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Volver al teatro por la puerta grande

He vuelto al teatro... de Madrid, con el estreno por el Colectivo El Búho de La sangre y la ceniza. El teatro de Madrid no es el teatro aunque otra cosa se piense (o se suponga creyendo no pensar así) por parte de quienes viven aposentados -y yo también lo estaba y me conozco el paño- en Madrid. Entre estos, el centralismo o es una actitud abiertamente declarada o está inconscientemente ínteriorizada; pero el caso es que se da incluso en quienes lo reconocen públicamente como una desgracia o como una injusticia.Este prejuicio centralista, que afecta también a la izquierda más anticentralista en el campo del teatro, tiene su base hoy, cuando ya hay teatro, y hasta excelente teatro) en muchos puntos del territorio español, en otro grave prejuicio que la izquierda tendría que sacudirse: el verdadero teatro sería... el gran teatro: el de las salas tradicionales: comerciales y «nacionales» (subvencionadas). Lo demás sería un interesante y hasta importante epifenómeno social a mirar con simpatía e incluso, en ocasiones, con eventual fervor: «caray con esos chavales de Lebrija o con ese grupito de Gijón», etcétera. Entonces, si el teatro es lo que se hace en los grandes locales, il va sans diré que no hay teatro más que, en Madrid o en Barcelona, etcétera. Historia conocida, pero es que las cosas ya van por otro lado: ¡atención al margen!, podríamos decir,

Limitándose ya al área central (madrileña), el prejuicio -que afecta, como digo, a la crítica de izquierdas se plantea en estos términos: hay «teatros»... y también alguna «madriguera» o «nido de arte» más o menos simpáticos. Un centralismo sui generis asoma también aquí su cabeza: el gran teatro sería el que se hace en los teatros de postín y lo otro sería un simpático -o no- y a veces agresivo epifenómeno. Sólo de esta manera puedo entender que algunos «progresistas» hayan «saludado» mi vuelta al teatro madrileño en ligeras gacetillas firmadas con iniciales y lamentando que mi reaparición no se haya producido en un gran teatro. O sea: en un teatro propiamente dicho: en el espacio de los verdaderos acontecimientos que merecen la atención de los grandes espacios en las revistas: crítica grande para el teatro grande... Veo yo ahí una peligrosa interiorización del pensamiento burgués, y, hélas, no tengo más remedio que decirlo. Cierto que, durante mi larga «ausencia», he vivido experiencias muy diferentes que las del mundillo teatral madrileño -malamente provincial, por otra parte- y que ello puede influir en que ahora, a mi vuelta, vea este mundillo como apoltronado, como inerte. . ¡Oh, qué mundillo tan inmóvil!, me digo; y quizá sea injusto en mi apreciación. Alguna vida debe de bullir dentro de esa «inteligentsia» aparentemente repetidora de los mismos clichés de siempre. ¡Ay, ese rum-rum monótono y adormecedor! ¡Qué invitación al sueño reformista! ¿Quizá obedece a una gran estrategia para la que yo soy ciego? (En este panorama es excepcional un artículo como, por ejemplo, el de Angel Fernández Santos en Diario 16.)

Pero es que, además, quienes ahora se lamentan de que yo no haya vuelto al teatro (... de Madrid) por la puerta grande, deben creer (digo yo) que su lamento -encierra un contenido radical: «nada ha cambiado, todo sigue igual, ¿lo ven? Este señor se merece una gran compañía, un gran local, unos grandes medios y aparece ahora así, vestido de harapos. Ergo ... » Y es verdad, que nada ha cambiado: tampoco el atraso, más o menos cosmopolita, de los planteamientos críticos de izquierda.

Encuentro, por lo que a mi caso se refiere, una cierta insinceridad -quiero decir uña, insinceridad cierta- en estos planteamientos, dado que mi ausencia, durante tantísimos años, no ha sido notada, digámoslo así, por nadie en los medios de comunicación, por no hablar de las empresas y de los directores. Por nadie: tampoco por ellos, los críticos progresistas.

El sistema establecido tiene, en fin, toda esa complejidad; y hasta los críticos pobres (e «inconformistas») llegan a pensar que un teatro rico es (ipso facto) mejor que un teatro pobre, y, por ello, más digno de análisis y consideración. De modo que, cuando se le da un palo, se le da, por lo menos, un palo gordo. A tal señor, tal honor.

Me dicen, pues, J. M. y M. B. que he vuelto al teatro (de Madrid) por una puerta chica, cuando la verdad es que he vuelto con los camaradas del Búho, por ninguna puerta: no las hay para nosotros... Pero el caso es que, a pesar de todo, siempre volvemos; que siempre estamos de alguna manera aquí; lo que hace pensar que quizá exista alguna razón profunda para que existamos, con nuestra filosofía y con nuestra práctica... Remedando un tanto cómicamente a Antonio Machado, creo que podríamos decir algo como esto a la hora de caracterizar nuestras acciones:

¡Compañeros, qué no hay puertas!

i Se hacen puertas al abrir!

Algunos creemos -¿verdad?- que estas puertas que no hay son, precisamente, las puertas grandes, del futuro. Por ahí entramos nosotros. O, al menos, lo intentamos de estas maneras. « El teatro de la sombra de hoy -dijo alguien hace bastante tiempo- es el teatro del alma de mañana.» O sea que...

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