Los hechos y las palabras
TRAS LOS rumores -fidedignos y contrastados- de dificultades serias en el seno de la Unión de Centro y del Gobierno, el presidente Suárez, líder del partido, todavía no ha dicho gran cosa. Se ha limitado a vagas declaraciones tranquilizadoras, negando las dificultades, que todos veían. Llegó el viernes, llamó apresuradamente al líder del PSOE, en viaje por América Latina, despachó con el Rey y se encerró el fin de semana con algunos líderes de la UCD.Ahora comienza a extenderse, sabiamente calculado, el rumor de que la crisis ha pasado. ¿Quiere ello decir que ha habido crisis? Evidentemente. Pero esta no es una crisis concreta motivada por un incidente, sino el resultado de la pérdida de credibilidad ante la opinión pública, de un comprobado malestar en el seno del Gobierno y hasta de una declaración al más alto nivel -del presidente del Congreso- solicitando un nuevo tipo de Gabinete. Hay que decir además que el señor Alvarez Miranda, contra el que se arremete brillantemente y con seudónimo desde la prensa pagada por los contribuyentes (Arriba), dijo lo que dijo incluso después de una visita al palacio de La Zarzuela. Las cábalas son libres.
Los hechos permanecen, pues, inmutables frente a todas las sonrisas y llamadas a la calma. Ahora el pueblo español se acaba de enterar, casi tres meses después de las elecciones, que el presidente Suárez tiene un programa, y que por lo visto goza hasta de la aceptación de los líderes de la Oposición; pero que todavía no ha sido presentado ante el Parlamento -que debe aprobarlo o no- y que los electores desconocen. Se vuelve, de esta manera, a retrotraerse a los hábitos iniciales de toda democracia, que el presidente Suárez y su segundo Gobierno incumplieron tras las elecciones. Era entonces el momento, tras la forrnación del Gabinete, de haber presentado al Parlamento y a la opinión pública un programa -no sólo económico- debatible a todos los niveles, desde el voto en el Parlamento hasta la discusión a plena luz. Cuando Suárez se ve en las cuerdas, saca su programa como una paloma blanca de la chistera.
Mientras tanto, la situación económica continúa empeorando, la autoridad del Gobierno se ve visiblemente mermada y de nuevo sólo son las palabras el índice de que no pasa nada, mientras persiste la decepción y la desconfianza, detectables a todos los ni veles de la Administración y del mundo político. La situación en el País Vasco, además, preocupa de tal manera en el Ejército que algunos generales así lo habrían hecho saber a la más alta autoridad del mismo.
En estas condiciones, desde los medios cercanos a la Presidencia se elabora la tesis de una especie de conspiración contra el Gobierno, que sería apoyada por elementos desesta bil izado res deseosos de la involución del sistema. Este es un análisis brillante pero tendencioso, y su mecánica original es idéntica a las cazas de brujas del pasado, aunque debemos felicitarnos de que, por el momento, ésta sea incruenta, al parecer. Lo que la opinión pública, pese a todo, está pidiendo es que el Gobierno aborde con decisión y coherencia ternas como el dé la amnistía, las autonomías políticas, o el del pacto necesario para abordar el problema económico. La crisis del Gobierno Suárez es, por lo tanto, de confíanza ante la opinión, y de falta de perspectivas.
Antes de las elecciones, el presidente se negaba a creer los sondeos de opinión que daban un alto porcentaje de votos a la izquierda. «Quienes dicen eso están manipulados», decían sus cortesanos. Ahora se niega a reconocer lo que tantos dedos le señalan: que la UCD no ha logrado nuclear un programa ideológico ni un pacto de gobierno, que no ha provocado el «proyecto» que arrastre a la opinión, y que su Gobierno padece de disensiones ypersonalismos. Las elecciones sindicales están en puertas. Las municipales verterán su veredicto. Las sonrisas no cambiarán las realidades. Los hechos, según reza un proverbio francés, son testarudos y no hay dato más cabezota que el de la tasa de inflación.
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