_
_
_
_
Tribuna:DIARIO DE UN SNOB
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La duquesa y el rojo

Voy a almorzar a la embajada de Argelia y se comenta la recepción del día de San Juan en el Palacio Real. Hace años que vengo a esta embajada a tomar el cuscús. Hafida, la embajadora, fue guerrillera y mujer del desierto. Hoy es una de las damas que mejor reciben en Madrid.-La duquesa de Cádiz tenía verdadera curiosidad por conocer a Felipe González -comenta alguien.

La duquesa y el rojo. Se me ha quedado la estampa de la duquesa y el mozo, socialista, como delicada lámina entre todo el anecdotario de la recepción. Me parece que es el último revés que sufre el franquismo. Franco, durante cuarenta años de anticomunismo y antisocialismo, no pudo prever ni evitar esto: la curiosidad póstuma de su nieta por un príncipe del pueblo, por un abogado socialista, por un joven que se ha llevado casi media España en las elecciones. Pero Carlos Saura está a mi lado, sentado sobre la hierba, en el jardín de la embajada.

-Yo no creo en nada. Ya sabes que yo no creo en nada -dice.

No ando yo muy lejos del escepticismo bondadoso y creador de Carlos Saura, pero cuando a uno ya apenas si le quedan convicciones, a uno todavía le quedan emociones, Carlos, y yo gusto una fina emoción histórica y sádica en la estampa de la duquesa inclinada, loto de la aristocracia franquista, hacia el pozo oscuro del pueblo que se encierra en Felipe.

Porque esa curiosidad de la neoduquesa por el socialista supone que, al fin, hubo gap generacional en la familia-piloto de España, que fue durante muchos años la familia de Franco, un hogar de varias generaciones en el que no había tensión ni fisuras. Franco nos salvó a todos los españoles del peligro socialista, pero no ha podido salvar a su nieta de la curiosidad por un socialista. Lo más duro sobre el franquismo lo dijo José María Valverde, que ahora vuelve a su cátedra de Estética:

-Cuando no hay ética, sobra la estética.

Y cogió puerta. Yo no le diré a mi admirado Valverde (que acaba de enviarme un libro, como heraldo blanco de su regreso) aquello que me dijo en París André Gide, bujarrón genial cuando yo estaba en Francia de monedero falso:

-Mon petit, mi ética es mi estética.

Pero sí les diría, a Saura y a Valverde, que hay una delicada estética en ese momento ético e histórico en que la duquesa nieta alarga su blanco cuello, ya borbónico, para conocer a Felipe González, para mirar el rostro verdadero del pueblo español, que abuelito le había ocultado tantos años.

Lucía junio en Puerta de Hierro y el embajador de Argelia se había ido a jugar al ajedrez con el embajador de Francia, ambos tirados sobre la hierba. Dos hombres que un día se revolcaron en trincheras opuestas, por la causa ya finisecular del imperialismo y el antimperialismo, se revuelcan hoy en una partida de ajedrez, después del cuscús oriental de Hafida, que es como un postre para Rabindranah Tagore. Un hombre y una mujer casi de la misma edad -la nieta del dictador y el triunfador de las elecciones- han cruzado una mirada momentánea bajo el protocolo borbónico del Palacio de Oriente. La Historia es fundamentalmente irónica y acaba burlándose siempre de los imperialistas y de los dictadores. La Historia se resuelve en una partida de ajedrez.

-En Cataluña sí que ha gando plenamente la izquierda -me dice Mónica Randall, bella y entusiasta, sentada también en la hierba de la embajada.

La amada de Huidobro era tan bella que no sabía hablar. Mónica es tan bella que cree en la política. Las lecciones de ironía que da la política todavía se le escapan a Mónica, siendo lista como es. Pero ahí están esos dos hombres jugando al ajedrez. La guerra de Argelia, la OAS, De Gaulle, los paracaidistas y todo aquello se hicieron para que un argelino y un francés jueguen hoy al ajedrez, al sol monárquico de Puerta de Hierro. Tres años de guerra civil española y cuarenta años de dictadura y represión han servido para que la nieta del dictador se asome por fin, con curiosidad femenina, a los ojos oscuros del hondo pueblo español.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_