El desafío social
Catedrático de Derecho del Trabajo
Desde el punto de vista histórico, dice Duverger, la democracia no es una cosa «natural». Sigue siendo, desde 1917, rara y excepcional todavía. Reclama cuidados atentos, ininterrumpidos meticulosos. Corno los que requiere un avión en pleno vuelo. Por naturaleza, los regímenes políticos caen en el autoritarismo y en la violencia, por una ley sociológica comparable a la ley física de caída de los cuerpos. La democracia no puede sustraerse a ella, sino desarrollando una fuerza de signo contrario mantenida en todo momento, controlada, ordenada, como el empuje de los reactores.
El tiempo es creador. Sin duda alguna. Y nuestro tiempo en nuestro país es a la vez herencia y creación. Se está creando un modelo social y político que a su vez está mediatizado por lo que hemos heredado. Estamos mayoritariamente empeñados en normalizar el país a nivel de democracia. Y en tal empeño hay dos ,escollos de notable magnitud. Uno, consustancial, y otro, coyuntural. El primero hace referencia a nuestra insolidaridad, agresividad y propensión al caciquismo.
Pocas aptitudes para la convivencia, en suma. El segundo radica en la crisis económica que todo el mundo occidental sufre y que en nuestro caso tiene connotaciones especiales por la debilidad de nuestras magnitudes económicas, la desconfianza reinante, las huelgas, el paro inversor y, en definitiva, porque no somos un país rico.
En tales circunstancias cabe o apuntarse al catastrofismo o a la constatación de Toynbee, de que las grandes civilizaciones han nacido en la adversidad. Las civilizaciones no mueren. por un desastre militar, un fracaso político o una crisis económica. Las civilizaciones mueren por la disolución de sus valores morales y el agotamiento de sus capacidades creadoras.
En la España del 77 la democracia es una criatura en incubadora. Y los movimientos sociales, la dinámica social, puede ser su impulso o su freno. Hay que hacer, día a día, una guardia celosa de esa democracia naciente, siempre amenazada por los intereses, el ansia de poder y el desprecio al prójimo, pero sin duda querida por la inmensa mayoría de los ciudadanos. En tal guardia, y a pesar dé los aires catastrofistas a los que no me apunto ni con la razón ni con el corazón, parece prudente pedir a todos los actores sociales que midan sus acciones con el punto de mira puesto en la instauración de una democracia sólida.
Contando con nuestra componente cívica, más bien deficiente, por mala gestión secular, dicho sea de paso, y con nuestros problemas económicos, creo que una respuesta comunitaria en el terreno de lo social que se apuntara a lo creador, a lo positivo, a lo optimista, podría ser el más firme sostén de nuestro convivir bajo mandatos elaborados con el consenso social y aceptados por ello mismo.
Y ahí está el secreto de la democracia; de la democracia real o posible, no de la lírica o romántica, como la que profesan -¿profesarnos?- los que creen «que la cara es el espejo del alma». La democracia no repudia el orden, sino -que lo «ordena»., El tema está en quién y cómo. Dando por supuesto que aquí hemos dado con lo que por ahí -Europa occidental- se ha dado desde el 44, es preciso tener el suficiente temple como para aguantar las tarascadas del catastrofismo en lo económico o del autoritarismo en lo político, y así arribar a esa sociedad contractual o de consenso que utiliza su autoridad por su propia legitimación democrática.
Gobierno, empresarios y trabajadores son los actores sociales de este «juego" en el que la apuesta, el desafío, es ni más ni menos que la democracia. La magnitud de la apuesta exige prudencia.
El Gobierno actual creo que está «capeando el temporal» sin unas ideas claras sobre su papel en el juego. Bien es verdad que tal capear es preferible a las prácticas anteriores, pero asimismo sería deseable una clarificación de la política y, desde luego, la proclamación de la misma, pues tengo la impresión de que en el pacto de la Moncloa lo social ha sido un subproducto de lo económico. Quizá por razones de coyuntura. Lo he dicho muchas veces y lo repito, que en usos democráticos el Gobierno ha de marcar las líneas de actuación y utilizar su poder sin menoscabo de las libertades de los actores sociales en una economía de mercado.
Los empresarios están dando una imagen de «el barco se hunde, sálvese quien pueda», que no se corresponde con la realidad ni con sus íntimas creencias. Al menos eso, pienso, pues si no, Dios nos salve. Hay que hacer justicia en nuestro modelo socioeconómico, cuya permuta tendría un altísimo precio, al hombre que emprende, que arriesga, que monta una empresa. Pero hay que pedirle, asimismo, coherencia con su propósito: de riesgo, de emprender, de lanzarse. Aun cuando hoy puedan existir motivos, no quisiera comparar al empresario con el paracaidista, pero desde luego que ha de aceptar un buen porcentaje de riesgo. Lo que le pasa al empresario, hoy, es que, además de andar muy mal en sus finanzas, no tiene apoyo social. Se ve como apestado. Se ha identificado el empresariado y el franquismo.-Y ni tanto ni tan poco. Cómo mezclemos todo, el resultado va, a resultar indigesto, Y ahora hay que tener mucha capacidad de digestión.
Este es el lado vamos a decir que comprensivo. Pero hay que añadirle que el empresario en el actual desafío social tiene que apostar con una confianza en nuestro futuro próximo, que al menos será «regularmente austero». Hay que pedir, sobre todo al capitalismo financiero, fe en la democracia.
Respecto de los trabajadores, que han sido los anónimos Autores de nuestro desarrollo económico, es m py difícil decir algo a la vez sensato y aceptable.
Por ello, lo mejor es decir buenamente lo que uno piensa. Y yo pienso que los trabajadores tienen primero que organizarse y luego actuar. Y actuar también con fe en la democracia y sin estirar excesivamente de la cuerda en estos momentos. Las huelgas y los convenios han de medirse bajo la óptica de la totalidad del país.
Nuestro momento es crítico y las estrategias, frentes y luchas han de ser consecuentes con el mismo. De lo contrario el desafío social históricamente apasionante puede ser una triste cosa con un desenlace triste.
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