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Tribuna:DIARIO DE UN SNOB
Tribuna
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Tierno, alcalde

Lo que Madrid necesita es un clásico, y el único clásico vivo que nos queda es Tierno Galván, aparte de Camilo José Cela, que ahora ha estrenado en Madrid su tragicomedia La Celestina, obra que escribiera Camilo, al filo de la Edad Media y el Renacimiento, con el pseudónimo de Fernando de Rojas. Los clásicos siempre tienen que esperar cuatro o cinco siglos para que les estrene Tamayo, como ya le pasara a Valle.En tiempos de la censura, cuando a Camilo le censuraban, cogía el teléfono y tronaba:

-A mí no se me censura porque yo soy un clásico.

Pero Camilo, de alcalde, nos iba a llenar la ciudad de tacos contra la especulación del suelo, de modo que lo mejor va a ser don Enrique Tierno Galván, que está entre Homero y Montesquieu, tan imbuído de ilustración y enciclopedia como la carolina Puerta de Alcalá, que ahora cumple su bicentenario, ametrallada y guapa como Manolita Malasaña.

Y digo que Madrid necesita un clásico, un ilustrado del socialismo, un enciclopedista de la revolución, porque Madrid se ha dolido durante cuarenta años de alcaldes que dudaban entre la arquitectura nazi y berlinesa «de hombros altos y cuadrados», como dijo alguien, y el rascacielismo hortera de un Valparaíso lleno de manchegos. Esto, desde don Alberto Alcocer, que urgió personalmente el engalanamiento franquista de los escaparates madrileños en el primer desfile de la Victoria, hasta don Juan de Arespacochaga, que ha cifrado en el búnker acuático-imperial de Colón toda la grandeza -que no es poca- de su alcaldía.

Ni nazis ni de Valparaíso. Los madrileños queremos ser los que somos -«sé el que eres»-, o sea madrileños, y tanta especulación y tanta petulancia sólo puede moderarlas la mano pausada de Tierno Galván, que es un poco como la mano de Feijoo, y que no se sostiene en su vuelo gracias al aire, corno la paloma de Kant, sino gracias a la honradez.

Honradez y buen gusto es lo que necesita Madrid. Cuando estoy escribiendo esta crónica, me llama la mujer de Tierno para hablarme de cosas.

-Perdona, ¿te he interrumpido?

-No lo creas. Realmente seguimos en lo mismo.

No sabe por qué lo digo, claro. Pero sigo a lo mío y pienso y escribo que, más que un revolucionario urgente o un denunciador justiciero, Madrid nenesita un clásico, porque la revolución urbana y la depuración administrativa puede hacerlas cualquier técnico honesto, pero lo más urgente y difícil de salvar es el clasicismo de Madrid, ese clasicismo que asoma su seno de piedra pura por el escote de la Mariblanca y asoma su alba de oro por las cinco puertas de la Puerta de Alcalá.

Tierno cree o quiere tener de Rousseau, de Voltaire, de Diderot, pero de quien más tiene es de Homero -a Homero le desprendieron los dioses la retina-, y es el último clásico que puede hacer de Madrid una Atenas democrática y salvar su clasicismo neoclásico. Porque los comunistas tienen que hacer la revolución social de Madrid y en Madrid, y ahí están los completos estudios de Ramón Tamames al respecto, pero se trata no sólo de salvar al hombre y la estructura, sino de algo más sutil y definitivo: se trata de salvar el aire, el aire de Madrid, fulgurado ahora por el verbo de Rojas/Cela, cuajado por la mirada manchega y fina de Antonio López, y eso, aprehender y salvar la paloma transida y velazqueña del aire madrileño, sólo puede hacerlo un clásico un poco cegato y un poco de izquierdas. No hay más que ver como don Enrique mueve la mano en el aire, cuando habla, y cómo se la guarda luego en la solapa, en una cetrería intelectual que no deja escapar nunca el halcón del concepto.

Para la presidencia del Gobierno quiero un loco y para la lucha social quiero un incendiario, pero para la alcaldía de Madrid quiero un clásico, un hombre con clámide en el alma que pueda pasearse por la ecología espiritual de la Villa borrando sólo con su paso el rastro caótico y cacique de los Alcocer, Mayalde, Arias, Loma, Arespacochaga y otros románticos interesados del confuso y violento romanticismo falangista. Sólo Tierno puede tomar del fresco y puro talle a la Mariblanca sin parecer un violador más del fin de semana. Los demás somos unos facinerosos.

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