Los chalets
Ya saben ustedes cuál es mi teoría del municipio, o más exactamente del municipio franquista, porque yo tengo teorías para todo, y no es que aspire a ser el Maquiavelo de Arespacochaga, que el Maquiavelo de Arespacochaga es el señor Prados de la Plaza, cronista municipal y, de pronto, como el rayo, director del centro ese de cultura municipal de Colón. No es la primera vez que ocurre. La guerra municipal está llena de desertores, como lo estuvo la guerra civil. Lo que mejor hace el español, en las guerras, es desertar.-¿Y por quén va eso ahora, jefe?- dice el quiosquero.
Por muchos. Por multitud. Por una multitud que es don Enrique de Aguinaga, un suponer, que de buen cronista municipal pasó de pronto a gerifalte en la Casa de la Villa, y ahí sigue. Se supone, por principio, que.el cronista municipal es el enemigo natural del alcalde, su deuteragonista griego, o greco, que queda mejor. Pero no. Aquí, en muchos años de democracia orgánica y conjunción escolástica,de contrarios, se ha visto siempre como habitual que el enemigo se pase al enemigo. Es una secuela de la guera, claro, porque con las guerras- que son muy instructivas- siempre se descubre la penicilina y nuevas formas de convivencia. Lo decía el general Yagüe cada vez que cogían un rojillo:
-Qué, ¿otro desertor?
En ambos bandos se llevaba el proclamarse desertor cuando a uno le pillaban:
-Pero si yo iba a pasarme mañana mismo con la manta. ¡Viva Azaña!
Lo cual que Luis Prados de la Plaza ha rechazado una obra teatral para niños, de Lauro Olmo, que iba a ponerse en su Centró, ese de los chorritos, y cuando han ido los de Comisiones Obreras, rama de teatro, a pedirle cuentas, creyó que era ya la revolución con hoces y en camiseta. Pero vio entrar a un actor y una actriz maravillosos, oliendo a dioríssimo, y dice ahora que hasta el rojerío está perdiendo pedigree, como los curas.
Pero vamos con mi teoría municipal, que ya he ex playado aquí otras veces, porque ustedes son muy desmemoriados': yo sostengo que cada alcalde de vara y cuchillo se fija un enemigo mitológico-urbanístico al que exterminar, y según que lo logre o no, ha culminado gloriosamente su función consistorial. Casi todos lo lograban con la ayuda de Franco.
Mayalde se cargó los bulevares: Arias, los palacios de la Castellana; García Lomas, la plaza de Olavide. y Arespacochaga, ya saben, tiene su monstruo del lago Ness en el Viaducto, que es como un hermoso diplodocus de hormigón, recién salido de la cuenca del Manzanares.
Como los tiempos son otros y la prensa se ha vuelto anarco, el señor Arespacochaga no puede ya con el Viaducto, y entonces se ha fijado un objetivo más modesto: los chalets sencillos de la Ciudad Jardín, de Alfonso XIII, de Arturo Soria, las viviendas unifamiliares que alegran melancólicamente la monotonía recrecida del cemento y el ladrillo hortera y especulativo. Iba yo a comprar. el pan y en esto qué me encuentro a Margot Cottens, la gran actriz argentino-española:
-Yo vivo en uno de esos chalets y escribó una carta al alcalde protestando del abuso, y él me. contestó que éramos unas muertas.
-¿Unas muertas?
-Sí, unas muertas. Y que en esos chalets no tenemos intimidad. O sea que nos va a echar al arroyo, nomás, tú ves, ché, para defender nuestra intimidad.
Lo que van a hacer es arrasar las colonias de chalets para levantar torres millonarias, feas y altístimas. Yo comprendo que algo tiene que cargarse Arespacochaga, que para eso es el último alcalde franquista (espero). Pero me conmueve que lo haga por preservar la intimidad de unas muertas, aunque a los muertos les da un poco igual eso de la intimidad'. En lugar de los chalets, podíamos empezar por quitar las chabolas, señor Arespacochaga, que los chabolistas sí que carecen de intimidad. O esa familia que salió el otro día en los papeles, catorce en una habitación. Salvemos la intimidad mediante la especulación jefe.
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