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Suárez, Callaghan y Gibraltar

El primer ministro del Reino Unido, James Callaghan, es un gran negociador, y buena prueba dio de ello cuando consiguió rectificar, en 1974, los tratados de adhesión a la CEE que el Gobierno de Edward Heath firmó sin aspavientos un año antes. El presidente del Gobierno español, Adolfo Suárez, es un político osado, y no hace falta enumerar aquí sus hazañas para confirmarlo.A Callaghan le va la fama de negociador porque siempre obtiene algo en los tira y afloja. A Suárez le gusta entrar de frente en los temas en busca de un resultado espectacular, que puede ser favorable o negativo, pero siempre ruidoso.

Ambos políticos se encontraron, por primera vez, en Londres el pasado miércoles con Gibraltar de por medio y con la CEE y la OTAN como temas complementarios. A los dos le tienta la oportunidad histórica de sancionar la anacrónica situación del Peñón, pero los dos, también, temen resbalar o retroceder en tan complicado problema.

Callaghan, siempre en busca de algún resultado, esperaba que Suárez dijera amén en Londres al desbloqueo de la Roca. Suárez deseaba traer a Madrid la apertura de negociaciones formales sobre el Peñón. Ninguno de los dos se salió con la suya. El presidente, como réplica, dejó en público un generoso plan español para el territorio, la población y la base de Gibraltar. Y el premier rebajó la oferta ante su opinión pública gracias a una prensa siempre fiel con el Foreign Office, que ignoró la visita de Suárez.

El primer inquilino de Downing Street teme que si va demasiado deprisa surjan problemas en el Parlamento y en su colonia peninsular que empeoren su ya negro futuro en las próximas elecciones legislativas. El mandatario de la Moncloa teme que el PSOE y el PCE no entiendan su estrategia de aflojar el cerco al Peñón sólo cuando Londres quiera negociar (sustitución de la aplicación estricta del tratado de Utrecht por las resoluciones descolonizadoras de la ONU) y que se vuelquen en una campaña de derechos humanos en favor de la apertura de la frontera gibraltareña como la que ya empiezan a mover grupos pacifistas.

El número uno del Partido Laborista recuerda que Gibraltar está ya en la CEE y que España es candidato impaciente. Y el jefe de fila de la UCD recuerda, también, que la izquierda española no es partidaria de ningún tipo de bases extranjeras en el territorio hispano y que otros partidos importantes de la derecha podrían seguir una línea similar, si predomina la intransigencia en esta negociación, en la que Estados Unidos siempre tiene algo que decir.

Londres no tiene prisa, pero teme que los gibraltareños se dejen embaucar por el palacio de Santa Cruz. Y Madrid tiene mucho interés en marcar este gol histórico pero teme, también, un patinazo similar al conocido «vamos a pensar juntos» de López Bravo.

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El pasado miércoles, en Londres, hubo habilidad y osadía, por parte británica y española, respectivamente. Hubo una quinta conversación Oreja-Owen sobre el tema y se decidió mantener el contacto, pero nada más en lo que a resultados concretos se refiere.

Gran Bretaña tiene ya un plan concreto presentado por España. Y España espera la respuesta oficial a su propuesta, una vez que los gibraltareños opinen sobre el tema.

Estamos en un impasse que puede durar meses, a la espera de que enfríe el encuentro franco y duro del miércoles. Sus protagonistas tienen, por último, muy buenas relaciones con sus contrarias oposiciones: a Callaghan le gustaría ofrecer el gol de Gibraltar a Felipe González; y Suárez preferiría negociar con Margaret Thatcher, que presume ante la prensa española de estar más cerca de UCD que de Alianza Popular (de un tiempo a esta parte). Todo ello entra en la lógica de las ideologías, pero vistas las últimas encuestas preelectorales del Reino Unido y de España es de suponer que ni Callaghan ni Suárez estén dispuestos a esperar a sus homólogos, González y Thatcher, porque corren el riesgo de ser sustituidos por ellos en la Moncloa y en Downing Street.

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