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"Asuntos internos"

Hace cuatro años, enemigos flagrantes de los derechos humanos minaron un Gobierno legal, enfermaron una economía, boicotearon el funcionamiento de unas instituciones democráticas y finalmente aplastaron a un Estado elegido mayoritariamente por un pueblo. Desde aquel 11 de septiembre la relación de muertos, torturados y desaparecidos, los informes en torno a la inflación, el desempleo, el hambre, la prostitución, la mendicidad, la desesperación, el terror, la neurosis, vienen configurando uno de los capítulos más cuantiosos de la contemporánea historia universal de la infamia por usar la bellísima expresión de un escritor (Jorge Luis Borges) que tuvo el deshonor de elogiar tal pertinaz masacre contra el derecho a vivir libremente-. No aceptarían los responsables que se les acusara de una cosa tan obvia como la de haberse inmiscuido (y de un modo espantoso) en los asuntos internos de un pueblo: su democracia, su esperanza, su proyecto hacia un porvenir sinmiserias. Ahora, cualquier reportaje que hable de la penuria y la violencia que asolan al apesadumbrado Chile, cualquier manifestación en cualquier lugar de la Tierra que proteste contra esa situación, cualquier libro que la denuncie, son considerados por esos subversivos como una intolerable injerencia en sus asuntos internos.Hace diez años, la brutalidad de un poder gigantesco destruía vidas, ciudades, aldeas y tierras de cultivo en Vietnam. Las protestas contra aquel genocidio eran consideradas por los invasores como injerencias intolerables en los asuntos internos de su Administración. (El cinismo de los poderosos parece carecer de límites mensurables). Pronto fabricarán en serie su diabólica bomba de neutrones para exportarla a Europa y, llegado el momento, tal vez exterminarla, sin destruir, ¡qué atentos!, las iglesias románicas y góticas, los edificios, los museos, las bibliotecas, las viviendas; sólo a sus moradores: de manera lenta y horrenda. Las protestas contra esos fabricantes de muerte son consideradas por ellos una intolerable injerencia en sus asuntos internos. Mientras tanto, un comerciante de cacahuetes comercia hoy con los derechos humanos: algo que, aun de modo tan unilateral e interesado, no deja de ser necesario: pues la derecha imperialista no tiene el monopolio de: la agresión a los derechos humanos, se reparte ese monopolio con la derecha del capitalismo de Estado.

Cualquier conferencia internacional ha de ser cuidadosa con el tema de los disidentes soviéticos (es decir, ha de obviar la ausencia total de libertades públicas y la encarcelación de los espíritus críticos en clínicas psiquiátricas, esa ridícula tentativa de presentar como dementes a los que son prisioneros políticos): la discusión sobre tales brutalidades sería considerada por el Kremlin como una intolerable injerencia en sus asuntos internos. Esto viene de antiguo. Sin remontamos más atrás (las purgas estalinistas, los procesos nauseabundos contra sus propios militantes, Gulag, Hungría), en agostode 1968 una experiencia de socialismo democrático iniciada por un Gobierno y respaldada por la alegría de la inmensa mayoría de los checoslovacos fue aplastada con tanques.

Quieren volvernos locos con sus pactos, sus comercios, sus intereses, sus chanchullos, su curioso concepto del Derecho internacional, su hipocresía (los parlamentarios alemanes del Gobierno y de la oposición aprueban casi por unanimidad la bomba de neutrones: los maoístas ayudan económicamente al régimen de Pinochet; los soviéticos contribuyen a la estabilidad de la dictadura de Videla). Quieren volvernos locos con su disposición para emborronar el rostro de los derechos humanos y cuando cualquier ciudadano decente de cualquier lugar de la Tierra o cuando cualquier comunidad decente de cualquier lugar de la Tierra les llama la atención -es decir: les llama embusteros- ellos se vuelven cejijuntos y amenazadores y vociferan el carácter sacro de sus asuntos internos, y a nuestro espanto o nuestro asombro expresos les llaman injerencia intolera ble en sus asuntos internos. ¿Qué asuntos internos? Las multinacionales no esquilman únicamente a sus ciudadanos más próximos. La dictadura soviética no se limita a amordazar a los habitantes de su territorio. La bomba de neutrones no asesinará únicamente a norteamericanos. Pero, además, a la violencia, el embuste, el desprecio, la humillación y la matanza, aunque se produjesen en el interior de una habitación de dos metros por cuatro -y muchas veces se producen así-, no se les podría llamar asuntos internos. La mutilación de la vida o de la dignidad de un ser humano no es un asunto interno del mutilador: es un asunto interno de lo más recto y digno de la especie. Si varios sádicos despedazan a un ser indefenso, ese sadismo no es un asunto interno de los sádicos: es un asunto interno de la especie. Si un perturbado bravucón golpea a un niño en medio de la calle o en la clandestinidad de una casa cerrada, esa violación a la justicia no es un asunto interno del bravucón: es un asunto sumamente interno de la especie. Si un grupo de soldados sin honor militar ametrallan a ancianos, a mujeres y a niños en My-Lai, esos disparos no son asunto interno de los dueños de tales inconcibibles metralletas: es un asunto c,ompletamente interno de todos Ios habitantes de la Tierra. No son nuestra protesta y nuestro horror quienes atentan contra asuntos internos. Son la maldad y la afrenta quienes violan nuestra internalidad. Con su avaricia, su soberbia, su furor y su perturbación mental nos provocan terror, nos arrancan lágrimas de tristeza o de ira, nos soliviantan nuestra adrenalina. Nos enferman. Están locos y, mediante un afán de proselitismo particularmente siniestro, quieren volvernos locos a nosotros.

Es claro que no debemos consentirlo. Si ellos están locos, que se curen o que se pudran entre su bien ganada soledad. Y a nosotros que nos dejen ser fraternales. Y si ellos tratan de evitarlo levantando alambradas conceptuales («asuntos internos», (no injerencia», «soberanía esatal») opongamos otros conceptos más hermosos y más humanos: asuntos de la especie, no injerencia en la dignidad, soberanía de la justicia. En el fondo del corazón del hombre no hay asuntos internos de esa especie: el gran asunto interno de cualquier corazón es su inexorable necesidad de dialogar, y con amor, con los restantes corazores del mundo.

Pretenden que todo sea privado; precisamente: privarnos de la libertad. Hace ya algunos años, el profesor Tierno Galván escribió estas proféticas palabras: «Antes o después, tener vida privada será inmoral». Los Gobiernos que atentan contra la dignidad del hombre pretenden cometer privadamente sus desmanes. Adaptar la malsana discreción de consentirselo es, desde luego, una inmoralidad. Por lo menos, una complicidad. Con la alambrada que levantan alrededor de sus asuntos internos ellos quieren petrificarnos: transformar la libertad en obediencia. Que los Gobiernos que teman la mirada de la moral levanten sus variados muros de la vergüenza. Nosotros, los que sabemos que la moral civil no consiente fronteras, ojalá no enfermemos tanto como para callarles sus impunidades. Ojalá la salud de la desobediencia no nos abandone jamás. Cada uno en su casa, y la justicia en la de todos.

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