Suráfrica, holocausto de sangre
Soy un surafricano domiciliado temporalmente en Madrid que se extraña de la escasa información que recoge la prensa española sobre los trágicos acontecimientos que tan a menudo afectan a los ciudadanos de mi país. Me refiero a la ola de violencia que se está desarrollando contra los intelectuales y que otros periódicos europeos, como el Times o el New York Herald Tribune, han recogido en sus primeras páginas.El doctor Richard Turner era, sin lugar a dudas, el filósofo y pensador más importante con que contaba Suráfrica. Su primer ensayo filosófico, The eye of the needle, en el que propugnaba una democracia total sin exclusiones para Suráfrica, le valió cinco años de arresto domiciliario y la prohibición de expresar o publicar sus ideas. Hace escasamente una semana ha sido vilmente asesinado por un individuo que le ha disparado a quemarropa a través de una ventana, en presencia de sus dos hijas, de trece y once años de edad. Este vergonzoso y denigrante acto no ha sido sino la culminación de una política de intimidación continua en estos cinco años de arresto durante los cuales su coche fue destrozado, su motocicleta incendiada, su puerta bloqueada con cemento y su destartalada casa destrozada por una bomba que pudo haber adelantado su destino, destino, por otra parte, que estaba decidido desde el momento en que el Gobierno le rehusó un permiso para ir a investigar a Alemania con una beca Humboldt.
El caso de Turner es uno más. El mismo día, un antiguo miembro del African National Congress fue acribillado a balazos, y unos días antes, Fátima Meer, profesora de Sociología, escapaba milagrosamente a un atentado mientras caía uno de sus amigos. El periodista Donald Woods, que se encontraba bajo el mismo tipo de arresto que Turner, lograba escapar del país tras descubrir que su hijo pequeño había sido envenenado.
La policía no ha descubierto aún a los culpables, ni los encontrará, ya que está muy ocupada en «salvaguardar la seguridad del Estado». Ocupada en torturar hasta su muerte al líder pacifista Steve Biko en su celda de la prisión de Pretoria, o a Ahmed Timol, o a Mthayeni Cuthsela, o a tantos otros líderes o intelectuales.. o muchos más que no son conocidos, ni líderes, ni intelectuales, y que desaparecen a diario...
Hace bastantes, años que dejé Suráfrica, pero conservo las cifras expuestas públicamente ante el Parlamento por el ministro de Justicia y Policía (extraño maridaje) en 1968.
La actuación del citado Ministerio daba los siguientes resultados: 127 personas sentenciadas a muerte y 97 ahorcadas en 1967 (la mitad de las ejecutadas en el mundo aquel año). 15.756 personas sometidas a castigos corporales (con fusta y caña, principalmente). 940.318 personas arrestadas por ofensas a la ley (delitos comunes). 1.530.653 personas detenidas por infracción de la ley (más de un millón por infracciones políticas o administrativas del Apartheid, año 1966). 568.750 personas admitidas en las 244 prisiones surafricanas en 1967, de las que el 50% entraban por primera vez, y de las que 423. 100 eran sentenciadas a penas en su mayoría inferiores a un año, en gran parte en campos de trabajo. Entre los admitidos (en 1964, por ejemplo) figuraban 3.000 niños lactantes acompañando a sus madres, 182 niños de menos de catorce años, 4.179 mayores de sesenta años y 299 deficientes mentales.
Yo me pregunto que si éstas son las cifras oficiales expuestas por los subsiguientes ministros, sin el menor rubor, ante el Parlamento, ¿cómo serán las «verdaderas cuentas» de la «justicia surafricana»? ¿Hasta cuándo permitirá el resto del mundo esta violencia institucionalizada, esta negación de la justicia, este continuo holocausto de sangre inocente?
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