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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Zarandeo de esqueletos

La propuesta que no ha mucho hizo Justino Azcárate, ayer emigrado y hoy senador, de traer a España los restos de los dos presidentes que tuvo la Segunda República -Niceto Alcalá Zamora y Manuel Azaña- y del rey Alfonso XIII, es muy de elogiar por el espíritu conciliador que revela, a tono con el momento histórico que vive el país.Uno de los más profundos anhelos de todo expatriado ha sido siempre el de reposar definitivamente en su tierra natal, no en lugar extraño. Ya lo dijo uno de ellos, Martínez de la Rosa: Detente amigo, y di: blanda y ligera /esta tierra te sea..., si es que puede / serlo nunca jamás tierra extranjera.

Y en el pasado, en efecto, más de un personaje ilustre muerto en el destierro fue devuelto a la patria póstumamente. Así, por ejemplo, Moratín, así también Goya. Con toda la pómpa oficial; aunque en el caso de Goya la preparación del traslado desde Burdeos a Madrid requirió muchos años, porque la primera propuesta tropezó con un alto funcionario del Ministerio de Estado que alegaba no haber precedentes ni consignación en el presupuesto para abonar los 693 francos con cincuenta céntimos que pedía el cónsul de España en aquella ciudad, de acuerdo con la empresa de pompas fúnebres encargada de la remoción de tan importantes huesos. Ocurría esto en 1880, y el traslado no pudo llevarse a cabo hasta 1899; pero hay que añadir que los restos de Goya se transportaron a España con los de su pariente Goicoechea para evitar confusiones, pues ambos yacían juntos en la misma sepultura y a los dos les faltaba la cabeza.

Yo no sé si Azaña conocía estos, detalles, pero sabía de la repatriación, y además fue testigo, como lo fuimos otros, del retorno a España de los restos de Ganivet. Que fue, seguramente, lo que le hizo decir por entonces que los españoles ni morir tranquilos podían, expuestos como estaban siempre a que les zarandeasen el esqueleto.

No creo que la propuesta de Justino Azcárate presente inconvenientes en relación con Alfonso XIII, por tratarse de un caso singular -no hubo emigración monárquica de cierto alcance-, y tener los Reyes de España, tradicionalínente, su lugar de reposo último en los sepulcros de El Escorial. Mas no así al tratarse de Alcalá Zamora y Manuel Azaña. Uno y otro formaron parte de la emigración política y cultural más numerosa e importante de la historia española moderna (esa emigración que hoy intentan «desmitificar» algunos perseverantes epígonos del franquismo). Y aunque sólo ellos llegaron a desempeñar el más alto puesto en el Estado republicano, es indudable que hubo otros expatriados con merecimientos de otro orden no inferiores a los suyos. ¿Quién dice que en vista de ello no pocos ayuntamientos, instituciones culturales y otros organismos no se decidirían a repatriar los restos de Ignacio Bolívar, Pío del Río Hortega, Augustín Pí Sunyer, Rafael Altamira, Pablo Casals, José Castillejo y otros destacados representantes de la ciencia, las artes y las letras que hoy reposan lejos de la patria? Y eso que a algunos ya los trajeron, como a Juan Ramón Jíniénez, después de muerto, o todavía vivos, como a Luis Companys. Imaginemos de todos modos el trasiego de cadáveres que supondría la operación, hasta su retorno al lugar natal. ¡Si al menos hubiera seguido la mayor parte el ejemplo de aquel médico emigrado en Panamá, cuyas cenizas se arrojaron al océano Pacífico!...

No sabemos tampoco si algunos de ellos habrían dado su conformidad para el retorno póstumo. El mismó Moratín salió de España con pocos ánimos de regreso, a juzgar por el soneto de despedida que dirigió a su patria, y que termina del siguiente modo: Pero si así las leyes atropellas / si para ti los méritos han sido l culpas, adiós, ingrata patria mía.

Pienso, por otra parte, que el cumplimiento de la generosa propuesta del senador Azcárate, en lo que se refiere a los ex presidentes de la República y a sus previsibles consecuencias, constituiría un mal ejemplo. Con el tiempo se olvidaría que en 1936 se inició en España una guerra civil, cuando la mejor manera de evitar que vuelva a producirse quizá consista no en olvidarla, sino en tenerla presente para aleccionamiento de todos. El retorno de emigrados ilustres daría a las generaciones futuras la impresión errónea de que la vida española había transcurrido por cauces normales, puesto que a cada uno se le vería reposando tranquilamente, para siempre,. donde era de esperar. Algo semejante ocurrió ya a fines del siglo XIX y primeras décadas del actual. Se llegaron a ver las guerras civiles, alguna tan inmediata, como muy lejanas y de otro planeta. En el bachillerato, la Historia de España acababa a lo sumo con la guerra de la Independencia, como si lo que vino después no importara, o fuera poco serio, según opinaba Ganivet. Así pudieron el sainete y la zarzuela dar de la vida de Madrid- una imagen tan bonachona y apacible que se pensó que allí no podía ocurrir nunca nada. Para desperiar un día y tener que enfrentarse con las muchas cosas que ocurrieron.

Hágase, por serjusto y oportuno, el traslado de los restos mortales de Alfonso XIII, Alcalá Zamora y Manuel Azaña. Pero que luego se deje a los demás en paz. Tiempo hay para honrarles, si se quiere, con lápidas, bustos e inscripciones; aunque el mejor recuerdo es el de la obra que dejaron. Entretanto, bien están donde se encuentran, testigos mudos y lejanos de una tragedia que ellos no Iniciaron y fue la causa de su destierro.

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