La orquesta de Cámara Polaca inaugura el ciclo de Ibermúsica
La presencia en Madrid de este conjunto polaco, excelente orquesta de cámara, nos vuelve a hacer meditar sobre la necesidad de una ayuda urgente, para su total puesta a punto, a las pocas orquestas españolas del género.La Orquesta de Cámara Polaca dio una lección de buen hacer en el teatro de la Zarzuela, inaugurado con brillantez el VII Ciclo de Ibermúsica, que este año se presenta más equilibrado y decididamente camerístico que nunca.
Estamos ante un grupo altamente preparado y rigurosamente afinado, lo que favorece su rendimiento sonoro. Su director, el compositor y pianista polaco Jerzy Maksymiuk, fundador de la orquesta, demostró ser un artista flexible y exacto, haciendo tocar a sus músicos como verdaderos virtuosos. Ello se pudo apreciar bien en la Suite u Obertura Burlesca, de Telemann, Don Quijote, para orquesta de cuerdas y bajo continuo, pieza maestra del prolífero músico de Magdeburgo. Luego, el Concerto grosso Op. 6 nº 10, de Haendel, interpretado en la misma línea, no demasiado purista, pero digna y respetuosa con el espíritu barroco.
La calidad técnica de los polacos se puso de manifiesto en el Divertimiento para cuerdas en fa mayor-Kv. 138, de Mozart, aunque, a mi modo de ver, se corrió con exceso en el allegro inicial.
En la segunda parte oímos lo mejor y lo menos bueno de la velada. Por un lado, el Concierto n.º 14 para piano y orquesta, de Mozart, que tuvo como solista al joven de veinticuatro años Gerhard Oppitz, reciente ganador del concurso internacional Artur Rubinstein de Tel-Aviv. Oppitz no es un pianista mozartiano y su versión del Concierto en mi bemol mayor, Kv. 449, resultó borrosa, falta de matices. e incorrecta en el fraseo. Todo lo contrario ocurrió en la Sinfonía nº 49, La Passione, de Haydn, que cerraba el concierto. La orquesta polaca nos dio una gran versión, magistral en la dinámica y en los contrastes, donde hubo hasta la sorpresa que hubiera divertido a Haydn, de la explosión de la lámpara de un foco del teatro.
El éxito obligó a Maksymiuk a regalar tres piezas más. Un movimiento de una de las Sonatas para cuerda, de Rossini, el rondó del último concierto para trompa de Mozart, Kv. 495, y un fragmento de una suite del compositor polaco contemporáneo, Henryk Mikolaj Gorecki. Espectacular final que entusiasmó al público, aunque fuera una mala pasada para el solista de trompa salir así, en frío, a tocar un movimiento tan comprometido. Tal vez es lo que Mozart quería para su buen amigo Leutbeg, hacerle pasar apuros con aquellas viejas trompas de caza ¡sin pistones!
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