La "serie negra" se ennegrece
A la vuelta de los años, la literatura de género -por decirlo así- en cuadrado en lo que fue serie negra ha ido agravando sus condiciones originales con el resultado parecido al que ejemplariza el dicho que «a mal Cristo, mucha sangre».Violencia, sexo y la resultante de una y otra condición, es decir, la violencia sexual, significan, como el estruendo de los instrumentos de percusión en una pieza sinfónica cuando es continuando y dominante, la pérdida de los otros caracteres narrativos. Pensamos, por comparación de los clásicos del género, Dashiell Hammett o Raymond Chandler, que nos deparaban una visión social de conjunto en nada inferior y quizá más arrolladora de la que nos traían los novelistas de la escuela de Chicago y una caracterización individual que era perceptible dentro de lo genérico propio de la especialidad. Chesterton decía que no hay nada más original que un origen y a este respecto de la serie negra que ha agravado sus condiciones, no hay nada más genérico que un género.
La noche de la venganza
Joseph Hayes. Editorial Martínez Roca Barcelona, 1977.
Estas breves consideraciones son aplicables a la novela de Joseph Hayes titulada La noche de la venganza, donde la violencia es dueña y señora y se sirve por toneladas, sabiamente cortada en capítulos y episodios que se alternan, dejando (como hacían los antiguos folletinistas) el anterior en un punto culminante de suspensión un punto morbosa. Para el lector que guste del género violento, La noche de la venganza es toda una marca difícil de superar en grado y en morbosidad. Tal como andan las cosas, esta apreciación puede servir de incentivo en una faja sobre el volumen, pero la verdad que convierte el libro en donde se expende en un almacén al por mayor de estas lamentables condiciones cuando son exclusivas en su dominio de la narración. Es un plato demasiado fuerte, cuyo sabor y condimento se impone de manera dictatorial sobre el resto de los elementos que componen la narración o los condiciona decisivamente.
La novela de Joseph Hayes, que no hay duda que pertenece a un especialista adelantado de la cuestión, relata dentro de una pequeña comunidad típica norteamericana dentro de la zona puritana de la Nueva Inglaterra (porque Hammett y Chandler se las manejan en el maremágnum de Los Angeles, en donde el melting pot ha sido más violento y urgente) se cumple una venganza por parte de quien salió destrozado de una conspiración del establisment local, que lo llevó a presidio acusado de violación que no cometió.
Después de la prisión, en la que cambia radicalmente su dirección sexual, planea una venganza total y de acuerdo con las unidades aristotélicas, es decir, con unidad de tiempo, de lugar y de acción. Esta última, naturalmente, es causar cuanto daño puede a los que fueron fuerzas vivas y actuantes juez, fiscal, defensor, el jefe de la policía) de la comunidad y a la franja social que las influyó para sentenciar el caso en su contra. Esta idea abre la espita de la violencia durante trescientas páginas, donde una larga, elaborada, prolija y sofisticada (si vale decirlo así) y complicada barbarie tiene su asiento. El paisaje humano de la novela, salvo en algún raro ejemplar, está relleno de violencia y sexo en bastantes vertientes y variedades combinativas.
Lo cual, como resultado literario, aparte de haber perdido por exageración cualquier contacto con la realidad, de mantenerse en el plano genérico humano, salvo en las combinaciones y cristalizaciones de la violencia simple o sexual transparentando ser un producto de consumo simplemente en forma de libro, literariamente no vale un pito. Cuando la serie negra se ha ennegrecido tanto, el resultado, como expresaba a Juan de Mairena su discípulo, es perfectamente tenebroso. Peor aún, absolutamente inexistente.
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