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Reportaje:

El Observatorio Astronómico, convertido en museo

A punto está de verse restituida (como manda la vigente ley del año 33) a la exigencia actual de su fundación originaria una fracción harto característica del tejido urbano de la ciudad de Madrid, en su explícita condición de centro histórico: el Observatorio Astronómico, sito en aquella altura del parque del Retiro que domina el mediodía de la villa y corte y en sus días tuvo el nombre de Cerrillo de la San Blas. Lo que no mereció particulares atenciones de Bellas Artes (es el día de hoy, y sigue sin ser declarado monumento) ha suscitado los cuidados de Rodolfo Núñez de las Cuevas, director general del Instituto Geográfico y Catastral y del arquitecto Antonio Fernández Alba, a quien se han encomendado los trabajos de consolidación y restitución de una obra ejemplar en el buen hacer de Juan de Villanueva.Dejé expuesto, el pasado domingo, cómo una de las muy escasas zonas de Madrid que han quedado un tanto a salvo de la desintegración urbana, de la devastación general, es el conjunto histórico del siglo XVIII en el que, bajo la solícita mirada de Carlos III, se dieron cita arquitectos y urbanistas de la talla de Sachetti, Sabatini, Hermosilla, Ventura Rodríguez, Juan de Villanueva... Por previsión de aquél y obra de éstos, se nos ha legado esa estructura fuerte y ejemplificante que, tomando como eje el paseo del Prado, se extiende desde el museo del mismo nombre hasta el Jardín Botánico, prosigue hacia Atocha y se ve coronada, en la loma del parque del Retiro, por el edificio a que atiende mi comentario.

No. Pese a ser obra capital y última en el quehacer de Juan de Villanueva (y no creo que abunde en Villanuevas nuestro panorama arquitectónico), el Observatorio Astronómico no ha merecido hasta hoy el certificado de monumento. Y quizá sea ello para bien, si se tiene en cuenta que en el mestizaje, mejor que síntesis, entre lo histórico y lo artístico (lo histórico-artístico), y con claro y arbitrario predominio de esto sobre aquello, han hallado los responsables de la cosa urbana la gran coartada a la hora de dar al traste con los hitos de la evolución, con la identidad misma, de nuestras ciudades y otros núcleos de población, dignos y muy dignos de ser considerados centros históricos.

Lo «histórico» como categoría

De acuerdo con las Conclusiones del Coloquio de Quito del presente año (el documento más actualizado en la materia), la noción de centro histórico se clarifica a la luz de esta consideración más o menos literal: el condicionamiento de un núcleo urbano (o de sucesivos núc1cos urbanos) a una estructura fuerte que los capítulos del pasado, uno tras otro, le imponen, y por cuya gracia es reconocible o se hace representativa la evolución (esto es, la identidad histórica) de un pueblo. A su tenor, merece respetuosa mención de pasado todo cielo consumado, remoto o próximo, que haya impreso en el tejido urbano un fuerte signo de evolución o constituya un hito fisonómico en el hacerse histórico de la ciudad o del núcleo de población de cada caso.Para nada, pues, se toma en cuenta en las Conclusiones de Quito la mención de lo artístico, pese a condensar el segundo término del antedicho e inevitable binomio en las definiciones habituales, y el primero o primordialmente determinante, según quedó apuntado, a la hora de las no menos habituales demoliciones. Y ello contribuye a claridad o implica criterio firme en presuntos momentos de duda. Que un edificio merezca o no consideración de artístico quede, para bien o para mal, al arbitrio de los expertos; pero que sea o no del siglo XVIII y aparezca o no integrado en el tejido urbano de esa u otra época (en el hacerse y mostrarse de la ciudad) depende, sin más, de la referencia histórica y del sentido común.

Por no ser monumentos oficiales (es decir, por no haber merecido desde la estimación del arte el certificado oportuno) han sido demolidos, y siguen siéndolo, edificios y conjuntos que resumían y ejemplificaban la evolución, la identidad histórica, de la ciudad de Madrid, fuere próxima o remota la invocación al ayer. El paseo de la Castellana, por ejemplo, hacía confluir, hasta hace poco, la identidad urbana que entre el pasado y el presente siglo ahincó sus raíces y alumbró felizmente una fisonomía inconfundible. Pero, ¡ah!, no era conjunto artístico, y se dio con él al traste (constancia y concordancia histórica incluidas) para honra y auge de la banca y bolsa.

A sus puertas, y como ejemplo una y mil veces desdeñado, estaba nada menos que el paseo del Prado reclamando a voz en grito, y a partir de su propia y razonable escala, la concatenación histórica que los arquitectos de transición entre el siglo XIX y el nuestro acertaron a verificar, y los de estos últimos cuarenta años, con la anuencia de la autoridad competente, se han encargado de destruir. ¿Otros ejemplos? Valga el de la arquitectura racionalista que desde el año veinte al 36 entrañó (con toda la proximidad de su pasado) toda una muestra fisonómica en el tejido orgánico de Madrid. Y digo entrañó, porque ha quedado o inicuamente subvertida (Ciudad Universitaria, colonia del Viso...) o definitivamente arrasada (frontón Recoletos, mercado de Olavide, gasolinera de Alberto Aguilera...).

Aun sin poder desmentir tales cuales aberraciones de escala, el conjunto que da continuidad al paseo del Prado tal vez sea el único que en Madrid merezca hoy estricta consideración de centro histórico, claro indicio del hacerse evolutivo de la ciudad, cifra y síntesis de un ayer no lejano, contrastada denuncia del nada halagüeño presente y toque de atención ante los rumores de aprovechamiento de la amplísima zona que se extiende (más de 1.500 hectáreas) desde la estación de Atocha (obra singular de Alberto del Palacio) hasta las cercanías de Vallecas, y viene turbando el sueño de los especuladores. En lo alto del Retiro, el Observatorio Astronómico, a punto de restitución, otea diariamente la amenaza que sobre sus dominios se cierne.

El paseo del Prado, más su entorno y expansión hacia el este del Retiro, constituye, sin duda alguna, el testimonio más elocuente del buen hacer municipal de Carlos III. Corrió de cuenta de Hermosilla el plan urbanizador, correspondiendo a Ventura Rodríguez (suyas son las fuentes de Cibeles, Apolo y Neptuno que se intercalan en la claridad del trazado) los menesteres de ornato y decorum, y reservándose a Juan de Villanueva el proyecto y obra de los ámbitos y recintos que definen su privilegiada carta de ciudadanía: el museo del Prado, el Jardín Botánico y el Observatorio Astronómico que, unido en su tiempo (sin solución de continuidad) a los otros dos, venía a ser el coronamiento o la acrópolis del homogéneo conjunto urbano.

A tenor del planeamiento general, concibió Villanueva el trazado arquitectónico bajo las ideas de totalidad y continuidad, con la sola alternancia, o calculada intermitencia, de parques y jardines. Fue el posterior trazado viario de Madrid el que terminó por desvincular (merced a las calles de Alfonso XII y de Espalter, y a la siempre concurrida cuesta de Moyano) lo que, concebido y consumado corno un totum continuum, dejaba unidos, de una parte, el parque del Retiro y el Jardín Botánico, y fundían, de otra, el museo del Prado con la amplia zona que hoy es sede del Ministerio de Agricultura. Confrontada siempre la arquitectura con la Naturaleza, halló en el correr del agua el complemento ideal de composición y también de higiene. No en vano compartió Villanueva su oficio de arquitecto con el de fontanero mayor de la villa.

Obra postrera e inconclusa de Juan de Villanueva, acierta el Observatorio Astronómico a conjugar el carácter de aula o centro de investigación con el aspecto inconfundible de un templo a lo humano, hasta el extremo de que en sus días mereció el título concreto de Templo de las Ciencias Astronómicas y Geodésicas. Consta el edificio de una planta simétrica, con una gran rotonda central y dos cuerpos laterales de trazado rectangular. La fachada principal se ve presidida por un peristilo de seis columnas del orden corintio, coronada por una cúpula fundada en el orden jónico y compensada con otras cuatro cúpulas menores, dos de las cuales sirven de remate a las contundentes escaleras de piedra.

El Observatorio muestra en su conjunto las refinadas maneras de composición y contraste tan características (más acá o más allá de la academia neoclásica) del quehacer de Villanueva. El orden corintio se conjuga con el jónico, se armoniza el dintel con el arco y el volumen semiesférico se contrapone a las soberbias moles cuadrangulares. Otro tanto acaece con los materiales, cual corresponde a un verdadero conocedor de las artes y los oficios del construir: el fuste de las columnas es de granito, en tanto las basas y algunos de los capiteles están labrados en piedra de Colmenar, equilibrándose unos y otras con el sencillísimo revoco de la mayor parte de las fachadas.

Composición y contraste

Tras no pocas vicisitudes, concluyéronse las obras en 1847, habiéndose colocado la primera piedra, según conjetura documentada, en 1790. Sufrió las consecuencias de la invasión francesa y se sabe que en la cúpula se colocó un cañón, cuya semejanza con el tubo de un telescopio no conseguía disimular sus concretas miras bélicas. Un documento del Archivo del Real Observatorio nos dice que «se encargó la reparación y conclusión de tan interesante monumento a Narciso Pascual Colomer», y un dibujo a tinta de Isidro Velázquez nos presenta el edificio con unos rasgos formales muy análogos a los de su estado actual o del modelo que ha servido de base a las obras de restitución.Se trata, en efecto, de un aleccionador caso de restitución, en el doble alcance que, acorde con el precepto legal, el bien acuñado término comporta: devolver, de un lado, al edificio las características exigidas por las trazas originales de Villanueva, liberándolo del residuo de anteriores reparaciones y acondicionamientos, y rehabilitarlo, de otro lado, a los usos y funciones que de su propia contextura y destino originario se desprenden y las actuales circunstancias parecen demandar. Reintegrarlo, en fin, como fracción viviente al tejido orgánico (esto es, vivo) de la ciudad, y en el centro histórico de su legítima pertenencia, merezca o no de Bellas Artes la calificación de monumento artístico.

Con una irrisoria dotación económica (las obras han conocido unas cuantas interrupciones), el arquitecto Fernández Alba lleva adelante el proyecto de restitución material, no sin haber pechado con más dificultades de planos (dado que los de Villanueva han desaparecido o se hallan, a buen seguro, en manos de algún avispado coleccionista) y con ellos ha iniciado el estudio y recuperación de materiales y técnicas constructivas de la época que en el caso del revoco, interior y exterior, exigía toda una amorosa dedicación artesanal, convertida, a la postre, en obra y obra bien hecha.

Exento de su contenido y cometido fundacionales, el Observatorio Astronómico, una vez concluidos los trabajos de restitución material, se verá igualmente restituido en cuanto a unos usos y significados que, directamente vinculados a los que ayer albergó, pueda hoy seguir albergando de acuerdo con las modificaciones y exigencias de los tiempos. Unos significados y unos usos específicamente culturales (no todo ha de ser destinado a parador de turismo) y eminentemente públicos: la conversión del viejo observatorio en nuevo Museo de Astronomía, con la incorporación de un cuantioso material astronómico y geodésico y la habilitación de una bien nutrida biblioteca.

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