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Recuerdo de Rudolf Bultnann, casi un desconocido

Cuando ahora hace un año moría Rudolf Bultmann -30 de julio de 1976-, no sólo la teología cristiana perdía a uno de sus colosos, sino que era el mundo cultural entero el que se veía forzado a preguntarse por una vida y una obra cuyas consecuencias intelectuales están lejos de haber sido explicitadas.Desde luego, el nombre de Rudolf Bultmann va unido a un concepto clave: el de la «desmitización», un concepto sencillo y complejo a la vez que ha levantado sin embargo demasiadas polémicas y sufrido demasiadas simplificaciones y que frecuentemente resulta falseado cuando no se tiene en cuenta el conjunto de la teología del autor. Pero, si se dio esa polémica y este antiguo hermeneuta de la Biblia e historiador pasado a la teología se vio sorprendido por la notoriedad a consecuencia de esa su teoría de la «desmitización", eso sin duda sucedió porque en el ámbito del cristianismo las preguntas a las que pretendía contestar venían haciéndose desde mucho tiempo atrás y ya no podían ahogarse.

Bonhoeffer lo vio muy bien «Bultmann -escribía en una carta a su amigo Bethge- ha hecho salir el gato del saco y no solamente para él, sino para un gran número de gentes que se han alegrado de ello. Se ha atrevido a decir lo que muchos (y yo entre ellos) ahogan en sí mismos sin haberlo superado», esto es, la posibilidad de aceptación de la Escritura como Palabra de Dios para una mente moderna.

Bultmann, en efecto, se percató de que en la Biblia la Palabra del Dios que habla queda envuelta en una representación no científica y arcaica de la realidad o de la manera en que nosotros aprehendemos ahora esta realidad, y esa representación sería el mito en un primer sentido. Pero también es mítico todo lenguaje que habla impropiamente de Dios, objetivándole, instrumentalizándole y apropiándosele, tornándole disponible: de modo que una «adecuación» de esa palabra al pensamiento moderno, una tarea de conciliación banal sería igualmente mítica. La desmitización consistiría entonces en un afán de veracidad hermenéutica, pero también en un contraste con la fe, que debe ser pura y renunciar radicalmente a toda pretensión con respecto a Dios y en busca de seguridad.

Bultmann se educó y realizó sus primeras empresas de pensamiento teológico en el ámbito del protestantismo liberal en el que la base del discurso teológico y de la fe era el Jesús histórico, pero cuando esta teología histórica hace crisis y a parece la teología dialéctica en la que el punto de apoyo de la fe ya no será ese Jesús histórico, sino el Glorificado y Resucitado de entre los muertos, Bultmann se pasará con armas y bagajes a la nueva corriente crítica que repensará a su vez en categorías heiddeggerianas.

Según su pensamiento así construido, la fe cristiana sólo puede exponerse de modo estricto si no se la considera como una mutación ontológica de la existencia, una especificidad privilegiada de esa existencia humana, es decir, si se entiende que el cristiano lo mismo que el no creyente están en la misma situación ontológica y existencial ante Dios mismo y, por tanto, el cristiano no puede evocar preeminencia de ninguna clase. El único privilegio del cristiano, dice Bultmann, sería el de la cruz.

Las consecuencias de esta forma de pensar son obvias. La fe no podrá utilizarse como factor político o fundamento de un sistema y eso supone, por ejemplo, que no cabe hablar de «occidente cristiano» o «civilización cristiana», y, mucho menos, claro está, de otras componendas mayores y otras instrumentalizaciones más descaradas.

Si alguna vez se vieran así las cosas desde la propia Iglesia española, quizá se simplificarían enormemente tantos problemas político-religiosos que se siguen enfocando desde el puro punto de vista político o desde p uras posiciones de eficacia y empirismo. Pero, sobre todo, la seriedad de la fe cristiana aparecería enfáticamente y comenzaría a valorarse ese sentimiento civil que parece tan imposible entre nosotros. Sin contar con que el probletismo religioso de este nuestro tiempo ha de echar mano necesariamente de este pensamiento bultmaniano para «sacar el gato del saco», como decía Bonhoeffer, y que nuestra cultura misma no puede quedar amputada de este pensamiento.

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