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Tribuna:La razón histórica / 4
Tribuna
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Constitución de una Monarquía nueva

Se ha publicado un breve folleto que contiene el mensaje de apertura de las Cortes, pronunciado por el Rey el 22 de julio pasado. Me ha interesado vivamente el hecho de que, tras la lista completa de diputados y senadores, se imprime en el mismo pequeño volumen el primer mensaje de la Corona, pronunciado exactamente veinte meses antes, en el acto de juramento y proclamación como Rey. Que se pueda recordar literalmente lo que se dijo en ocasión distinta y en tantos sentidos lejana, es una prueba a la que quisiera que pudieran someterse todos los hombres políticos. ¿Cuántos y cuáles se atreverían? Personalmente sólo me fío de los que sean capaces de afrontar la comparación con ellos mismos.En el primer discurso, el Rey expresaba su deseo de actuar «como moderador, como guardián del sistema constitucional y como promotor de la justicia». Y agregaba: "Que nadie tema que su causa sea olvidada; que nadie espere una ventaja o un privilegio.»

En el último mensaje, ha dicho que hablaba «como Monarca constitucional». A algunos les ha sorprendido esta expresión, y se han preguntado cómo puede el Rey ser constitucional si no hay una Constitución. Son los mismos que han hablado interminablemente de la «Oposición democrática» cuando ésta no se había sometido a ninguna votación ni elección. Estaba claro que esa Oposición decía que pretendía ser democrática, que deseaba someterse a elecciones democráticas y establecer una democracia. Es igualmente claro que el Rey, al llamarse constitucional, dice que así se entiende a sí mismo, que pretende reinar de acuerdo con una Constitución que habrá que redactar, discutir, aprobar democráticamente.

Pero aquí se desliza un peligroso equívoco. Hay algunos comentadores que dan por supuesto que si el Rey es constitucional, tendrá tales o cuales facultades o limitaciones. Es decir, que dan ya por aprobada la Constitución que tenemos que hacer. Tal vez piensan en Constituciones pasadas; más probablemente, en algunas de las vigentes en otros países europeos, dando por supuesto que tenemos que copiarlas. No ha faltado quien ha propuesto el dilema de ser un rey «escandinavo» o un rey «árabe». Parece que lo importante es imitar -a unos o a otros-, hacer algo que ya se haya hecho, no ser original. No veo por qué el Rey de España vaya a ser un rey «árabe»; pero tampoco me parecería adecuado que fuese un rey «escandinavo». Preferiría que fuese un rey español, y sobre todo, de los decenios finales del siglo XX, es decir, un rey circunstancial, de aquí y de ahora, capaz por ello de seguir siéndolo creadora, inventivamente, en el futuro.

La mayoría de, los reyes europeos son «residuales», en el sentido de que son lo que ha quedado de la institución monárquica después de su hora de plenitud en el siglo XIX -me refiero, por supuesto, a la monarquía constitucional-. Hubo un momento en que se creyó que «la hora de las monarquías ha pasado», que son « supervivencias », acaso útiles, y que tienden a reducirse a una función «simbólica». Parecía que la forma adecuada de gobierno de los países modernos era la República; el ejemplo de América era enormemente elocuente.

Es posible que esta actitud tuviera sentido; tal vez la historia marchaba en esa dirección; pero la historia no está prefabricada, el futuro no está escrito. ¿Cuántas verdaderas repúblicas existen en -'América? Aparte de los membretes del papel impreso de los documentos oficiales, la sustancia republicana se ha evaporado de la mayoría, que son meras dictaduras. Más aún, habría que decir de las repúblicas que se titulan «populares» o «democráticas», en que jamás hay elecciones libres ni pluralismo político ni participación de los ciudadanos en el poder. Hoy la decisión es otra: hay unos cuantos países -repúblicas o monarquías- en que la democracia es efectiva;hay otros muchos -lo mismo da que se llamen emiratos o repúblicas populares- en que nadie tiene derechos políticos, en que el poder está en las manos indiscutidas de un hombre o una camarilla.

Esto hace cuestionable el carácter «residual» de las monarquía s; y, sobre, todo, no puede ser residual una monarquía que empieza, como la española. Hay que establecerla de nueva planta, hay que imaginarla, inventarla, constituirla circunstancialmente, en vista de la situación actual del país, de la función que le corresponde, de los proyectos históricos para los cuales se establece. Y hay que tener en cuenta que España es un país europeo, absolutamente europeo, la primera nación moderna que ha existido, vieja de cinco siglos; pero que además es algo que no son otros, uno de los países -el núcleo originario- de una realidad histórico-social no menos efectiva que Europa: la comunidad de los pueblos hispánicos.

Hay en el discurso de la Corona un pasaje decisivo, todavía más importante que la declaración formal: «la democracia ha comenzado». Es lo que pudiéramos llamar el reverso de la siniestra expresión «anti-España».

El Rey Juan Carlos ha dicho: « La Institución monárquica proclama el reconocimiento sincero de cuantos-puntos de vista se simbolizan en estas Cortes. Las diferentes ideologías aquí presentes no son otra cosa que distintos modos de entender la paz, la justicia, la libertad y la realidad histórica de España. La diversidad que encarnan responde a un mismo ideal: el entendimiento y la comprensión de todos. Y está movido por un mismo estímulo: el amor a España. »

,Si no me equivoco, son estas palabras las más realmente avanzadas que se han pronunciado en España en medio siglo, el reconocimiento de la. democracia intrínseca, gozosamente aceptada en su contenido efectivo y no sólo como esquema legal, la aceptación de la diversidad en las interpretaciones de España y sus posibles caminos históricos. Pero, si entiendo bien estas frases, no significan que cualquier opinión caprichosa valga tanto como otra, no equivalen a un ligero «lo mismo da». Al contrario. «Hemos conseguido -dijo unos minutos antes- que las Instituciones den cabida en su seno a todas aquellas opciones que cuentan con respaldo en la sociedad española.» Esto es decisivo en una democracia: el respaldo de la sociedad. España afirma enérgicamente algunas opciones, respalda minoritariamente otras, rechaza algunas. Y, en todo caso, esas opciones tienen un cauce legal adecuado: «Hemos , conseguido -continúa el texto- que haya un lugar para cada opción política en estas Cortes.» Y el sentido de estas palabras se aclara con las que siguen un poco más adelante: «Para la Corona y para los demás órganos del Estado, todas las aspiraciones son legítimas, y todas deben, en beneficio de la comunidad, limitarse recíprocamente. La tolerancia, que en nada contradice la fortaleza de las convicciones, es la única vía hacia el futuro de progreso y prosperidad que buscamos y mereceremos. »

La clandestinidad, la violencia, el totalitarismo, quedan excluidos. El lugar de las opciones políticas no es otro que las Cortes; y han de limitarse recíprocamente para poder coexistir. Es decir, que su convivencia tiene primacía sobre cada una de ellas,' y una opción política, legítima en sí misma, que pretenda afirmarse de manera intolerante y a expensas de las demás, con eso sólo se excluye el marco de su licitud y pierde el derecho a ser reconocida.

Estas tesis me parecen adecuadas a un Rey en el sentido actual de este título. No son tesis «políticas», que serían propias de un gobernante o un representante de partido o un legislador. Son más bien normas que definen el ámbito de la política. El Rey habla de «la función integradora de la Corona y su poder arbitral». No está prejuzgando la Constitución del Estado -asunto de las cortes- ni está trazando una trayectoria política -menester del Gobierno-. Ni siquiera se refieren sus palabras al aparato estatal en sentido estricto, sino a algo más hondo y previo: a la Nación para la cual será ese Estado. Más aún que como Jefe del Estado, el Rey ha hablado como cabeza de la Nación.

Hay una frase en el discurso que me pareció de máximo interés: « Como Rey de España, al tener la soberanía popular su superior personificación en la Corona .... » La soberanía corres ponde al pueblo, es decir, a la so ciedad entera, a todos los es pañoles en cuanto pertenecientes a España en su integridad; diputados y senadores son los representantes de esa sociedad, que en ellos se expresa abreviadamente; y esa soberanía se personifica en la Corona, cuya misión es precisamente velar por ella. Esto es lo que significa la expresión «Monarquía constitucional ». La Constitución española la harán las Cortes; pero lo que se está haciendo ya es otra cosa: la constitución de una Monarquía. nueva.

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