Tríptico de política
Hace ya semanas que leí el libro de memorias que ha escrito Ramón Serrano Súñer bajo el título de Entre el silencio y la propaganda, la Historia como fue. Sin duda es un libro ante el que los lectores de las generaciones más jóvenes, preocupados con otras cosas, han respondido con curiosidad, pero no muy dispuestos a hacer comentarios. Ha pasado mucha agua hasta bajo los puentes del Manzanares, y lo que sucedía aquí por el año 1940 pertenece ya a la historia, mejor dicho, a la Historia, como dice el título transcrito.Y sin embargo, Ramón Serrano Súñer, que es un abogado, un gran abogado, ha planteado su libro casi como un pleito actual, componiendo sus pruebas y procurando desarticular las de la parte contraria.
Al margen del libro, y para ayuda de los lectores, tenemos que recordar algo del marco que lo encuadra. La carrera política de Serrano Súñer se desarrolla desde las proximidades del poder en los años 1937 a 1942, con una akmé entre 19,40 y 194 1. Su salida del Ministerio de Asuntos Exteriores, al cumplir exactamente los cuarenta años, termina su actividad política con ese carácter de retiro, silencio y oscuridad que ha alcanzado a todos, altos y bajos, cuantos salieron disconformes de cargos en el gobierno del general Franco. A ese quinquenio de cercanía al poder supremo llega por el azar de ser cuñado de Franco, y también por su carrera política anterior, marcada por tres sellos.
El primero, su fundamental oposición, como en el libro se nos cuenta, al régimen republicano; el segundo, su antigua amistad con José Antonio Primo de Rivera, y el tercero el asesinato de sus dos hermanos en el Madrid rojo.
Si quisiéramos comentar suficientemente los tres puntos, tendríamos que resumir toda la historia contemporánea de España. Serrano Súñer había estudiado en la facultad de Derecho de la Universidad de Madrid, con decidida vocación de jurista, discípulo de profesiones en general excelentes y liberales. Quizá por el bajo tono de la política parlamentaria en los años en que estudió, Serrano Súñer no se enfrentó con la dictadura. Fuimos seguramente generaciones más jóvenes las que en aquellos años, siguiendo a los intelectuales, nos inclinamos a posiciones más bien revolucionarias.
Cuando advino la República, Serrano Súñer, ya en Zaragoza, se colocó en actitud de decidida oposición, y en la capital aragonesa fue presentado candidato a diputado por una «Unión de Derechas» en la que se agrupaban elementos conservadores decididamente enfrentados con el nuevo régimen. Así se encontró en las Constituyentes, donde su grupo fue absorbido por la CEDA de Gil Robles.
Por su edad y su situación, Serrano Súñer no aceptó la República como consecuencia de la dictadura, ni entonces creía aún en la necesidad de transigir con ciertas reformas en la estructura social del país. No se habla dejado llevar por los intelectuales hacia el nuevo régimen, ni necesitó de sus «no es esto» para desentenderse de él.
Desde posiciones más bien conservadoras vio con disgusto los cambios políticos del primer bienio. Pero en medio de todo, el joven diputado iba ganando experiencia y conocimiento de la realidad española, y se daba cuenta de las limitaciones de la vieja derecha, así como de las de muchos políticos republicanos. Los retratos que nos da en su libro de Prieto y de Azaña, de Miguel Maura y de Alcalá Zamora, de Goicoechea y de Cambó, son realmente apreciaciones políticas de capacidades y voluntades, y lo mismo los de Gil Robles y Calvo Sotelo y Largo Caballero.
Incorporado al amplio grupo que encabezaba Gil Robles, como nos recuerda, con lo que ello tenía de inevitable en la mecánica parlamentaria, pronto encontró motivo, por una parte, para disentir del siempre vacilante ralliement del jefe a la República, por otra, para darse cuenta de las limitaciones en las posiciones derechistas. La vieja amistad con José Antonio Primo de Rivera, iniciada en las aulas de San Bernardo hacia 1920, continuó en los años siguientes, y naturalmente se reavivó cuando el joven hijo del dictador se encontraba solo frente a la República, y alejado de las derechas, cuya insuficiencia en aquel momento él juzgaba bastante duramente. En las segundas Cortes de la República, cuando Primo de Rivera logró acta de diputado, único de su germinal partido, y buscaba. dentro de la moda fascista una identidad que lo separara de los modos de Hitler y de Mussolini, el diputado derechista envuelto en las confusas concesiones, de Gil Robles al partido más viejo y corrompido de todo el espectro republicano, era su confidente y amigo, y ocasionalmente apoyo en su soledad.
El sentido del derecho, una exigencia de limpieza, una intransigencia mayor, acercaban sin duda a Serrano y José Antonio Primo de Rivera. El sueño de conciliar, como se decía, lo nacional con lo social, podía presentarse a aquellos dos jóvenes atractivo. Naturalmente que José Antonio Primo de Rivera, mucho más desligado de las posiciones derechistas por crítica de la dictadura de su padre y por desencanto de lo que él entendía en las derechas como ingratitud respecto del mismo, había emprendido un camino más decidido. Pero a la hora de la conspiración contra la República del Frente Popular colaboraron íntimamente, como se nos cuenta en este libro de historia.
La muerte trágica de los dos hermanos de Serrano Súñer, que no tenían actuación en la política y fueron sacrificados a su participación en la fuga de Ramón de la zona republicana, determinaron la actuación de este junto a Franco, y su entrega decidida al movimiento y a la guerra. Había no sólo que ganarla, sino que corregir los errores que la habían hecho posible. Aquí sí que los sueños de José Antonio Primo de Rivera, y su proyecto de revolución condenado desde el principio a quedarse pendiente, vínieron a espolear la actividad de Serrano Súñer: este país nuestro entregado siempre a los «listos», desorganizado, incapaz de continuidad, moviéndose siempre en convulsiones... Como programa ambicioso surgía el de establecer al fin en la zona llamada nacional un orden de derecho, un verdadero gobierno que redujera las taifas militares, las jefaturas territoriales, los cuarteles generales de las comuniones, y todo aquel pintoresco y trágico mundo de los capotes guarnecidos de piel y rodeados de portadores de metralletas.A través de la Unificación, se llega al primer gobierno franquista de 1938. Serrano Súñer explica su función de jurista en este desarrollo. La amistad de José Antonio, fusilado muy al comienzo de la guerra, tiene una continuación en lo que comienza casi como enfrentamiento con Dionisio Ridruejo y sigue como larga e invariable amistad.
Pero las memorias de Serrano se concentran luego en la etapa en que las circunstancias lo colocaron en un primer plano en la política internacional, cuando a partir del viaje a Berlín en 1940 (ocupado por los nazis París en junio de ese año, y con tropas vestidas de FeIdgrau en el puente de Irún), tuvo que tratar de la nueva situación con Adolfo Hitler.
Serrano reconoce en esta parte del libro que, sin dejar de creer en la victoria de Hitler, que realmente había logrado en la primavera del cuarenta una increíble victoria conquistando desde el cabo Norte hasta Hendaya, su papel consistía en ver de salvar los intereses de España. Y la verdad es que los alemanes no consiguieron bases en territorio español, ni llegaron a comprometer gravemente la soberanía e independencia de nuestro país. Serrano Súñer puede referirse a la documentación publicada por los vencedores después de la guerra, y en realidad lo único que se puede presentar es el acuerdo de Hendaya (en realidad debido a la oficiosidad del embajador Espinosa de los Monteros), bastante impreciso, tanto que, como creo que el propio general Franco dijo delante de sus ayudantes (uno de ellos me lo contó quince años después), ese acuerdo de Hendaya quedaba anulado por la entrevista misma de Montoire, en la que Hitler, a los dos días, daba toda clase de seguridades al mariscal Petain.
Pero Serrano Súñer necesita defenderse de los que le sucedieron en las inmediaciones del poder supremo, que con la fatalmente creciente adulación que rodea a los dictadores, necesitaban salvar a Franco en las relaciones con Hitler haciendo caer sobre Serrano Súñer todo el peso de ellas. López Rodó, todavía en 1976, coge el incensario y señala que fue Franco el que «contra viento y marea» se mantuvo fuera de la guerra. Como ministro responsable, señala bien Serrano Súñer que en este punto de las negociaciones con Hitler no podía ni debía él tomar la iniciativa, y siempre hubo acuerdo fundamental entre el general Franco y su entonces ministro de Asuntos Exteriores. Los recuerdos de aquella etapa de quemante proximidad al poder llenan la vida de Serrano Súñer. Retirado por la soberana voluntad que ha regido nuestro país durante casi cuarenta años, su actividad ha sido reducida, y además, naturalmente, oscura y silenciosa. Pero léase en este libro de memorias la carta que Serrano Súñer dirigió a Franco el 3 de septiembre de 1945, en la que sacaba las consecuencias de la liquidación de los regímenes de tipo fascista por la derrota militar de Alemania e Italia, e invitaba al dictador a abandonar el disfraz que encubría su poder personal y a convocar un Gobierno nacional que adaptara oportunamente el país a los tiempos nuevos.
En una vida política normal, Serrano Súñer hubiera podido servir al país en abierta competencia con otras tendencias y otras personalidades. Su experiencia, que en este libro puede seguirse cómo avanzaba desde 1931 a 1945, no podía servir para nada en un sistema que se basaba, como es inevitable en los regímenes personales, en la adulación, la intriga y las combinaciones de escaleras abajo. Se podrá disentir de Serrano Súñer, se le podrán reprochar errores, como a cada mortal, pero a sus ya lejanos méritos viene a sumar el haber escrito este libro, que enseña lo que los gobernantes deben evitar para que los políticos de vocación puedan hacer en abierta competencia su trabajo.
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