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Un análisis de las elecciones/1

Negociación, a los 40 años impotencia política

A la hora de interpretar estos votos hay que empezar por reconocer que el país ha votado por abrumadora mayoría una derecha y una izquierda escoradas hacia el centro: la UCD y el socialismo democrático del PSOE. Y esta mayoría es abrumadora, no sólo porque UCD y PSOE (con PSP) han reunido cerca de los dos tercios de los votos, sino porque además los extremos de la derecha y de la izquierda han alcanzado votaciones ínfimas, obligando así a AP y PC a orientar sus estrategias hacia el centro, ya que no tienen otro sitio donde ir para conseguir votantes.Algunas perpejlidades

El contenido de este voto mayoritario de moderación contiene dos tipos de elementos: unos inequívocos y otros bastante más ambiguos.Que haya elementos ambiguos no implica algo negativo. Significa tan sólo que acerca de ciertos temas importantes el país ha votado movido por demandas demasiado vagas, demandas que no están articuladas- en un programa global coherente, o incluso demandas contradictorias. Y que el país tiene necesidad de debates públicos para aclarar su perplejidad y explicarse qué quiere.Yo veo, entre otras, tres áreas de ambigüedad y de perplejidad, que merecen, y algunas están a punto de obtener, un debate público más amplio.

En primer lugar existe considerable ambigüedad acerca de la política económica y social que se haya podido votar en estas elecciones. Que el país se reparta casi por mitades entre quienes son más sensibles al tema del «capitalismo social» y quienes lo son al tema de «socialismo democrático» es importante, pero contribuye poco a aclarar esta perplejidad.

Porque lo más probable es que una gran parte del país, después de haber escuchado resignadamente el recitativo de que «hay que acabar con el paro, la inflación y el déficit exterior», detrás del cual no han visto, ni podían ver, una explicación de la situación, ni un programa global de actuación, ha decidido: por una parte, votar, sin gran convicción, en virtud de ciertas asociaciones simbólicas entre «socialismo», «cambio» y «defensa de los trabajadores», y entre «centro» (o «derecha»), «orden» y «defensa del mercado", y, por otra parte, disponerse a defender por su cuenta y riesgo sus propias mil y una demandas específicas en el terreno económico y social.

Una segunda perplejidad se refiere al propio tema de las autonomías. Se supone que el tema está más claro -pero, de hecho, se ha llegado a un punto donde si bien todo el mundo está poco menos que «a favor», nadie sabe con certeza a favor de qué: qué tipo de autonomía, o cuánta autonomía. Y para aclararlo tampoco ha servido de gran cosa la campaña electoral -que no ha servido, por lo pronto, para saber qué tipo de autonomías quiere o reconoce como legítimas ese 60% o más del país, y entre el 30% y el 55% en las provincias Vascas, y catalanas que ha, votado PSOE y UCD.

Existe una tercera ambigüedad, más exclusiva, en el resultado de las elecciones, que afecta al carácter mismo de los partidos políticos.

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A primera vista parece que las elecciones han sido un refrendo al sistema de partidos, sin más. Y la conclusión práctica es también clara: se trata do aprovechar el impulso y estructurar y expansionar los partidos, homogeneizarles y disciplinarles. A esto se Hárna también consolidar la democracia.

Y, sin embargo, es curioso que los partidos vencedores hayan sido una coalición electoral de última hora alrededor de un líder nacional como Suárez y un PSOE percibido como un partido a un en statu (re)nascendi, abierto y flexible, quizá incluso a pesar suyo.

Cabe preguntarse si un partido, bien estructurado. y disciplinado, un partido «ideal» como el PC, no pierde capacidad de atracción precisamente a causa de tanta organización -que le hace aparecer como rígido e incontrolable- . Cabe preguntarse si la red demasiado bien trabada de caciques y poderes sociales en que consiste AP no antagoniza sectores sociales que resienten verse manipulados a distancia.

Cabe preguntarse si justamente la imagen de Suárez y Felipe González como gentes «normales» y accesibles no ha reforzado este mismo contraste.

Es comprensible, humano, y demasiado humano que dirigentes, cuadros y militantes se lancen ahora en tromba a la carrera de estructurarse, disciplinarse, unirse como un solo hombre -y tratar de imponerse su línea los unos a los otros- .Pero a la vista de la experiencia cabe preguntarse si con ello eligen el camino correcto.

Un voto de cautelosa autoexaltación

Pero dejemos las perplejidades (relativas) del voto económico y social, y demás, por el momento, aparte, y entremos en el terreno de las «evidencias». Yo veo, por lo pronto, tres las unas, a decir verdad, algo más evidentes que las otras. Lo esencial de mi argumento, por decirlo de una vez, es esto: el país ha votado gentes e instituciones cuyo compromiso por la libertad y la democracia parecía más creíble que el de sus alternativas; cuya capacidad de realización parecía relativamente mayor; y cuya responsabilidad histórica, tanto en el franquismo como en el antifranquismo, les parecía relativamente menor.

Al votar de esta manera, el país se ha votado a sí mismo. Porque la sociedad civil española se ve a sí misma de talante libre y democrático; capaz de resolver sus problemas ya; y poco comprometida con la experiencia del franquismo y del antifranquismo. Que esta percepción corresponda o no a la realidad, y en qué medida, es otra cuestión. Pienso que el país se percibe así, y que al votar a Suárez y a Felipe González (e implícitamente a la Corona), el país vota a gentes e instituciones que se corresponden con esta autopercepción. Las elecciones han sido, pues, una fiesta de autoafirmación o autoexaltación nacional -no exenta, por supuesto, de cautelas, debidas al carácter precario de las formas políticas en trance de conseguirse, la gravedad de los problemas sociales y económicos, y la ambivalencia que suscitan los partidos.

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