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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La función social del empresario

HACE UNOS días, una revista especializada publicaba los resultados de una encuesta realizada durante el verano entre ejecutivos de grandes empresas españolas. Los resultados ofrecen una interesante radiografía de las preocupaciones hoy en día dominantes en ese sector. Las declaraciones más recientes de algunas figuras destacadas del mundo patronal insisten en enjuiciar de forma pesimista la situación actual y las perspectivas inmediatas de la economía española.Al empresariado le preocupa el elevado ritmo de la inflación de costes, desconfía de la capacidad del Gobierno para poner en práctica una política económica eficaz. y no parece disponer, por su parte, de opciones y soluciones claras. Su actitud respecto a la política monetaria es ambigua: cree en su eficacia como instrumento antiinflacionista pero teme sus repercusiones sobre el crédito, fuente básica de la financiación de la empresa. En cuanto a la Reforma Fiscal recela de la capacidad M Gobierno para ponerla en práctica. al tiempo que juzga que el momento actual no es el más oportuno para implantarla. Finalmente, si bien cree que el pacto Social. entendido como un cierto consenso mínimo entre trabajadores y empresarios es fundamental para salir de la crisis duda de la posibilidad de conseguirlo tanto por la resistencia de los trabajadores a aceptar una contención salarial como por la inexistencia de un marco adecuado de relaciones laborales.

A juzgar por algunas declaraciones de hombres representativos del mundo empresarial. ese panorama se ha ensombrecido aún más durante las últimas semanas. De confirmarse su impresión, estaríamos al borde de una parálisis de la economía española.

Así, el presidente de la Confederación Española de Organizaciones Empresariales. señor Ferrer, después de insistir en que el sistema de libre empresa es el único que puede sacar a España de la crisis, lamenta el carácter restrictivo de la política monetaria y advierte que los recortes crediticios sólo conducirán a la suspensión de pagos y a los expedientes de crisis. Por su parte, el senador real, señor Olarra, que también pronostica el cierre de muchas fábricas y el aumento del número de parados, acusa a TVE de «afeitado» en los programas económicos y al Gobierno de no gobernar, para terminar pintando el panorama dantesco de una quiebra universal y en cadena desde los grandes bancos y las empresas del INI hasta el presidente Suárez.

Estas afirmaciones muestran una apreciación deformada de la realidad porque mezclan peticiones posibles con supuestos imposibles. Es necesario que los empresarios recobren la confianza. Y entra dentro de la más irreprochable lógica económica que la CEOE pida explícitamente el despido libre e implícitamente la derogación de la ley de Relaciones Laborales y el desmantelamiento de unos tribunales de trabajo que sólo tenían justificación en un Estado corporativo donde sindicatos y patronales auténticos brillaban por su ausencia.

Pero los empresarios se sitúan en el terreno de lo imposible cuando denuncian, sin soluciones alternativas viables, la actual política monetaria, blandiendo la amenaza de las quiebras empresariales y el paro obrero. Porque la vuelta al crédito fácil, compañero inseparable de la inflación. llevaría a la economía española a un callejón sin salida. Bien es verdad que una política monetaria restrictiva tiene elevados costos sociales.

En Alemania Federal han quebrado 6.500 empresas durante los ocho primeros meses del año (un 6% más que en el mismo período del año anterior) y en Francia 10.000 en nueve meses (12% más que en esos meses de 1976). Aun sin caer en el darwinismo social, se puede afirmar que las empresas son organismos vivos, y cuando las empresas poco rentables, de tecnología anticuada o que operan en líneas productivas obsoletas desaparecen, las consecuencias negativas para los trabajadores y los accionistas afectados quedan compensadas, en el marco más amplio de la colectividad, por las nuevas posibilidades de empleo que crea una economía sana e internacionalmente competitiva. El grave problema del paro no debe ser un espantapájaros que las empresas arruinadas manejen para seguir recurriendo al presupuesto del Estado o a las arcas del Banco de España, como si fuera una inmensa ubre que debe alimentar todo tipo de incompetencias.

El fracaso de la política monetaria cuyas grandes líneas están diseñadas en el pacto de la Moncloa arrastraría consigo el programa entero de saneamiento económico. Ahora bien, los lamentos de quienes añoran el crédito fácil, barato e ilimitado de los viejos tiempos no deben ser confundidos con las críticas razonables a una excesiva rigidez doctrinarla en la aplicación de la política monetaría. El temor a que los técnicos sean como aquel príncipe que todo lo aprendió en los libros no es sólo la coartada de los malos empresarios que hicieron negocios sin riesgos con créditos públicos, sino un sentimiento bastante generalizado entre quienes se hallan al frente del aparato productivo, sano pero amenazado, del país.

Digamos, finalmente, que en algunas de estas declaraciones flota una extraña desconfianza del empresario ante su propio papel. Sería deseable que el hombre de empresa español se, contemplara a sí mismo, en estos momentos, como un personaje dedicado a reformar o revolucionar el sistema de producción, dispuesto a reorganizar sectores industriales en busca de nuevas salidas a sus productos, decidido a olvidar los caminos rutinarios y las épocas de proteccionismo estatal y sindicalismo vertical. Las cualidades personales para llevar a cabo esa tarea no son ciertamente comunes, pero en todo caso son las que justifican la función social del empresario y las que definen el sistema de libre empresa y de mercado.

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