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Aproximación a Werner Herzog, un romántico anarquista

Hoy comienza un ciclo de sus películas

Ángel S. Harguindey

A partir de hoy, miércoles, una distribuidora cinematográfica privada inicia un ciclo dedicado a una de las personalidades más fascinantes del quehacer cinematográfico europeo actual: Werner Herzog, realizador alemán de 34 años de edad y con una notable filmografía a sus espaldas.

Signos de vida (1967); Fata Morgana (1968-1970); También los enanos empezaron pequeños (1969-1970); Aguirre, la cólera de Dios (1972); El enigma de Kaspar Hauser (1974); El gran éxtasis del escultor de madera Esteiner (1974); Corazón de cristal (1975-1976), y Stroszek (1977) conforman esta primera aproximación a Herzog que se complementará con un segundo ciclo, realizado en esta ocasión en el Instituto Alemán de Cultura, de Madrid, y en el que se exhibirá Tierra del silencio y de la oscuridad (1971) y un buen número de cortometrajes y mediometrajes del realizador germano.Si se pudiera definir la obra y la vida de un realizador con una sola palabra ésta sería sin duda, en el caso de Herzog, la de «romántico». en un concepto probablemente heterodoxo del término y en el que una evidente anarquía jugará un papel esencial. Herzog es decididamente romántico por múltiples razones: en primer lugar, cabe señalar su absoluta preocupación por el individuo, por el ser individual que, en definitiva, no es sino una preocupacion por la condición humana, aunque bien distante de enfoques pretendidamente «sociales» y «políticos», encubridores, las más de las veces, de una concepción maniquea de la sociedad. A Herzog le preocupa el ser humano, con nombres y apellidos, y de la amplia nómina que de los mismos existen o han existido, aquellos que poseen en sus gestos una decidida reivindicación de la libertad y de la utopía. Si se retrotrae al siglo XVI encuentra una fígura histórica mítica, Lope de Aguirre, que le fascina: su filme puede ser calificado de poco respetuoso con la documentación científica, pero enormemente atractivo desde el punto de vista estético y un homenaje a quienes creyeron en las arcadias y por ellas murieron. La honestidad de Herzog se demuestra en que sus personajes se desenvuelven en terrenos en los que la cotidianeidad -por dura que sea- se muestra sin mixtificaciones engañosas. Contemplar Aguirre o ese largo camino en pos de la serenidad imposible que es Kaspar Hauser (las dos estrenadas comercialmente en nuestras pantallas, con desigual resultado) es contemplar también, en alguna manera, la vida de un loco cruel y la de un entorno destructor.

Stroszek, su última película. por ahora, es sin duda una de las obras más bellas de cuantas se han real izado este año en todas las cinematografías. En ella Herzog vuelve a trabajar con ese maravilloso ser que es Bruno S., protagonista de Kaspar Hauser, y del que cualquier recesión al uso habla de su condición de «subnormal» cuando lo que en realidad es, y en Strozek se demuestra al máximo, puesto que el realizador le dio libertad absoluta para sus diálogos, un desarraigado para el que valores como la «amistad» y la «armonía» le entroncan más con los fourrieranos que con un habitante de la segunda mitad del siglo XX.

Algunos datos personales

Si los temas que gusta de analizar y mostrar Herzog pueden ser calificados de «individualistas», sin ningún sentido peyorativo, justo será el relatar, siquiera sucintamente, su trayectoria vital: a los quince años escribió su primer guión cinematográfico. A los diecisiete trató de realizar una primera película, un cortometraje sobre la necesidad de una reforma del sistema penitenciario, pero, aunque el guión fue aceptado por un productor, no se le permitió realizarlo debido a su edad. En 1961 terminó sus estudios de bachillerato y comenzó a estudiar Historia y Literatura en la Universidad de Munich, trabajando simultáneamente en una acería, como soldador, para obtener el dinero necesario para producir sus primeros cortometrajes. Posteriormente, y como consecuencia de la obtención de una beca, prosigue sus estudios de Historia en Pittsburg, durante un breve plazo de tiempo. Tras un intento de suicidio es expulsado de Estados Unidos y pasa seis meses en México, donde vive del contrabando de televisores y armas entre Estados Unidos y México, y, con una comunidad india en el sur de este último país trata de crear un estado indio independiente. En 1962, a los diecinueve años, realiza su primer cortometraje. Una vida en la que cualquier comentario para recalcar su concepción romántica de la existencia resultaría obvio e innecesario.

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