La delincuencia en rama
Entre una votación previamente perdida y ese miedo que según dicen existe en la calle, los senadores Bandrés y Xirinacs han abierto un espacio del amor hermoso para hablar del indulto de los presos. La de ayer no era exactamente una sesión parlamentaria, sino un puro ejercicio espiritual de ese sentimiento que nace del ventrículo izquierdo del Senado. En un clima de recogimiento y un silencio de primera calidad la sala ha oído las súplicas de los dos abogados de esta causa perdida. El debate sobre el indulto general de los presos venía precedido por una expectación de gresca, porque los pacifistas modernos suelen usar la lengua como un lanzallamas y endulzan su infusión vegetariana con un terrón de dinamita. Pero no ha sido así esta vez.El senador Bandrés, como es sabido, utiliza siempre un tono de humildad coloquial para soltar torpedos con vaselina. Primero pide perdón y luego se deshace en excusas, interroga amablemente al adversario y atraviesa la conciencia del auditorio como un Atila diplomado en Deusto pisando la famosa hierba en un paso a dos. Pero no se calla nada, no deja un matiz sin castigo. El ha hecho causa común con los marginados, con los indefensos, con los pobres. El ha visitado las cárceles y nunca ha encontrado allí dentro a los especuladores, a los políticos corrompidos, a los defraudadores del fisco. Todo eso que puede sonar a latiguillo de tertulia jacobina, cuando lo coge Bandrés y carga con esa munición su escopeta de francotirador en el matorral del escaño, el lugar común de los sentimientos se convierte en categoría.
Las cárceles son escuelas superiores de delincuencia, hay que hacer borrón y cuenta nueva, el Código Penal protege más la propiedad que la vida humana, el Gobierno debe acabar con ese caos de cuarenta años de miseria carcelaria tercermundista. Frente a esta narración patética y rigurosa sólo cabe responder como lo ha hecho el senador de UCD, señor Sánchez Cuadrado: apelando al terror de las señoras con bolso de cocodrilo. El orador del centro, hecho un galán latino, con la lengua seca y un tic moderadamente reaccionario, ha recordado a la Cámara la sensación de sorpresa y estupor con que la opinión pública acogería la frívola decisión de los próceres de vaciar las cárceles. En la calle ha florecido la delincuencia en rama, el país está viviendo la quincena del duro de los violadores, en la ciudad actúa ahora un ballet de robos, atracos y crímenes. El senador reconoce la naturaleza humana desfalleciente y lanza la idea genial de que nadie es perfecto, pero los presos deben quedarse donde están por razones prácticas, políticas y filosóficas. Todo eso dejando el corazón aparte, en una urna, claro está.
Xirinacs por fin se ha levantado. Y como protesta algunos senadores han abandonado la sala. Su trayectoria contestataria se ha reducido a leer una cartilla de advertencias, súplicas, reflexiones morales con un sonsonete de viejo apaleado subrayando con el dedo las líneas allí donde más se enrojecía el folio. Los presos sociales están desesperados porque no pueden participar en el proceso democrático. Dicha por Xirinacs, con esa voz tan modulada que le ha dado Dios, esta frase, aunque parezca lo contrario, no pertenece al surrealismo literario.
Los senadores son finos y elegantes. Lo escuchan todo, lo aplauden todo. Después votan según los hilos. Durante el retiro casi religioso de ayer en la Cámara los senadores Bandrés y Xirinacs han leído el Evangelio. Corazones ardientes bajo el aguanieve. A la hora de la votación, después de oír el perfil de Landelino Lavilla, los próceres han sacado a orear la conciencia, y la moral ha quedado reducida a una cuestión técnica.
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