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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Orden público

AYER EL Pleno del Congreso ha debatido el tema del orden público con vehemencia. Nos atreveríamos a decir que con saludable vehemencia. Lo sentimos por los niveles de adrenalina del señor Alvarez de Miranda, pero en un Congreso de Diputados pasan estas cosas. La paz y unanimidad de los espíritus son propias de las Cortes Orgánicas, no de Congresos democráticos.Por supuesto que hay mejores temas de conversación -y más útiles para el país- que Paracuellos, Vitoria o Montejurra, y que las argumentaciones ad hominem sobre el contrario no suelen casar con la elegancia. Pero que Fraga y Carrillo. se vapuleen, que Alvarez de Miranda se canse de agitar la campanilla y llamar al orden, que la tribuna de invitados derrame alguna invectiva sobre Sus Señorías no es bueno ni es malo: viene a ser un cierto reflejo de lo que el orden público es en las calles.

Tiene razón Su Señoría Roca Junyent al pedir Una desdramatización en la cuestión del orden público. No queremos para España Ia paz de los sepulcros. Tampoco queremos para este país la cadencia de fuego que se está registrando en las calles. Sólo queremos unos niveles racionales de utilización de los medios que un Estado tiene para apaciguar los disturbios.

Alguna vez este periódico ha sugerido la conveniencia de que el señor Martín Villa declinara su cargo actual. Luego viene Su Señoría el señor Tamames pidiendo un militar para la cartera del Interior y se nos enternecen los ojos ante la figura del actual ministro. Luego se producen debates parlamentarios como el de ayer, y Martín Villa -desde por el tono de voz, hasta por sus citas- adquiere imagen viva de franciscano ante sus debeladores. Hasta releyó a Azaña sin citarlo para evitar comparaciones. Aquí hay que dar un sombrerazo al vacío, porque los errores de Martín Villa se los disminuyen, mal que les pese, sus detractores.

En cualquier caso, es lamentable que Sus Señorías sólo hayan alcanzado el positivo acuerdo de investigar los sangrientos sucesos de Málaga y La Laguna. La realidad es que hay mayores trabajos por delante. Hay que abordar la reforma de un cuerpo armado como la Guardia Civil, del que parece que sólo puede ser sujeto de alabanzas interesadas o de citas enmohecidas sobre el duque de Ahumada. La Guardia Civil fue creada para una sociedad rural y de caminos inseguros, de escasa cultura y de partidas armadas en las serranías. El reglamento del duque de Ahumada no es válido para la décima potencia industrial del mundo. Ha sido la propia Guardia Civil quien así lo ha entendido organizando uno de los servicios de vigilancia más apreciados por los españoles y que el archicitado duque no pudo, obviamente, establecer: la Agrupación de Tráfico de la Guardia Civil.

Hay que resolver las dualidades entre las Fuerzas de Policía Armada y las policías municipales. Formar un cuerpo de seguridad bien equipado, entrenado y con una adecuada preparación sicológica sobre lo que es su tarea. Hay que facilitar la creación de servicios de seguridad autónomos en las nacionalidades que alcancen la autonomía; tales como los mozos de escuadra, en la Generalitat, o los mikeletes, en Euskadi. Hay que crear una policía judicial para que el Cuerpo General de Policía dependa de Justicia y no de Interior. Hay que hacer estas y otras cosas que no son más que camino para civilizar las relaciones sociales en el país.

Y si eso no se lleva a cabo seguiremos con la misma inquietante estadística de muertos en las calles, o con debates periódicos en el Congreso, en el que el orden público apenas pasa de arma arrojadiza entre Sus Señorías.

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