ya sólo el ejemplo de la Televisión, reducida a la condición de lectura ordenada del Boletín Oficial del Estado; o la reacción, sospechosamente casi unánime, de los órganos de prensa respecto a la última crisis. Resulta que casi un año después de las elecciones generales vemos cómo se nombra a dedo al alcalde de Madrid en una operación bochornosa que hay que lamentar doblemente, porque sin duda José Luis Alvarez habría sido un buen alcalde democrático y no era preciso por eso tanta impaciencia. Pero contemplar finalmente que el Poder mismo es absorbido casi en exclusiva por un personaje tan eficaz en la sombra como Fernando Abril -los calificativos como parlamentario ya se los atribuye él-, al que se le dan la política, la economía y hasta las facultades de explicar a las Cortes por qué se ha hecho una crisis en la que él mismo ha sido ascendido, suscita serias dudas sobre la claridad de ideas y la tranquilidad de ánimo reinantes en la Moncloa.

Para decirlo a las claras, en menos de una semana han ocurrido demasiadas cosas. Así, Suárez ha descabalgado del Poder al hombre que explicó por dos veces ante el país el sentido de una reforma económica que iba a afectar el nivel de vida de los españoles, y los españoles no saben todavía por qué ha sido. No lo saben al menos por boca de Suárez. No lo saben ni las Cortes, ni la opinión, ni la calle. Luego España ha protagonizado una borrasca diplomática de primer orden en el continente africano y la respuesta del Gobierno ha sido una enérgica protesta y una amable invitación a los representantes de las naciones que votaron contra nosotros para que visiten Canarias. Mientras se abre camino la propuesta peregrina de que una comisión parlamentaria acuda a las capitales africanas con una carta declarando la españolidad de las islas. Esto de las ofensivas diplomáticas comienza a sonar a guasa.

Así que puede decirse que esta es la crisis política más grave por la que ha atravesado el Gabinete, aunque sea menos espectacular que la de septiembre, cuando están las municipales a meses vista, y las legislativas no han de tardar tampoco. Suárez trata de contener el desastre en la política económica situando en puestos-clave a antiguos colaboradores de Fuentes y estaría buscando algún tipo de consenso interpartidario también para la política internacional, o al menos un acuerdo explícito con el PSOE, que recompusiera la situación e implicara a los socialistas en las tareas de Estado. Y hasta podría verse tentado, a estas alturas, de ofrecerles alguna cartera si el tema no mejora. Claro que un Gobierno de coalición UCD-PSOE, que este periódico y yo mismo hemos defendido con alguna insistencia antes de la firma del pacto de la Moncloa, no se ve qué virtualidad tendría en circunstancias semejantes. Para el PSOE sería una trampa descomunal porque vendría a heredar, en situación precaria, una política de equivocaciones repetidas y le ocasionaría un desgaste innecesario y probablemente infructífero a poco tiempo de unas elecciones generales. En éstas, como la UCD es la única opción de derechas visible, y no se han promovido alternativas internas a su indiscutible líder, todos los ases vendrían a parar a manos del unificado socialismo español. Entonces podría producirse la muy interesante y bastante arriesgada situación de que los socialistas, amparados en la ya famosa ley D'Hont, tuvieran incluso la mayoría absoluta en las Cortes. Claro que nunca se debe profetizar en política y que del futuro más inmediato dependerá lo que suceda después del verano. Si el presidente logra recomponer la cuestión económica y hay algún gobernante milagrero que lave la cara de los asuntos exteriores, viajando no sólo a los países africanos, sino también a París, que probablemente tiene bastante que ver con lo sucedido en la OUA, estos análisis podrían quedarse viejos en cuestión de semanas.

Por lo demás, Adolfo Suárez puede sentirse finalmente tan débil que decida por fin correr a refugiarse bajo el paraguas atlantista de Estados Unidos, y eso con la complicidad súbita de algunas zonas de la oposición. Washington ya debe estar bastante preocupado con lo que suceda este mes en las elecciones francesas y el desenlace de la crisis italiana, para contemplar una España aún indecisa en la política de alianzas y con una alternativa de Poder de la izquierda en puertas. Y siempre le será más fácil a Suárez que a Felipe pedir el ingreso en la OTAN y solventar de un plumazo la cuestión canaria.

Este es, creo, un resumen casi didáctico de la situación, a la que el bipartidismo imperfecto que vivimos debe inexorablemente enfrentarse. El tiempo tiene ahora la palabra.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_