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FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE BERLIN

"Camada negra", de Manuel Gutiérrez, puede ser premiada

Ángel S. Harguindey

Ayer se proyectó en el marco del festival Camada negra, de Manuel Gutiérrez Aragón, segunda película española que se proyecta en el Zoo-Palast y primera de las dos que acuden a concurso. La proyección constituyó un éxito puesto que se agotaron las entradas y el público le tributó una gran ovación.Camada negra, segundo largometraje de su realizador (el primero fue Habla mudita) se constituye desde ahora como una de las películas clave en el reparto de premios de este XXVII Festival Internacional de Cine. Quizá sea prematuro hablar de galardones cuando todavía falta una semana para que finalice el certamen, pero lo cierto es que tanto el público como la crítica no se sintieron defraudados ante una de las películas que gozaba de mayor espectativa popular.

Su tema no es otro que las venturas y desventuras de un grupo de jóvenes fascistas que se dedican a faenas propias de su sexo y condición: atentados a librerías, palizas a viandantes y provocaciones a diestro y siniestro. Sin embargo, la película es mucho más que la simple enumeración de actos terroristas. Los personajes -todo el grupo gana su dinero de bolsillo actuando como coro de música sacra- poseen unos rasgos personales que alejan el filme del simple panfleto para integrarse, con frecuencia, en lo esperpéntico. La película, a nuestro juicio, parte ya de una base enormemente sólida, que no es otra que un estupendo guión firmado conjuntamente por el realizador y por el productor, José Luis Borau, tándem que ya rindió unos espectaculares resultados con la película de este último, Furtivos.

Caudillo y Camada negra poseen algo en común y que probablemente no han deseado ninguno de sus dos directores: las dos están prohibidas en la actualidad en España. En el caso de Caudillo, recién presentada a censura, es todavía pronto para poder escribir sobre el comportamiento censorial. Por el contrario, Camada negra lleva más del tiempo suficiente y necesario a la espera de obtener el visto bueno administrativo. Lo más paradójico del caso es que la película de Manuel Gutiérrez Aragón obtuvo el permiso para acudir a Berlín, permiso que concede el Ministerio cuando todavía es una película ilegal. Al parecer, los cuadros dirigentes de la Dirección General de Cinematografía se niegan a perder definitivamente unos hábitos de actuación más propios de tiempos pretéritos que de situaciones democráticas. El realizador o el productor español tiene todavía que mendigar la posibilidad de que su obra obtenga el permiso, de exhibición, pese a que la consecución de dicho permiso no le cubre de posteriores actuaciones judiciales. Todo parece indicar que la mentalidad del burócrata hispano va cambiando paulatinamente por obra y gracia de las presiones populares; sin embargo, en el ámbito de lo cinematográfico los cambios son excesivamente lentos.

Todo ello conlleva el que los críticos y profesionales extranjeros muestren su perplejidad en los certámenes internacionales. Por estos pagos nadie comprende el que dos películas españolas seleccionadas oficialmente por el festival continúen prohibidas en su país de origen y ello mientras todos los semanarios internacionales, incluidos Times y Newsweek, dedican sus portadas a quien ha hecho posible, al menos en teoría, el tránsito hacia la democracia, es decir, al presidente Suárez.

Hamlet

Ayer también fue noticia España en el marco del Fórum Internacional de Realizadores (equivalente a la quincena de realizadores de Cannes) en donde se proyectó un filme británico, Hamlet, realizado por un español, Celestino Coronado, joven realizador que estudió cinematografía en Londres-, que trabaja habitualmente en teatro, y que se ha constituido en uno de los directores más vanguardistas del cine europeo. La película, rodada en video-tape y transformada posteriormente en una película de dieciséis milímetros, es una adaptación libérrima de la obra de Shakespeare en la que su protagonista, Hamlet, está interpretado por los gemelos Meyer. Su estética se aproxima a la de Carmelo Bene y el espectador que la contempla comprende inmediatamente la imposibilidad material de que se rodara en España, o si se prefiere, se preguntará cuántos Celestino Coronado existen en nuestro país condenados a la frustración y el silencio. Sólo en un país desarrollado y que concede a la cultura -y el cine es arte de ella- el valor que se merece, es capaz de producir y realizar películas como Hamlet, que muy probablemente puedan ser calificadas de minoritarias, pero que poseen un valor experimental inestimable. En definitiva la historia de la cultura es la historia de las minorías.

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