_
_
_
_
Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El fondo de la crisis

Diputado de UCDHay muchos datos para confirmar que atravesamos una crisis profunda. Tanto, que casi no es necesaria la lectura de los indicadores correspondientes.

Quienes han diagnosticado el momento presente coinciden en señalar, junto a otras notas, la de una ausencia de confianza. La atmósfera está llena de inseguridad, de decepción. Justificadas o no se han extendido por el país nubes de desaliento y de perplejidad. No han faltado voces que han advertido del peligro que esos sentimientos pueden acarrear a la naciente etapa democrática.

Los puntos de referencia que se juzgaban establea han perdido su valor. Qué es justo, qué es legal, constituye, a veces, una preocupación sorprendente para cuya satisfacción no hay siempre respuestas seguras. Será que pervive un ordenamiento jurídico inadecuado; será que perviven estructuras alienantes. Cualquiera que sea su justificación -o su coartada-, la cuestión es que la vida española discurre. sobre un terreno movedizo, desde lo fundamental a lo más ordinario.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Van a cumplirse cuatro meses desde las elecciones del 15 de junio, y la flor de la democracia crece espigadamente sobre un erial. Y lo que es su savia, el contacto del pueblo con las instituciones en las que depositó, con su voto, la confianza, se distancia en lo, que es más preocupante: la incomprensión. ¿Qué hacéis?, es la pregunta que repiten electores desconcertados y desencantados a sus teóricos representantes, no más ilusionados y lúcidos.

¿Qué ha sucedido en este país en estos cuatro ineses para que se haya producido un cambio tan significativo de ambiente colectivo?. El 15 de junio se alumbró para muchos -pienso que para la mayoría- una esperanza. Desilusión, escepticismo, cuando no despecho y arrepentimiento, es la cosecha que recoge cualquiera de los días ordinarios de este otoño luminoso, por debajo de las evasivas declaraciones de las fuentes fidedignas.

No han cambiado las constantes de la coyuntura económica. Se han agravado lógicamente por el simple transcurso del tiempo. Péro no son un dato nuevo. Tampoco lo son las afortunadamente esporádicas sacudidas de la sensibilidad colectiva en forma de muertes de agentes del orden público. La tensión del País, Vasco tampoco ha surgido ahora, y hasta podría afirmarse que no ha empeorado. Más aún, una cuestión pendiente como la catalana se ha encarrilado. ¿Por qué entonces esa mutación del escenario? ¿Cuál es su profundidad y su clave?

A mi juicio no hay que buscarla en el campo de las recetas técnicas, de las jugadas, más o menos afortunadas de la política entendida preferentemente como un complicado juego de ajedrez táctico. Está más allá, en donde un pilar de la civilización occidental, como Aristóteles, sitúa a la política, ni desgajada, ni confundida con la Etica. No son estas reflexiones trasnochadas ni teóricas. ¿Habrá que recordar varios hechos. decisivos de la política americana reciente?

Lo que hundió a Johnson fue creer que para aligerar la pesada carga de la guerra del Vietnam podría engañar ligeramente al pueblo americano. El pueblo se. dio cuenta y reaccionó contra esa manipulación con tanta fuerza como contra la guerra misma. Error parecido y trágico fue el de Nixon, al pensar que la opinión pública no conocería nunca lo que estaba ocultando en el asunto Watergate. Nixon cayó no por sus desaciertos en los asuntos de Gobierno, en el enfoque general de la política interior o exterior americana, donde obtuvo indudables bitos. Dimite porque el apodo de «mentiroso Dick» había dejado de ser un arma esgrimida por sus adversarios, para convertirse en una amplia convicción nacional. El pueblo, que tiende a ser comprensivo con los defectos, no admite ser engañado.

Todo esto acaba de recordarse con el asunto Lance. El éxito de Carter, en el acceso a la Presidencia, después, de Watergate, va ligado a una cierta conciencia nacional de regeneracionismo, que casaba con la figura y hasta la predicación moral del entonces candidato. Parecía como si un poco de aire limpio o menos contaminado del Sur pudiera restablecer la confianza en los sofisticados entresijos de Washington. El apoyo del presidente a su paisano y jefe de la importante Oficina del Presupuesto -ya dimitido- ha hecho bajar puntos en la credibilidad de Carter.

Es por ahí por donde hay que buscar ahora, entre nosotros, el sentido y la profundidad de la crisis. La esperanza del 15 de junio ha sido maltratada porque ha faltado en la acción de Gobierno grandeza, claridad, coherencia -un programa- y han sobrado ratonerías y chalaneos detrás de las puertas cerradas golpes de efecto, aisladas y desconcertantes declaraciones, intrigas de poder e intereses personales. Y lo más grave, que está en la base de la desilusión creciente que se respira, es el convencimiento de que no hay correspondencia con lo que millones devotos entendieron respaldar.

Todas y cada una de las afirmaciones que se acaban de hacer podrían ilustrarse con ejemplos concretos y conocidos. Bastará quizá con uno reciente y exitoso. El doble lenguaje que se ha utilizado para presentar el restablecimiento de la Generalitat -y hasta su forma jurídica- han generado recelos y humillaciones donde tendría que haber satisfacción general. Querer rebajar el acontecimiento a un hecho ordinario, al amparo de la ley de Bases de Régimen Local es afrentar a los catalanes y tomar a los demás españoles por incapaces de darnos cuenta de la trascendencia e irreversibilidad del hecho.

La solución de la crisis hay que encontrarla en el mismo terreno en que está planteada. No, desde luego, en los libros de economía, sino en lo que pueda desentumecer los ánimos de los españoles, atenazados por el desaliento y aun por el mal humor. Más que habilidades, el país necesita autoridad moral, ejemplaridad. La conciencia de gravedad de la crisis es tal que, aunque no fuera más que por instinto de conservación, el pueblo se acogería a unas medidas que fueran adoptadas con convicción por un Gobiemo que no tenga complejos de parecer lo que no es.

Hoy, más que nunca, por encima de aciertos o errores, la Presidencia debe encamar un liderazgo moral para la consolidación de la democracia prometida. El gran patrimonio del presidente Suárez es la esperanza que despertó en el pueblo español. Es un capital al que no debe alcanzar la inflación. Porque, perdida, la confianza es irrecuperable.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_