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El socialismo argelino, ante la necesidad de aumentar la productividad

El discurso pronunciado recientemente por el presidente Huari Bumedien ante el Sindicato Unico argelino ha puesto el dedo en la llaga de los males que aquejar a Argelia. En un país donde la nacionalización de todos los grandes sectores económicos y la puesta en marcha de la revolución agraria e industrial se consideran los fundamentos básicos de su opción socialista, el mayor interrogante radica en cómo aumentar la producción a fin de satisfacer las necesidades de un crecimiento demográfico que se sitúa entre los más altos del mundo.La desigual política salarial existente en la sociedad argelina ha sido justificada por el afán de no poner trabas al desarrollo, pero haber dado aquí pruebas de pragmatismo no ha tenido la influencia positiva que se esperaba mientras surgía el fenómeno de las huelgas en un país de economía socialista.

Para paliar esas deficiencias, el Gobierno argelino procederá a una reforma profunda de la escala salarial. En una primera etapa los aumentos oscilarán del 20 %, para los sueldos de quinientos a seiscientos dinares (1 dinar = 20 pesetas) al 3 % para aquellos superiores a 2.000 dinares.

Al anunciar esas medidas Bumedien ha devuelto la pelota a manos de los trabajadores. Los 3.000 millones de dinares que representan esos aumentos de salarios, ha dicho el dirigente argelino, no servirán de gran cosa si no se incrementa la producción de bienes. Caso contrario se repetirá el conocido ciclo inflacionista: más circulante por el mismo índice de producción igual a merma del poder adquisitivo.

La baza es enorme porque Argelia arrastra desde hace algunos años un déficit crónico en su producción agropecuaria y se ve obligada a importar productos de primera necesidad como la carne, los huevos y los cereales.

La producción de cereales que, a principios de siglo era de diecinueve millones de quintales, se sitúa actualmente en los veintiún millones. Pero hay que tener en cuenta qué en 1900 la población argelina ascendía a 5,2 millones de personas y en la actualidad se aproxima a los dieciocho millones, por lo que la disponibilidad anual en cereales per cápita ha pasado de 370 a 140 kilogramos, considerándose como norma mínima necesaria la de cuatrocientos kilogramos. El consumo de carne ha pasado, por su parte, de trece a cinco kilogramos anuales por habitante.

Para remediar esa peligrosa curva, las autoridades argelinas se han lanzado a una vasta empresa de irrigación en la que se pretende invertir, hasta el año 2000, la fabulosa cifra de 34.000 millones de dinares, con la intención de convertir 880.000 hectáreas en tierra de regadío.

Los argelinos han dado prueba de prudencia a la hora de aquilatar las sumas recibidas por concepto de exportación de hidrocarburos y la existencia de enormes yacimientos de gas natural en Hassi R'mel no ha modificado la sensatez de sus previsiones. No en vano la propia Carta Nacional, aprobada por referéndum el año pasado, estima que las verdaderas riquezas que encierra el Sahara no se refieren sólo al petróleo, el gas o el uranio, sino a las perspectivas que abre la irrigación de grandes parcelas capaces de propiciar una agricultura moderna e industrializada.

La insuficiencia actual del nivel pluviométrico es un obstáculo que puede ser superado si se tiene en cuenta la existencia de importantes capas subterráneas y las medidas adoptadas para poner una barrera verde a la desertificación, así como la construcción de medio centenar de embalses.

La valorización de esos recursos va a representar una costosa carga financiera al Estado argelino, enfrentado, por otra parte, al compromiso de mantener el ritmo actual de creación de puestos de trabajo, del orden de los 100.000 empleos anuales, fuera del sector agrícola.

La reforma agraria no ha sido culminada todavía. En su fase actual queda por racionalizar la explotación de veinte millones de hectáereas de estepa y poner fin a otro de los vestigios del pasado: la posesión de más del 50 % del ganado ovino, estimado en doce millones de cabezas, en manos del 5 % de los propietarios.

Pero el objetivo final que se han asignado los argelinos es la industrialización del país. Para ello, la tasa de inversión alcanza el 40 % del producto nacional bruto, habiéndose llegado en 1976 a la cifra de 30.000 millones de dinares.

«Mi impresión -nos dice un funcionario de una sociedad estatal- es que se ha ido demasiado lejos y que convendría poner una pausa para dedicar toda nuestra energía a la concretización de los proyectos en curso ... »

Lo cierto es que las ofertas de licitación argelinas aparecen a diario en la prensa internacional. El último proyecto financiado parcialmente por el Banco Mundial, en este país, concierne a la construcción de un nuevo puerto, en Jijel, capaz de descongestionar el de la capital argelina. Las mercancías se acumulan en los muelles y ha sido necesario utilizar una parte de los terrenos del aeropuerto...

¿Improvisación?... ¿Error de gestión?... La respuesta que nos dan los argelinos es harto diferente: el inmenso esfuerzo de desarrollo que vivimos -afirman- ha conducido a la creación de un complejo sistema de actividades productivas en el que el menor fallo en uno de los sectores repercutía inevitablemente en los demás y taraba el conjunto de la vida económica.

La hora de reflexionar parece haber llegado tras el discurso de Huari Bumediem y toda Argelia se ha convertido en un inmenso foro donde la autocrítica está destinada a engendrar nuevas energías.

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