A la sombra de Boccaccio
Nacido en Florencia, hijo ilegítimo, destinado a la banca en un principio, Giovarini Boccaccio tras una larga estancia en Nápoles, abandonó definitivameritt los libros de cambio para dedicarse a la literatura. Apreciado por sus compatriotas, desempeñó embajadas múltiples. Diversas vicisitudes estuvieron a punto de hacerle abandonar las letras profanas, pero la amistad de Petrarca influyó en su vocación, aunque no le salvara de morir prácticamente en la miseria.Sus obras de juventud, de marcado carácter autobiográfico, no anuncian la humanidad y arte exquisito de su Decamerón. Es bien conocido el pretexto formal de la obra: la peste que el artista vivió y que al asolar Florencia, obliga a un grupo de jóvenes a encerrarse en una de las villas de las afueras donde el tiempo transcurrirá entre historias, danzas y banquetes.
El Decamerón
Basado en la obra de Giovanni Boccaccio. Adaptación y guín: Pier Paolo Pasolini. Dirección: Pier Paolo Passolini. Folografía: Tonino delli Colli. Intérpretes: Franco Citti, Ninetto Davoli, Angela Luce. Italia, 1971. Humor. Local de estreno: Pompeya y Peñalver.
Libro rico, culto, malicioso y refinado, ha pasado a la posteridad, sin embargo, con un marcado sello de obscenidad que le convirtió en bocado habitual de hambrientos del sexo. No obstante, el erotismo del Decamerón nunca acaba en sí mismo, sino que forma parte de la extensa gama de pensamientos y sentimientos nuevos que Boccaccio supo legarnos, espejo fiel de una sociedad burguesa, mercantil, liberal y tolerante.
Como en un fresco a la vez cómico y trágico que dejando atrás antiguos mitos y leyendas medievales, nos mostrara, por primera vez, la realidad fresca, directa y nueva, las páginas de este libro famoso forman como un retablo de aventuras, intrigas y, sobre todo, de amor, en lucha por sobrevivir por encima de las miserias cotidianas.
Por todo ello y, en lo que al libro se refiere, solamente es valido a medias este Decamerón de Pasolini, que cargando el acento en lo erótico, en el lado más fácil del relato, ha reducido al mínimo un aspecto fundamental de la obra: esa especie de refinado adiós a un pasado habituado a la devoción y la contemplación, y el nuevo modo de afrontar la vida, ya no de un modo francamente anticlerical, sino marcadamente laico.
O quizá se haya intentado alcanzar ambas vertientes, consiguiéndolo sólo a medias. Tal vez el realizador ha intentado mostrar lo que hay en el libro de más popular, entendiendo por tal lo más perecedero, despojándole de su envoltura humanística en su afán por hacerle más humano. Seguramente el riesgo de presentar una realidad anclada en un instante, en un momento dado de la Historia, le haya llevado a acercarla hasta nosotros del mismo modo que ha sustituido la jerga toscana, inviable hoy también, por el dialecto napolitano, local y directo y, sobre todo, vivo.
Así los textos de Boccaccio, no en toscano, sino en napolitano, tampoco suenan en las calles de Florencia, sino en los sordos callejones de Nápoles, aunque a ratos se nos muestren ferias, conventos y alguna que otra estampa de la vida real donde la espontaneidad de las imágenes (Brueghel aparte) hace olvidar el afectado manierismo de otras, cuando no la consabida reproducción de modas, perspectivas y cuadros. En esta espontaneidad a diversos niveles se hallan los mejores momentos de la historia, no así en la interpretación del pensamiento de Boccaccio, de su fría indiferencia hacia la Iglesia, por ejemplo, característica de los hombres del Renacimiento, y que aquí viene dada por ciertas alusiones puramente anticlericales. De todas formas, entre momentos conseguidos y alguna que otra historia excesivamente prolongada, el filme supone una aproximación a una gran obra o mejor su traducción si nos atenemos a la conocida equivalencia de traduttore = traditore, evidenciada: a través de sus brillantes imágenes.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.