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Un Gobierno de coalición

Juan Luis Cebrián

Ahora ya se puede decir lo que el presidente Suárez confesó a los directores de periódicos de Madrid el 4 de agosto: « Si los socialistas hubieran solicitado compartir el poder después de las elecciones me hubieran puesto en un aprieto.» Y también lo que al primer secretario del PSOE le he oído en conversaciones privadas: «No pedimos el Gobierno de coalición porque nos podían haber dicho que sí.» Ahora, cuando el viaje de Suárez por Europa ayuda a comprender sus medidas de estadista, el pacto para solucionar la crisis económica se muestra inviable, y un Gobierno en minoría pretende gobernar este país en medio de un período constituyente, se puede y se debe decir que el líder de la UCD amenaza con comprometer seriamente el inmediato futuro de España, y que Felipe González parece atender a razonamientos de partido antes que a propuestas nacionales. Ahora, en definitiva, están algunos ministros pensando que un Gabinete de coalición, o incluso de concentración, hubiera sido más difícil de manejar, pero más útil para sacar a la nación del bache. Pero lo piensan y lo dicen cuando ya Suárez no puede presidír un Gabinete así, Y cuando el desgaste del Poder hace pensar en una alternativa socialista todavía sin programa, sin cuadros, sin experiencia y, presumiblemente sin valor.El tema del Gobierno de coalición no es nuevo. EL PAIS, en artículos y editoriales, ha sugerido ininterrumpidamente desde el pasado 15 de junio la necesidad de algún tipo de pacto nacional que permitiera un Gabinete de tiempo limitado y función concreta: amparar el período constituyente y sentar las bases de la reforma económica. Sólo el secretario general del Partido Comunista -de entre los diversos representados en las Cortes patrocinó en principio algo semejante.

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Un Gobierno de coalición

(Viene de la primera página)Y muchos pensaron entonces que si los comunistas lo sugerían tenía que ser forzosamente malo. A los maniqueos de siempre podría contestárseles que aquel proyecto era bueno incluso aunque lo patrocinaran los comunistas. Evidentemente, Carrillo soñaba con un desplazamiento de las bases radicales del PSOE hacia el PCE en tanto en cuanto los socialistas, colaborando en el Gobierno, abrasaran su imagen ante las clases obreras, con un programa económico de congelación salarial. Los socialistas, por su parte, se habían encontrado con un capital de votos superior al previsto por ellos mismos y con un partido sin estructura y en formación. Una alternativa de poder viable a dos años vista, o todavía menos si trabajaban aceleradamente y las municipales les daban un triunfo, parecía dibujarse ante ellos. Pero una participación inmediata en el Gobierno les levantaba el fantasma de una extensión por sus bases de los comunistas. «La estrategia de Carrillo -decía un dirigente del partido- es destruir al PSOE en ocho o diez años. No tienen prisa. En Italia tampoco la tuvieron y les funcionó.»

Así las cosas, entre la ambición de unos y la inhibición de otros, tuvimos un Gobierno monocolor; de éste, a los dos meses sólo vacíos son apuntables en su haber. La única oferta considerable e importante que ha hecho a la nación ha sido el proyecto de reforma económica. Pero no se ha sabido defender desde la política lo que los técnicos apuntan es necesario hacer en este país. Y han dejado a un profesor eminente, sin ninguna experiencia de la gobernación, como Fuentes Quintana, solo ante un problema que tenía que resolverse desde la cabeza del ejecutivo. Porque no basta convencer a la izquierda de la gravedad de la situación. Hay que darle algo a cambio de lo que se le está queriendo exigir. Así las cosas, cuando tome tierra el avión que trae al señor Suárez desde Malta, el presidente se encontrará con un Gobierno en peor estado que cuando marchó, y una opinión sobre su papel aún más deteriorada.

Suárez aceptó la jefatura del ejecutivo antes de conocer el resultado de las elecciones, actitud insólita en alguien que predica la democracia. Todo indica además que una gran parte de las carteras las tenía ya comprometidas antes incluso de la fecha del 15 de junio. Este es asi un equipo de compromisos, pero no de convicciones. Los ministros juran guardar secreto de las deliberaciones de la Moncloa pero ya nadie sirve a lo que es un secreto a voces: hay una disensión profunda en el Gabinete, cuya línea divisoria pasa entre aquellos de sus miembros que tradicionalmente se alinearon en la oposición a la dictadura y los que han hecho carrera al socaire del dedo del franquismo y de sus esquemas ideológicos. Un oasis de prudencia, independencia y serenidad reside en la figura del general Gutiérrez Mellado, el único capaz de asumir la representación institucional y no política del estamento castrense. Y hay una isla apretada de confusión y buenas voluntades que es el equipo económico, sabedor ahora de que la tecnocracia a secas, sin un sustrato ideológico o un poder coercitivo que la haga funcionar, no sirve en política. Adolfo Suárez vive rodeado de hombres fieles a su persona, como el vicepresidente Abril y el ministro Otero, cuyo más conocido mérito ha sido la obediencia y la amistad hacia quien tenía el poder. Otro círculo de ministros cómodos es el de los antiguos falangistas, de inevitable buen entendimiento con quien fuera secretario general del partido antes de presidir el Gabinete. Son personas acostumbradas a llegar al poder desde la carantoña y el guiño, no desde la representación popular. Por eso cada día se encuentran más desasistidos de la opinión, porque nunca han sabido en realidad qué país estaban gobernando. Y por eso también sus reacciones son bienintencionadas y absurdas: quieren dirigir un país libre a golpes de porra. Pues o lo uno o lo otro.

El PSOE sabía sin duda que todo lo que está sucediendo tenía que suceder algún día y espera sentado el desmoronamiento del ejecutivo para pedir vez en la plaza. Los propios miembros de la UCD comienzan a asustarse y nada menos que el presidente del Congreso pide un Gobierno de concentración. Olvidan quizás que muchos minipartidos han llegado a las Cortes al amparo exclusivo del presidente, sin el que no habrían obtenido escaño alguno. Suárez, por su parte, parecía haberse creído que reunía carismas de representatividad inexistentes. La situación en cualquier caso es ahora más difícil para todo que hace dos meses. Como diría Agustin de Foxá, menuda patada en nuestro culo que les van a dar. El presidente ya no puede intentar un Gobierno de coalición con el PSOE. Quizás esté pensando otro de concentración, llamando a un comunista y alguien de la Alianza a sentarse en los flancos de la mesa, con representaciones también de los partidos autonomistas catalán y vasco. Pero un Gabinete así -que difícilmente se atrevería a hacer- es también imprevisible. El PSOE no va a querer compartir con todos lo que desde antemano temía compartir con uno solo. Puede Suárez provocar su crisis particular, recomponiendo este Gobierno con mimbres del mismo cesto. Claro, que eso, no hay quien se lo explique a sus electores. Entonces también puede seguir tirando, como hasta ahora, y esto es probablemente lo que más le apetece. Durante cuánto tiempo será capaz de mantenerse así, es ya una incógnita. Y si la situación económica sigue empeorando y las municipales le son adversas, para la primavera puede no estar ya en condiciones de hacer gobiernos ni de concentración.

O sea, que en esas fechas a lo mejor hay la oportunidad de un Gobierno socialista. Esa, sin duda, es la gran ilusión del partido del señor González. No obstante, el PSOE no parece un partido -hoy por hoy- capaz de asumir las riendas del Estado. Ellos dirán que se les deje demostrar lo contrario, pero es justo que las dos terceras partes de españoles que no les han votado se resistan a hacerlo. Un Gobiemo PSOE, aun con auxilios de partidos menores, sería otra vez un Gobierno monocolor y enfrentaría a su líder con problemas parejos a los de Suárez en menos tiempo todavía. Y no se debe menospreciar la reacción ante un evento así de la derecha más reaccionaria de este país.

Hay que decir, en resumen, que el señor presidente ha puesto esto bastante mal y que todas las vías parecen cortadas más tarde o más temprano. Pero el inconveniente mayor es el hastío y la decepción provocados en la calle. Era inevitable una cierta desilusión después de las exageradas expectativas que sobre los frutos de la democracia se habían hecho. Sin embargo, no era necesario atizar la decepción con la torpeza. Si queremos sacar a este país del agujero, todo el mundo tiene que asumir algún tipo de riesgo. Para el PSOE compartir el poder es desde luego un peligro, pero también una obligación hacia su electorado. Para la UCD es ya casi una necesidad. Entre ambos reúnen el 65 % del voto popular y no pueden ser insensibles por más tiempo a este hecho.

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