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La necesaria reducción de la producción eléctrica en base a fuel-oil obliga a utilizar energía nuclear

El consumo de energía eléctrica a partir de los años sesenta, en los que se produjo la aceleración en el ritmo de crecimiento de la economía española, siguió una tónica acorde con el marco general en que dicho crecimiento se realizaba y así, el paso a una etapa de crecimiento industrial se fundamentó, al igual que en las demás economías occidentales, en la exigencia de un crecimiento muy elevado de los consumos energéticos en general y de los de energía eléctrica en particular.En el período comprendido entre 1960 y 1973, y acorde con esa demanda, la producción de energía eléctrica experimentó en España un incremento medio anual acumulativo superior al 11 % que significaba duplicar la producción aproximadamente cada siete años. Este ritmo se situaba en torno a los nueve años para otros países más industrializados que partían de unos consumos iniciales más elevados.

Los países desarrollados y en desarrollo siguieron, en esta etapa histórica, una política energética basada en el principio de «energía abundante y barata» y así, el criterio económico del coste mínimo, junto al objetivo de suministrar sin limitaciones la energía demandada en cada momento, constituyeron los pilares básicos sobre los que se planeó el crecimiento industrial.

Dicho principio pudo ser sustentado en esa época, fundamentalmente, porque junto a los recursos nacionales disponibles, y casi con independencia de la mayor o menor disponibilidad de los mismos (agua, carbón, gas, etcétera), el complemento necesario para atender a las demandas crecientes de energía venía ofrecido, de forma abundante y barata, por. los países poseedores de una energía primaria dúctil y rica: el petróleo. La consecuencia inmediata fue lógica, la gran mayoría de las economías occidentales pasaron en su estructura industrial, a ser dependientes directa o indirectamente del petróleo por razones en unos casos de precio y en otros de escasez de las energías autóctonas disponibles.

La situación anterior se rompió bruscamente a partir de 1973, precisamente, al estallar la llamada crisis del petróleo, con un efecto inmediato en la subida drástica de los precios del mismo, junto a restricciones en la oferta basadas en una toma de conciencia de la insuficiencia de esta fuente de energía primaria, para seguir la aceleración del consumo. En España, y en lo que se refiere a la electricidad, la producción pasó, en el período considerado de 1960 a 1976, desde 18.614 millones de kilovatios hora hasta 90.595, es decir, se multiplicó por 5,22.

Con mayor o menor retraso, la reacción está siendo, desde el punto de vista energético y en lo que respecta a la demanda, el replantear el mayor ahorro posible compatible con objetivos de crecimiento más moderados a corto plazo y nivel de bienestar aceptable. Desde el lado de la oferta se ha producido una vuelta a la búsqueda de la independencia en el abastecimiento de las energías primarias procurando, tanto el mayor aprovechamiento de los recursos autóctonos, como la diversificación de los suministros procedentes del exterior cuando no existan suficientes recursos propios, y la aceleración e investigación de nuevas tecnologías que permitan el aprovechamiento, en el menor plazo posible, de energías primarias distintas de las actuales utilizables para fines energéticos (solar, eólica, fusión nuclear, geotérmica, etcétera) que resulten más abundantes y mejor repartidas. Se trata, en definitiva, de planificar la escasez hasta tanto la tecnología sea capaz de permitir una nueva planificación de la abundancia energética si las investigaciones en curso alcanzan el buen fin buscado, lo cual en el estado actual y previsible de los avances tecnológicos, y habida cuenta tanto de las necesidades crecientes que impone el consumo, como de las cuantiosas inversiones que dicha investigación comporta, no parece que sean presumibles antes de un plazo de unos treinta años. Así, por ejemplo, estimaciones recientes efectuadas en Estados Unidos de Norteamérica con colaboración de científicos de todos los países de la Agencia Internacional de la Energía, señalan que para el año 2000, y en dichos países, no se espera que las nuevas energías puedan aportar más del 3,5 % del total de energía primaria que se consumirá en ese año.

Por lo que respecta a España, y referido al consumo de electricidad, la crisis económica ha motivado un descenso en el ritmo de crecimiento del mismo que ha pasado a ser del orden del 6 % anual acumulativo en el período 1974-1976 y se situará en torno al 4 % en el actual 1977. Este descenso se ha acusado fundamentalmente en los consumos para usos productivos, que representan más del 70 % del consumo total de electricidad.

En los próximos diez años se estima que el consumo de energía eléctrica en nuestro país tendrá un crecimiento medio anual acumulativo en tomo al 6% .En este ritmo de crecimiento tiene influencia la relación de la demanda con los incrementos previsibles del producto interior bruto; también pesa el hecho de que cabe esperar que la tasa de crecimiento eléctrico será superior a la de incremento del consumo de energía primaria, pues la aportación de la componente nuclear de abastecimiento de la misma, tiene viabilidad exclusivamente a base de su transformación previa en electricidad. Asimismo responde dicha tasa a las exigencias impuestas en cuanto a ahorro de energía, principalmente por vía de menores consumos específicos en los usos productivos (mejores rendimientos) y evitación del despilfarro en los usos finales o domésticos. También tendrá influencia la política de nuevas instalaciones industriales a base de vigilar la implantación de aquellas, cuyos procesos tecnológicos impliquen grandes consumos relativos de energía.

Del lado de la estructura de la producción necesaria para atender a la demanda prevista, se debe incidir en el mayor aprovechamiento posible de los recursos primarios autóctonos, fundamentalmente, el carbón, ya que la energía hidráulica todavía disponible debe servir más a la regulación del sistema eléctrico en su conjunto, que a la aportación de energía por sus propias características técnicas y económico-sociales y, en cualquier caso, no se dispone de la necesaria para representar aportaciones energéticas complementarias de gran significación en la atención al crecimiento de la demanda.

Asimismo, y junto a las limitaciones anteriores, la necesidad de reducir al mínimo posible la producción eléctrica en base a fuel-oil, dado su superior coste y su incidencia sobre la balanza de pagos, obliga a disponer de energía de origen nuclear, de cuyo combustible, en su estado natural, se dispone en buena parte en nuestro país (más del 40 % de las necesidades actuales).

En términos porcentuales debe pasarse, en el próximo decenio, de una estructura actual del equipo instalado en donde el hidráulico representa el 48 %, el equipo de carbón, el 14 %; el de fuel-oil, el 34%, y el nuclear, el 4 % restante, a otra estructura del orden de la siguiente: equipo hidráulico y de bombeo: 37 %; equipo de carbón, 18 %; equipo de fuel-oil: 20 % equipo nuclear: 25 %.

Ello supone alcanzar un equipo hidráulico del orden de vez y media el actual, un equipo nuclear unas trece veces el que hay en estos momentos y un equipo de fuel sensiblemente igual al dispuesto en la actualidad. Se observa, pues, cómo la tendencia de la oferta sigue una línea similar a la de los países deficitarios de energías primarias, especialmente petróleo.

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