José Luis Verdes
Que la obra de arte se halle en punto de crisis o al borde de la encrucijada puede, a veces, ser inestimable orientación o indicio de aventura para quien la hizo. Crisis significa, etimológicamente, juicio. Entrar en crisis la obra equivale a tomarse juicio de sí misma, a convertirse, quiéralo o no, su hacedor, en exigencia de su propia objetividad. A la encrucijada, por otra parte, se llega merced a la disociación de las sendas conocidas, y únicamente a partir de tal disociación le es factible al artista asomarse a la incertidumbre, a la expectativa, de las sendas por conocer, fermento y fundamento de la creación verdadera.Vienen a cuento estas consideraciones generales a título de introducción en el particular y actual que hacer de José Luis Verdes, tal como se manifiesta en la exposición que acaba de presentar en Madrid. Quiéralo o no el artista, su obra se halla en trance de crisis o al borde de la encrucijada. Me atrevería incluso a decir que Verdes ha llegado a esta situación decisiva por haber insistido, más allá de lo debido, en la escala de sus logros antecedentes, por haber excedido un limite. Ir más allá de lo debido es transgredir, y exceder un límite equivale a afrontar una aventura Y ambas cosas implican riesgo.
José Luis Verdes
Galería Ynguanzó.Antonio Maura, 12.
Los personajes, de Verdes eran en sus comienzos algo así como una fulguración, una fulguración electrizante que, viniendo de dentro, hacía diáfanos los contornos y mostraba el vacío interior. En un proceso posterior, el vacío de dentro fue acomodándose a una especie de red cuyos rasgos complejísimos se asemejaban, en parte, a un conjunto de células fragmentadas y, en parte, constituían los signos de un alfabeto indescifrable. La red y la fulguración terminaron, a la postre, por adquirir corporeidad real en el montaje de aquel originalísimo Mito de la caverna, que le valió a Verdes el premio de la Bienal de Sao Paulo de 1975.
El ciclo, a juicio mío, había quedado clausurado en ese punto, en ese mismo punto que Verdes se empeña en llevar más allá de su propio límite. Ello le ha inducido, por un lado, a disociar el unitario montaje del Mito de la caverna y, de otra parte, le ha aconsejado, por vía de expectativa, el empleo de otros materiales (tierras amalgamadas y contrapuestas en el sobresalto -ocres y verdes- de su propia apariencia natural). Y ahí, justamente ahí, es donde la crisis se insinúa y comienza la encrucijada. ¿A dónde irán a parar los fragmentos del concierto de antaño? ¿Podrán los nuevos materiales rememorar hoy un relato tan transparente como el de ayer? Resolver ambos interrogantes implica riesgo, si bien únicamente a merced del riesgo quedan abiertas las puertas de la creación.
Babelia
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