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Finaliza, con concesiones, la huelga ferroviaria en Argentina

El Gobierno argentino ha cedido a parte de las peticiones de aumentos salariales formuladas por los trabajadores de los ferrocarriles y ha conseguido así que la huelga iniciada hace una semana finalizase ayer. Se mantienen en paro todavía empleados del Banco Nacional en Buenos Aires, estibadores del puerto bonaerense y los carteros de Mar de Plata.

La ola de huelgas que durante más de diez días ha paralizado diversos sectores laborales del país ha constituido la situación más delicada para el Gobierno del general Videla desde que las Fuerzas Armadas asumieron el poder hace diecinueve meses. Las organizaciones gremiales, despreciando las posibilidades de dura represión de las huelgas que la ley de excepción confiere al Gobierno Militar, consiguieron que sus afiliados se mantuviesen firmes en su postura de no trabajar en apoyo de sus peticiones salariales.Según fuentes gubernamentales, las autoridades económicas argentinas han elaborado un plan, a realizar en tres meses, para actualizar los salarios de los trabajadores. Los 10.000 empleados de los ferrocarriles solicitaban un salario mínimo mensual de 100.000 pesos, unas 17.000 pesetas, cifra que, al parecer, ha aceptado el Gobierno de Videla. El resto de los trabajadores en huelga exige aumentos de sueldos del orden del 40%.

El descontento de los trabajadores argentinos coincide con las duras críticas hechas hace tres días a la política económica del Gobierno argentino por la poderosa Federación de Empresarios. Según éstos, los planteamientos del ministro de Economía, José Martínez de Hoz, han provocado un enorme descenso del poder adquisitivo de los argentinos y un inmediato descenso de la actividad productiva en las industrias.

La cadena de huelgas colocó al presidente Videla ante una muy difícil alternativa, resuelta, por lo que parece, de manera civilizada. Si el Gobierno de Buenos Aires cedía ante los planteamientos de los ferroviarios, otros sectores laborales verían la puerta abierta para solucionar, mediante la presión de la huelga, sus reivindicaciones. Si para sofocar los paros los militares hacían uso de las leyes represivas por ellos mismos dictadas podría haberse desencadenado una ola de violencia de imprevisibles consecuencias.

En la solución del conflicto todos parecen haber cedido un poco: el Gobierno, aceptando como justas las peticiones de los trabajadores, y éstos, plegándose a las promesas del general Videla de resolver en tres meses los aumentos solicitados a cambio de la vuelta al trabajo.

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