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Entrevista:La polémica nuclear en Europa

"Ningún país ha abierto un debate serio y democrático sobre la opción nuclear"

Desde hace unos meses la situación es clásica. Casi cada fin de semana, miles de personas, de todas las tendencias políticas y estratos sociales, se reúnen masivamente alrededor de grandes centrales nucleares para protestar contra la carrera del átomo. Hace diez años los ecologistas europeos podían cifrarse en unos centenares. Hoy son millones.

Marc Dubrulle, secretario general de lnter-Environnernent, que agrupa a 184 organizaciones de defensa de la naturaleza, se declara dispuesto al diálogo nuclear que, de antemano, considera desigual entre pronucleares y antinucleares.

EL PAÍS: ¿Por qué Inter-Environnement es antinuclear? Marc Dubrulle: Nuestra organización agrupa a 184 asociaciones de defensa del medio ambiente, entre las que figuran varias especializadas en el tema nuclear. Es en el contexto de lucha contra la contaminación del medio ambiente que situamos el sector nuclear. A pesar de que la energía atómica se presente como una energía «limpia» por sus defensores, no tenemos suficientes garantías para aceptarlo.

E, P.: Oponerse al desarrollo de la energía nuclear es oponerse al progreso.

M. D.: Somos realistas no utópico Nuestra lucha se orienta en dos frentes: abrir el debate público, teniendo en cuenta las posibles ventajas: evitar los errores del pasado, cuando se centraron todas las esperanzas sobre el carbón o el petróleo. Después del descubrimiento del átomo con fines militares, como se demostró en Hiroshima, nació una especie de euforia de lo nuclear. Los que desarrollaron lo nuclear con fines bélicos quisieron, quizá por darse buena con ciencia, domesticar la energía nuclear con fines pacíficos.

Desde la última guerra mundial todos los países industrializados han invertido masivamente en una energía nuclear que, en principio, debe ser barata, limpia y prácticamente inagotable. Se hizo, una vez más, una elección impuesta por grandes sociedades comerciales, sin tener en cuenta los intereses del ciudadano. Nunca, ni durante la era del carbón, ni la del petróleo, ni hoy en la nuclear, nunca, se ha calculado el coste total de la operación. En el litro de gasolina que compra el consumidor, no se calcula el precio que puede costar combatir la contaminación de un desastre marítimo, en el transporte o en la prospección, como el naufragio del «Torrey Canyon» o el escape en las plataformas del mar del Norte. Ocurre lo mismo con la energía nuclear. Se elige por considerarlo interesante, desde un punto de vista económico, sin tener en cuenta los eventuales problemas de contaminación.

E. P.: ¿Sus reservas se centran, entonces, sólo en las garantías de seguridad? M. D.: El problema de fondo es que el consumidor ni en Bélgica ni en cualquier otro país tiene nada que decir en los grandes proyectos comerciales. Las sociedades responden que el consumidor gasta cada vez más energía. Es verdad. Como es verdad que existen estudios donde se demuestra que el crecimiento económico no va necesariamente ligado al aumento del consumo de energía. Estamos ante un problema de sociedad, donde hay implicaciones múltiples. Desde la necesidad de perfeccionar los transportes en común, hasta la construcción de viviendas con mejores sistemas de aislamiento, pasando por el desarrollo de otras energías complementarias, como la solar (que puede servir perfectamente para calentar el agua de una vivienda, incluso en países como Bélgica); geotérmica, etcétera. En cuanto a la seguridad en lo nuclear nuestra crítica fundamental radica en que, en ningún país, ha habido hasta el presente un verdadero debate serio y democrático sobre el sector nuclear. Ha venido siempre impuesto de arriba, por razones comerciales.

EL PAÍS: ¿No cree que un poco ante los mismos fantasmas que, a principios de la era industrial, provocaba la máquina de vapor?

M. D.: Los que proponen la energía nuclear reconocen estar de acuerdo con nosotros. Existen riesgos, dicen, pero tomamos todas las precauciones. Es verdad. En ningún otro sector industrial se tienen en cuenta tantos elementos de seguridad como en el nuclear. No ha habido ningún accidente y no lo habrá nunca, dicen los defensores de lo nuclear. El razonamiento es idiota. A medida que haya más centrales habrá más riesgos y, tarde o temprano, habrá un accidente. Esperemos que sea tarde, y cuando llegue el accidente sus consecuencias serán incomparables con cualquiera de los graves problemas de contaminación actuales, como Seveso, por ejemplo. Aceptaremos la energía nuclear si se demuestra que es la única solución inevitable. No creemos que sea la única y oponerse al desarrollo de la aventura nuclear no es oponerse al desarrollo. Supone abrir el gran debate del futuro mismo de nuestra sociedad. ¿Es necesario continuar con un desarrollo frenético? ¿Pueden encontrarse otras formas de sociedad que logren también satisfacer al hombre?

EL PAÍS: ¿Hay que ir hacia la eliminación total del sector nuclear?

M. D.: Hay que aceptar la realidad que existe. Incluso la alternativa de lo nuclear como una fuente más de energía, pero no como la única cara al futuro. Conservaremos las centrales que hay, pero dejemos aparte proyectos como el de construir cuatrocientas centrales nucleares en Europa occidental. Hay que tener en cuenta otras fuentes de energía. Las propias sociedades que controlan lo nuclear comienzan a interrogarse y muchas de ellas invierten en otras orientaciones energéticas. El combate nuclear no es patrimonio de barbudos, ecologistas o «gauchistes». Hay muchas personas con corbata, grandes burgueses y científicos que se interrogan también ante la aventura nuclear.

EL PAIS: Si europeos y americanos paran el proceso nuclear ¿no cree que perderán la carrera ante otros bloques, como el ruso o el chino, que continúan su camino, sin oposición, por otra parte, de grupos «antinucleares»?

M. D.: Es uno de los argumentos que nos oponen con más frecuencia. Nos dicen que estamos minando la sociedad occidental y reforzando la posición del bloque angustioso de nuestra lucha. Pero no somos sólo los ecologistas los que nos planteamos el interrogante nuclear. Hay científicos y premios Nobel. Las tendencias están divididas. Existen dudas que obligan a reflexionar y a tomar una determinación. El riesgo existe, siempre ha existido. Errores ecológicos en la historia han existido desde la época de los griegos y romanos que arrasaron completamente los bosques de la cuenca mediterránea, condenando a las generaciones siguientes a pagar sus errores. El riesgo nuclear es mucho más considerable, y, creo, los propios dirigentes del bloque del Este son conscientes de sus peligros.

EL PAÍS: El debate público que propone la Comisión de las Comunidades Europeas y, concretamente, su responsable para el sector nuclear, Guido Prunner, ¿servirá para algo? M. D.: Somos muy escépticos. Cuando vemos los informes de la CEE, todos son claramente pronucleares. A pesar de la existencia de una dirección general en la Comisión Europea dedicada a la política de protección del medio ambiente, no hay que olvidar que la «filosofía» del Mercado Común es comercialista, lejos de los intereses de lo que podría ser una Europa de los pueblos. La CEE dispondrá de todos sus medios para influir sobre la opinión desde sus puntos de vista. Será la política expuesta irresponsablemente por el primer ministro belga Leo Tindemans, que, en su informe sobre la «Unión Europea», escribe que «debemos convertir la energía nuclear en sicológicamente aceptable para el pueblo». Consideración inadmisible. Lo que hay que hacer es dar a los adversarios los mismos medios para defender sus puntos de vista frente a los gigantes industriales. El coloquio de la CEE no irá por este camino. Nos dicen que sin energía nuclear varios hacia la crisis, la miseria, la vuelta a la era de las cavernas. Creo que es exagerar el tema. Vivimos ya en la crisis de la sociedad, en la que habrá que interrogarse sobre el tipo de vida que queremos.

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