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Una reforma contra viento y marea

Las vacaciones de Navidad marcan una amplia pausa a la reforma del reglamento, que lleva a cabo el Ministerio del Interior. Han transcurrido casi dos meses de reuniones (bien que espaciadas) contra viento y marea porque el hecho de la reforma, en primer lugar, y después cómo se lleva a cabo, tienen la oposición de la mayor parte de los estamentos que componen la fiesta.Los aficionados opinan que el reglamento vigente no se ha cumplido jamás en lo esencial, por lo que es ridículo ir a una reforma que posiblemente no se justifica. Los profesionales del toreo, en gran mayoría, denuncian la falta de representatividad de quienes acuden a las reuniones en calidad, precisamente, de representantes suyos. De estos, novilleros y subalternos reconocieron que no les consta que la base les apoye, y decidieron abandonar los trabajos.

Aparentemente insensible a todas las críticas, la reforma siguió adelante en estos dos meses, y por añadidura con una suma de desaciertos notablemente superior a los aciertos. Hubo innovaciones difíciles de aceptar por cualquier aficionado nada más que mediano y por cualquier profesional del toreo responsable. Aquello de que se puede sancionar al espectador no ya porque insulte, arroje almohadillas, interrumpa la lidia y otros desmanes, que ya recoge el actual reglamento, sino simplemente por lo que ambiguamente se califica de molestar a público o lidiadores, es un disparate que expone a incurrir en falta a cualquier ciudadano, por el mero hecho de manifestar a la voz opiniones técnicas que signifiquen censura y, en defínitiva, supo ne echar a la gente de las plazas. Aquello de admitir que el toro puede no tener fuerza para soportar un tercio de varas normal y prever la reducción del número de puyazos a uno (en casos excepcionales, sí, pero ya se sabe cómo, en taurinismo, lo que se señala como excepcional pasa a ser norma) supone desnaturalizar la lidia, eliminar su elemento básico -el toro-, minimizar la importancia de la bravura, resignarse a que desaparezca el toreo dc capa y dar carta de naturaleza a ese espectáculo que ha sido habitua en los últimos años, sobre todo para las figuras y en las grandes ferias, donde la proverbial varie dad y emoción de los lances y los tercios queda reducida a un monótono pasar de muleta; soporífera reiteración de una con frontación desequilibrada en la que, a salvo excepciones, el toro es la víctima propiciatoria, elemento pasivo criado para morir sin gloria que cuando salta al ruedo ya está derrotado.

Sin embargo, sorprendentemente, en la última reunión -precisamente, no acertamos a explicamos...- hubo una reacción formidable; de súbito, el significado de la fiesta prendía en los asistentes, y cualquier debate llevaba todo a discusión salvo las características esenciales del espectáculo. Quizá fue determinante la actitud acertada, y tesonera, del representante de los aficionados, Antonio García-Ramos, quien subrayó la importancia de la edad del toro -mientras despreciaba el dato sobre el peso- y consiguió que su exposición, en tablilla, a la puerta de toriles, sea obligatoria.

Así como el peso, por su continuada exhibición, a la que obliga e vigente reglamento, llegó a ser tabú, circunstancia considerada importante por los espectadores las referencias al año de nacimiento, pero también mes, para más exacto juicio del toro, hará que esos espectadores aprecien la edad y lo que la misma modifica el comportamiento de las reses.-

La nueva tanda de reuniones, que tendrá lugar a partir del 17 de enero de 1978, debiera iniciarse con un repaso de todo lo estudiado hasta ahora, desde el primer artículo, a fin de que pueda hacerse reconsideración de lo errado, y sobre todo si para entonces ha sido admitida la representación democrática de los estamentos de la fiesta. Y de ahí en adelante, la reforma debe conducir a que la fiesta salga de su decadencia, no para legalizar sus corruptelas. Valdrá la pena, si se hace así.

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